PARÁBOLAS
DE JESÚS
J. A. Pagola
LA
VIDA ES MÁS QUE LO QUE SE VE
Por
lo general, tendemos a buscar a Dios en lo espectacular y prodigioso,
no en lo pequeño e insignificante. Mientras vamos viviendo de manera
distraída sin captar nada especial, algo misterioso está sucediendo
en el interior de la vida.
Con
esa fe vivía Jesús: no podemos experimentar nada extraordinario,
pero Dios está trabajando el mundo. Su fuerza es irresistible. Se
necesita tiempo para ver el resultado final. Se necesita, sobre todo,
fe y paciencia para mirar la vida hasta el fondo e intuir la acción
secreta de Dios.
Tal vez la parábola de la semilla de mostaza, es la más pequeña de todas, como la cabeza de un alfiler, pero con el tiempo se convierte en un hermoso arbusto. Por abril, todos pueden ver bandadas de jilgueros cobijándose en sus ramas. Así es el << reino de Dios >>.
Para
seguir a Jesús no hay que soñar en cosas grandes. Es un error que
sus seguidores busquen una Iglesia poderosa y fuerte que se imponga
sobre los demás. Dios no está en el éxito, el poder o la
superioridad. Para descubrir su presencia salvadora, hemos de estar
atento a lo pequeño, lo ordinario y cotidiano. La vida no es solo lo
que se ve. Es mucho más. Así pensaba Jesús.
Jesús
lo repetía una y otra vez: ya está aquí Dios tratando de
transformar el mundo. Todavía recordaba Jesús una escena que había
podido contemplar desde niño en el patio de su casa. Su madre y las
demás mujeres se levantaban temprano, la víspera del sábado, a
elaborar el pan para toda la semana. A Jesús le sugería ahora la
actuación maternal de Dios introduciendo su << levadura >>
en el mundo.
Así
actúa Dios. Viene a transformar la vida desde dentro, de manera
callada y oculta. Así es Dios: no se impone, sino que transforma; no
domina, sino que atrae. Los seguidores de Jesús no podemos
presentarnos tratando de imponernos para dominar y controlar a
quienes no piensan como nosotros. No es esa la forma de abrir camino
al reino de Dios.
Hemos
de vivir << dentro >> de la sociedad, compartiendo las
incertidumbres, crisis y contradicciones del mundo actual, y
aportando nuestra vida transformada por el evangelio.
FERMENTO
DE UNA VIDA MÁS HUMANA
El
mundo es un campo de siembras opuestas. Y el reino de Dios crece ahí,
en la densidad de esa vida a veces tan ambigua y compleja. Ahí está
Dios salvando al ser humano.
Al
reino de Dios no le abriremos camino lanzando excomuniones sobre
otros grupos, partidos o ideologías, ni condenando todo lo que no
coincide con nuestros pensamientos.
El
reino de Dios es un << fermento de humanidad >> y crece
en cualquier rincón oscuro del mundo donde se ama al ser humano y
donde se lucha por una humanidad más digna.
SIN
CONDENAR A NADIE
Sin
embargo, aunque vivimos juntos y nos encontramos diariamente en el
trabajo, el descanso o la convivencia, lo cierto es que sabemos muy
poco de lo que realmente piensa el otro acerca de Dios, de la fe o
del sentido último de la vida.
Nosotros
llamamos << increyentes >> a los que han abandonado la fe
religiosa. No parece un término muy adecuado. Son personas que viven
desde otras convicciones, difíciles a veces de formular, pero que a
ellas les ayudan a vivir, luchar, sufrir y hasta morir con un
determinado sentido.
No
es fácil saber cómo se abre Dios camino en la conciencia de cada
persona. La << parábola del trigo y la cizaña >> nos
invita a no precipitarnos. No nos toca a nosotros calificar a cada
individuo. Menos aún excomulgar a quienes no se identifican en el <<
ideal de cristiano >> que nosotros nos fabricamos desde nuestra
manera de entender la fe y que, probablemente, no es tan perfecta
como a nosotros nos parece.
<<
Solo Dios conoce a los suyos >> decía San Agustín. Hemos de
estar atentos a quienes se sitúan fuera de la fe religiosa, pues
Dios está también vivo y operante en sus corazones. Descubriremos
que hay en ellos mucho de bueno, noble y sincero.
APRENDER
A CONVIVIR CON NO CREYENTES
Pese
a la advertencia de Jesús, una y otra vez caemos los cristianos en
la vieja tentación de pretender separar el trigo y la cizaña,
creyéndonos naturalmente << trigo limpio >> cada uno.
Sorprende
la dureza con que ciertas personas que se dicen << creyentes >>
se atreven a condenar a quienes, por razones muy diversas se han ido
alejando de la fe y de la iglesia.
Sin
embargo, creencia e increencia, lo mismo que el trigo y la cizaña de
la parábola, están muy entremezclados en nosotros. Y lo más
honesto sería descubrir al increyente que hay en cada uno de
nosotros y reconocer al creyente en el fondo de bastantes alejados.
En
primer lugar, el hecho de que haya hombres y mujeres que pueden vivir
sin creer en Dios me descubre que soy libre al creer. Mi fe es un
acto de libertad. Me nace de entro.
Los
no creyentes me enseñan a ser más exigente al vivir mi fe. Con
frecuencia observo que rechazan un Dios ridículo y falso que no
existe, pero que a veces lo pueden deducir de la vida de los que nos
decimos creyentes.
No
deberíamos olvidar las palabras del Vaticano II: << En esta
proliferación del ateísmo puede muy bien suceder que una parte no
pequeña de la responsabilidad cargue sobre los creyentes en cuanto
que, por el descuido en educar su fe o por una exposición deficiente
de la doctrina, en vez de revelar el rostro auténtico de Dios y de
la religión se ha de decir que más bien lo velan >>.
Entonces
aprendo a no ser un creyente arrogante, engreído o fanático, sino a
seguir caminando humildemente ante el misterio de Dios.
No
me siento mal entre increyentes. Creo que Dios está en ellos y cuida
su vida con amor infinito.
José
Antonio Pagola