EL PADRE SE REVELA A LOS SENCILLOS
Te doy gracias, Padre,
Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y
entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, así te ha
parecido mejor.
Todo me lo ha entregado
mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino
el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar. Venid a mí todos los que
estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de
mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque
mi yugo es llevadero y mi carga, ligera. ( Mateo 11, 25 – 30 ).
DIOS SE REVELA A LOS
SENCILLOS
Un día, Jesús
sorprendió a todos dando gracias a Dios por su éxito con la gente sencilla de
Galilea y por su fracaso entre los maestros de la ley, escribas y sacerdotes.
<< Te doy gracias, Padre…porque has escondido estas cosas a los sabios y
entendidos y las has revelado a la gente sencilla >>. A Jesús se le ve
contento.
La gente sencilla e
ignorante los que no tienen acceso a grandes conocimientos, los que no cuentan
en la religión del templo, se están abriendo a Dios con corazón limpio.
Sin embargo, los <<
sabios y entendidos >> no entienden nada. Tienen su propia visión docta
de Dios y de la religión. Creen saberlo todo. No aprenden nada nuevo de Jesús.
Su visión cerrada y su corazón endurecido les impiden abrirse a la revelación
del Padre a través de su Hijo.
Jesús termina su
oración, pero sigue pensando en la << gente sencilla >>. Viven
oprimidos por los poderosos y no encuentran alivio en la religión del templo.
Jesús les hace tres llamadas.
<< Venid a mí
todos los que estáis cansados y agobiados >>. << Cargad con mi
yugo… porque es llevadero y mi carga, ligera >>. << Aprended de mí,
que soy manso y humilde de corazón >>. Es un << descanso >>
encontrarse con él.
APRENDER DE LOS
SENCILLOS
Jesús no tuvo problemas
con las gentes sencillas del pueblo. Sabía que le entendían. Lo que le
preocupaba era que si algún día llegarían a captar su mensaje los líderes
religiosos, los especialistas de la ley, los grandes maestros de Israel. Cada
día era más evidente: lo que al pueblo sencillo le llenaba de alegría, a ellos
los dejaba indiferentes.
Aquellos campesinos que
vivían defendiéndose del hambre y de los grandes terratenientes le entendían
muy bien: Dios los quería ver felices, sin hambre ni opresores. La gente
sencilla del pueblo sintonizaba con él. El Dios que les anunciaba era el que
anhelaban y necesitaban. Los maestros de la ley no entendían que se preocupara
tanto del sufrimiento de la gente y se olvidara de las exigencias de la
religión. Por eso, entre los seguidores más cercanos de Jesús no hubo sacerdotes,
escribas o maestros de la ley.
Un día, Jesús descubrió
a todos lo que sentía en su corazón. Lleno de alegría le rezó así a Dios:
<< Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
escondido estas cosas a sabios y entendidos y las ha revelado a la gente
sencilla >>.
Siempre es igual. La
mirada de la gente sencilla es de ordinario, más limpia. Son los primeros que
entienden el evangelio. Esta gente sencilla es lo mejor que tenemos en la
Iglesia. De ellos tenemos que aprender obispos, teólogos, moralistas y
entendidos en religión.
DIOS ES PARA GENTE
SENCILLA
Siempre que he tenido
la impresión de estar junto a una persona cercana a Dios, ha sido alguien de
corazón sencillo. A veces una persona sin grandes conocimientos, otras alguien
de notable cultura, pero siempre un hombre o mujer de alma humilde y limpia.
He podido conocer a
gentes sencillas que viven dando gracias a Dios. Disfrutan de lo bueno de la
vida, soportan con paciencia los males; saben vivir y hacer vivir. No se como
lo logran, pero de su corazón parece estar siempre brotando la alabanza al
Creador. Su vida es un acierto.
He visto también a
gente sencilla cuyos ojos brillaban de forma especial cuando yo leía textos
como este del profeta Isaías: << Yo soy el Señor, tu Dios….Tu eres de
gran precio a mis ojos, eres valioso y yo te quiero…No temas que estoy contigo
>> ( Isaías 43,4 ).
EL ARTE DE DESCANSAR
No todos saben
descansar. Y quizá el hombre moderno necesita urgentemente iniciarse en el arte
del verdadero descanso.
Necesitamos, antes que
nada, encontrarnos más profundamente con nosotros mismos y buscar el silencio,
la calma y la serenidad que tantas veces nos faltan durante el año, para
escuchar lo mejor que hay dentro de nosotros y a nuestro alrededor.
Necesitamos redescubrir
la naturaleza, contemplar la vida que brota cerca de nosotros, detenernos ante
las cosas pequeñas y las gentes sencillas y buenas. Experimentar que la
felicidad tiene poco que ver con la riqueza, los éxitos y el placer fácil.
Pero necesitamos
además, arraigar nuestra vida en ese Dios << amigo de la vida >>,
fuente del verdadero y definitivo descanso. ¿ Puede descansar el corazón del
ser humano sin encontrarse con Dios ?. Escuchemos con fe las palabras de Jesús:
<< Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os haré
descansar >>.
NECESITAMOS ALGO MÁS
QUE UNAS VACACIONES
Hay cansancios propios
de la sociedad actual que no se curan con las vacaciones. No desaparecen por el
mero hecho de irnos a descansar unos días. La razón es sencilla. Las vacaciones
pueden ayudar a rehacernos un poco, pero no pueden darnos el descanso interior,
la paz del corazón y la tranquilidad de espíritu que necesitamos.
Hay otro tipo de
cansancio que nace de la saturación. Vivimos un exceso de actividades,
relaciones, citas, encuentros, comidas. Por otra parte, el contestador
automático, el móvil, el ordenador o el correo electrónico facilitan nuestro
trabajo, pero introducen en nuestra vida una saturación. Estamos en todas
partes, siempre localizables, siempre << conectados >>.
Es un error. Lo que
necesitamos es aprender a << ordenar >> nuestra vida: cuidar lo
importante, relativizar lo accidental, dedicar más tiempo a lo que nos da paz
interior y sosiego.
Por eso no es superfluo
escuchar las palabras de Jesús: << Venid aquí los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré >>. Hay un descanso que solo se puede
encontrar en el misterio de Dios acogido en nuestro corazón siguiendo los pasos
de Jesús.