¿Qué tienen que
ver nuestras adoraciones, exposiciones y procesiones eucarísticas con Jesús de
Nazaret?
José María Marín: "Un
Corpus Christi sin escuchar la voz de los pobres es una gravísima profanación
de la voluntad de Dios"
"Es necesario que, laicos, curas, teólogos, pastoralistas y especialmente los obispos tomemos muy en serio ¿qué nos está pasando cuando vemos lo que pasa y seguimos como si nada pasase?"
"Comulgar con
Cristo tiene muy poco que ver con nuestras comuniones diarias, dominicales o
las normalizadas Primeras Comuniones".
"No es suficient e con vincular la celebración de la última Cena del Señor, con el Día del Amor Fraterno (el Jueves Santo) ni tampoco la fiesta del Corpus Christi, con el Día de la Caridad".
13.06.2020 José María Marín Sevilla
Celebrar el Corpus
Christi, en el seno de la cultura actual nos lleva de la mano a realizar una
profunda reflexión si queremos que el sacramento de la Eucaristía no sea solo
un rito vacío e irrelevante, no para la sociedad que ya lo es, sino para la
inmensa mayoría de los bautizados.
Mirar la realidad es
siempre un primer paso para saber dónde ir y hacia dónde encaminar nuestros
pasos. La Fundación SM presentó que en
su momento el Informe “Jóvenes españoles entre dos siglos (1984-2017)”, puso
sobre la mesa que la religión sigue ocupando uno de los últimos lugares en la
escala de valoración de las cosas importantes para los jóvenes (16%). Y que,
aunque, un 40% se define como católico, un gran porcentaje de ellos no se
identifican con la institución eclesial, ni con las prácticas religiosas –entre
ellas la Eucaristía- y mucho menos con la moral católica. ¿Importa esto?, creo
que sí, y mucho.
Es
necesario que, laicos, curas, teólogos, pastoralistas y especialmente los
obispos tomemos muy en serio ¿qué nos está pasando cuando vemos lo que pasa y
seguimos como si nada pasase? Si esperamos a que las cosas cambien con reformas
litúrgicas venidas de Roma, o de las Conferencias Episcopales el futuro quizá
sea incluso peor. Pongo por ejemplo algunas afirmaciones que hizo el cardenal
Robert Sarah: “Comulgar en la mano es un ataque diabólico a la Eucaristía”.
Desautorizado en público por el Papa Francisco, en más de una ocasión, por sus
manifestaciones contra la liturgia del Vaticano II, lo incomprensible es que
siga en su cargo.
Liturgia
casera en Tokio
Con
ocasión de la celebración del Corpus Christi aprovechamos para ofrecer algunas
reflexiones y líneas de actuación. Aunque, sin duda estarán aún muy lejos de
hacerse realidad en las comunidades cristianas que celebran la misa cada
domingo. Comulgar con Cristo tiene muy poco que ver con nuestras comuniones
diarias, dominicales o las normalizadas Primeras Comuniones.
La
conocida sentencia de san Agustin: «Yo soy el alimento de las almas adultas;
crece y me comerás. Pero no me transformarás en ti como asimilas los alimentos
de la carne, sino que tú te transformarás en mí”, nos plantea el verdadero
desafío: convertirnos en lo que comulgamos. Es tan claro que no necesitaría
mayor explicación. Es tan evidente que las cosas no son así entre nosotros que
necesitamos discernir profundamente, acerca de dónde, cómo y para qué
celebramos la Eucaristía.
El dónde
porque el templo, el altar, los vasos y ornamentos sagrados son ya un primer
obstáculo. Más que a reconocer a Jesús en su gesto de servicio y entrega, nos
traslada a los palacios de los poderosos, sus banquetes y su vanidad.
El cómo es
importante. Las fórmulas litúrgicas, la preocupación doctrinal y la rutina no
son tampoco los mejores compañeros para el que busca encontrarse con Dios
porque éste, como afirma el Evangelio, se da a conocer con palabras sencillas a
los sencillos, y gusta de ocultarse a los poderosos.
Profundizar
en el para qué, quizá sea lo más importante y lo más coherente. Aquí es donde
el suspenso de nuestras misas es mayor. Para “cumplir” con los mandamientos de
la Iglesia, aunque la mayor de las veces lo hagamos dejando de lado el único
Mandamiento de Cristo: “amaos como yo os he amado”. Es evidente que la
obligación de la misa y las procesiones multitudinarias exponiendo el pan
consagrado en carrozas y custodias de oro y piedras preciosas no parece ser la
verdadera finalidad del sacramento del Amor. Ni mucho ni nada tiene que ver con
la Memoria del Crucificado por su opción por los pobres y su oposición a la
religión de su tiempo.
El
"Corpus", fiesta de nuestro cuerpo en común-unión
No cabe
duda de que tenemos que discernir y transformar nuestra fe y nuestra relación
con la Eucaristía hasta despojarla de lo accesorio para encontrar su verdadero
sentido y su fuerza transformadora. Una Eucaristía que no podemos seguir
manteniendo alejada de nuestro tiempo, de nuestra cultura y de la inmensa
mayoría de los jóvenes. Son ya varias las generaciones para los que el
sacramento del Amor es algo profundamente desconocido y ajeno -hayan sido o no
iniciados en la fe y en la Iglesia-. Muchos crecieron en el seno de familias
cristianas y hoy han abandonado la Iglesia, quizá la fe y la búsqueda de
valores más allá de lo material e inmanente, inmersos en un mundo secular,
técnico y científico.
