Eclesalia
¿Qué son los Salmos que
atraen y repelen? ¿Cómo adentrarnos en este mundo poético y lejano? ¿A qué se
debe que puedan llegar a sentirse tan cerca, tan dentro?
Los Salmos hacen de
espejo si nos atrevemos a acercamos y descubrir a la criatura humana que sigue
avanzando a traspiés en la lucha del más acá y la búsqueda del más allá.
Cada salmo es imagen
pero también sonido. Cada verso va transmitiendo los estados de ánimo, luchas,
deseos, relaciones con Dios y con los otros. El ser humano en cualquier época.
Nada nuevo sobre la tierra, estamos hechos del mismo barro, tenemos las mismas
preocupaciones y anhelos. Comunicamos amor y belleza en medio de las más viles atrocidades.
El creyente, tanto individual como comunitario, se dirige a Dios al que pide lo que le hace falta, increpa cuando no recibe lo que quiere y se muestra agresivo si no le hace la justicia que cree merecer.
Pero también agradece,
alaba, bendice, canta para el Señor, le da gracias… y así uno tras otro, ciento
cincuenta salmos, que terminan en la apoteosis de “trompetas, cítaras,
tambores, flautas, y címbalos sonoros y vibrantes”, llegando a la conclusión de
que… “todo ser que aliente, alabe al Señor”.
Mi cercanía al
monasterio, a la oración monástica, que día tras día transita por todo el
salterio me acercó a la comprensión de la oración más allá de las palabras,
pensamientos o ideas. Me ayudó a adentrarme en la actitud del orante que llega
con lo que lleva puesto, que no siempre es lo ideal, y se abre a ser moldeado
por la Palabra, cosa que unas veces sucede y otras no.
Recelé con frecuencia
de un lenguaje que suena arcaico, y transité con frecuencia por la superficie
de cualquier salmo sin dejar que me dibujara su huella interior.
He aprendido que
experimentar lo que dice un salmo, de dolor o alegría, de inquietud o confianza
plena, de agradecimiento o petición incansable, me hace aterrizar en lo que el
Salterio quiere mostrarme: Dios está en todo, aunque tantas veces ni lo
entienda ni lo vea.
Volví al monasterio
después del confinamiento de casi tres meses (alguno pensará que eso es también
confinamiento, pero no) y en la primera oración de Completas (la última del
día, cuando sol está en despedida), el salmo 90, un clásico, se reza todos los
días del año, evoca la confianza en Dios pase lo que pase: “Refugio mío, alcázar
mío, Dios mío, confío en ti”.
Y sigue: “Él te librará
de la red del cazador, de la peste funesta(1)”. Sorpresa. Lo he rezado pasando
por encima de estas dos palabras como si patinara sobre una pista de hielo.
Sobresalto. Peste y además funesta. Esta última palabra debe salir de un
yacimiento arqueológico del diccionario, pero le suma una gravedad especial al
temor de la anterior.
Sigue el salmo: “No
temerás el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que se
desliza en las tinieblas, ni la epidemia que devasta al mediodía”. ¡Otra vez
peste y además epidemia! Quedé muda mientras los monjes y unos pocos huéspedes
seguían cantando el salmo. Otra palabra me espabiló: “No se te acercará la
desgracia ni la plaga llegará hasta tu tienda…”
He vuelto al monasterio
después de la experiencia de una pandemia, y las tres palabras: peste (y además
“funesta”), epidemia y plaga no significaban gran cosa para mí anteriormente,
porque en la parte del mundo en donde vivo, no teníamos de esto y costó
hacernos a la idea. Aunque sabemos que en otros sitios sufren las tres palabras
y muchas más, provocando muerte y desolación.
Nada como la
experiencia vivida para que las tres terribles palabras me abrieran a
realidades inimaginables en el lado del mundo que llamamos Occidente, mientras
la música, la letra y la oración del Salmo 90 me hicieron sentir que esa noche
lo recé de verdad.
¡Ay… los salmos… cómo
son ellos! Despiertan al reconocer en nuestro interior el Amor y el Dolor, la
Alabanza y la Venganza, el Miedo y el Valor, la Humildad y el Egoísmo, la
Belleza y la Destrucción, la Envidia y la Generosidad, la Corrupción y la
Solidaridad, la Confianza en Dios y el Olvido del Hermano… todas las actitudes
y pecados del ser humano.
Siguiendo con el salmo 90: “…caminarás sobre áspides y
víboras, pisotearás leones y dragones”. ¿Será esto lo que habrá que ir
haciendo, juntos, confiados en que Dios está y ayuda, para no volver a lo que
se llamaba “normalidad” y que definitivamente debemos llamar reino de Dios? Sí,
creo que sí, ahí cabemos todos…