El desafío
se nos plantea también dentro de casa: ¿Qué hacer con los jóvenes y adultos que
buscan sinceramente a Dios y se esfuerzan por mantener viva su espiritualidad,
pero ni pueden -ni intentan- encontrarlo en la Iglesia de siempre, en las
celebraciones y las palabras de siempre? Hace años el Papa advertía:
necesitamos “imaginar espacios de oración y de comunión con características
novedosas, más atractivas y significativas —especialmente— para los habitantes
urbanos” (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 73).
El primer
paso es, sin duda, reconocer la evidencia de los hechos y armarse de valor (el
que procede del Espíritu de Jesús). Solo así podemos empezar a caminar en buena
dirección. Primeros pasos sencillos, espontáneos y que tendrán que ser,
necesariamente, atrevidos y concretos hasta configurar un estilo nuevo de ser
Iglesia desde la cercanía a los pobres y descartados. Primeros pasos que
deberán empezar desde la misma Iniciación Cristiana. Muchos no la tuvieron y
otros la han olvidado. Una iniciación que no puede ser volver al
adoctrinamiento y la catequesis anterior. Tendrá que ser algo realmente nuevo
que ilumine el sentido de la existencia y el camino de sus vidas. Lo más grande
que la Iglesia puede ofrecer a la humanidad, antes y ahora, es propiciar el
encuentro personal con Jesucristo, pero eso no se produce mecánicamente, ni
tampoco dando a todos la misma respuesta y los mismos instrumentos. Necesitamos
un nuevo paradigma de acompañamiento, plural, integral y básicamente
testimonial. Hay que presentar la fe y la celebración de los sacramentos en el
lenguaje y con signos de la cultura moderna y posmoderna en la que viven los
destinatarios de la fe en el siglo XXI.
Hoy más
que nunca debemos convencernos de que el encuentro con Jesucristo en lo más
profundo de cada creyente no se produce sin una relación estrecha con el mundo
de los empobrecidos, víctimas de nuestra forma de vida individualista y
profundamente egoísta que sustenta las estructuras económicas injustas y
criminales que establecen las relaciones entre las personas y los pueblos desde
la más profunda injusticia y desigualdad. Un CORPUS CHRISTI celebrado sin
escuchar la voz de los pobres, víctimas inocentes de nuestras estructuras de
pecado será, probablemente, solo un rito que no significa nada, o peor una
gravísima profanación de la voluntad de Dios expresada en la Encarnación de su
Hijo, que vino a este mundo, esencialmente para salvarlo.
Cáliz
El
creyente de hoy: o se encuentra con el Señor de la historia, en las relaciones
de fraternidad o no se encontrará con Él. Relaciones imposibles sin el “pan
partido y repartido” –que es el verdadero signo de la Eucaristía-. Y lo mismo
con el vino: “¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber? Ellos le respondieron:
podemos” (Mateo 20, 22). Y efectivamente así fue todos los discípulos lo
bebieron. ¿Lo beberemos nosotros? La respuesta es importante, porque sólo este,
y no otro, es el verdadero culto que Dios quiere. Porque solo una Eucaristía,
que visibilice al Jesús de la Última Cena, tendrá fuerza para convertirnos en
testigos capacitados para evangelizar en el mundo y en la cultura
contemporánea.
Debemos,
pues, discernir qué tienen que ver nuestras adoraciones, exposiciones y
procesiones eucarísticas con Jesús de Nazaret –el Cristo- y si estamos o no
verdaderamente dispuestos, a hacer “Memoria suya”, dejándonos comer y asimilar
hasta desaparecer, en beneficio de los demás. El mismo Juan Pablo II advertía
de ello hace años: “No podemos engañarnos: por el amor recíproco y, en
especial, por el desvelo por el necesitado seremos reconocidos como discípulos
auténticos de Cristo (Cf Jn 13.35; Mt 25,31-46). Este es el criterio básico
merced al cual se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones
eucarísticas (Carta apostólica Mane nobiscum domine, 28).
No es
suficiente con vincular la celebración de la última Cena del Señor, con el Día
del Amor Fraterno (el Jueves Santo) ni tampoco la fiesta del Corpus Christi,
con el Día de la Caridad. Vinculación que llegó de la mano de la Acción
Católica y las Cáritas Diocesanas, o lo que es lo mismo de los laicos que son
el pueblo de Dios solidario y compasivo. Este es solo un gesto, un primer paso,
pero hay que seguir avanzando. No pueden convivir en la misma casa gestos tan
contradictorios: la caridad y la compasión de quienes comparten día a día la
vida y las reivindicaciones de los pobres, inmigrantes, jóvenes y mayores
parados, familias sin techo y sin pan, cristianos perseguidos por la justicia y
torturados por la fe… Y prácticas religiosas que, al margen de la suerte de los
“primeros en el Reino”, celebran el Día del Corpus con carrozas y custodias de
oro y plata, símbolos de riqueza, poder y gloria.
La fiesta
del Corpus Christi nos ofrece cada año un nuevo desafío. El signo del amor de
Dios, el cuerpo que alimenta nuestra fe, no tendrá la eficacia sacramental que
le suponemos, sino conducen al compromiso personal por la justicia, trabajando
al mismo tiempo por la conversión personal, social y estructural.
Última
cena de Subirach