LA
RELIGIÓN NO SE HUNDE, SE DESPLAZA
Se
viene diciendo, desde hace décadas, que la religión está en
crisis. Y ahora, con la pandemia del coronavirus, la crisis religiosa
se ha puesto en evidencia de forma más patente y descarada. Las
ceremonias, costumbres y prácticas religiosas (misas, bautizos,
bodas, procesiones…), se abandonan; los seminarios y los conventos
se van quedando vacíos, etc., etc. El hecho es evidente y no admite
discusión. Ni siquiera me interesa darle vueltas en mi cabeza a los
motivos que pueden explicar por qué se está produciendo este
desplome religioso.
¿Es
que no me importa, ni me interesa, esta crisis creciente del “hecho
religioso”? Nada de eso. Me interesa. Y mucho. Lo que pasa es que
yo veo todo este asunto desde otro punto de vista. La religión no
está desapareciendo. Se está desplazando. Se está saliendo de los
templos. Se les está escapando de las manos a los sacerdotes. Se
desvincula de “lo sagrado”. Y cada día que pasa, la vemos y la
palpamos más y más en “lo profano”. El centro de la religión
ya no está “en el templo”, está “en la vida”. Y en la
defensa, protección y dignificación de la vida. Además, la
religiosidad está en el proyecto de vida y en la forma de vivir que
cada cual asume, hace suya y pone en práctica.
Escribo
esto el día 24 de junio, el día de San Juan Bautista. El padre de
Juan era una sacerdote (Zacarías) y su madre (Isabel) era de la
familia de Aaròn (Lc 1, 5), la familia sacerdotal en sentido pleno.
Lo lógico habría sido que Juan hubiera ejercido de sacerdote en el
templo. Pero no. Juan se fue al desierto (Lc 1, 80). Juan vio que el
futuro no estaba en el templo y en sus ceremonias religiosas. Juan
pensó que el problema capital era la conversión de los pecadores. Y
eso es lo que predicó en sus sermones a la gente (Lc 3, 1-14).
Pero
Jesús vio que el desplazamiento de la religión tenía que ser más
radical. Por eso, cuando Juan se enteró (estando ya preso en la
cárcel de Herodes) de las “obras” que hacía Jesús, le mandó
dos discípulos a preguntarle: “¿Eres tú el que tenía que venir
o esperamos a otros?” (Mt 11, 2-3; Lc 7, 18). El proyecto del
Evangelio de Jesús desconcertó incluso a Juan Bautista. ¿No nos va
a desconcertar a nosotros también?
La
respuesta de Jesús a los discípulos de Juan es la clave: “Id a
contarle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los
cojos andan… (Mt 11, 4-5 par). Y conste que lo más elocuente, de
lo que dijo Jesús, es el final: “Y ¡dichoso el que no se
escandalice de mí!” (Mt 11, 6). Cuando la preocupación central de
la religión no es el pecado, sino que es la salud de los que sufren,
hay gente que se escandaliza. Justamente lo que estamos viviendo,
desde hace varias semanas. Ya no se aplaude a los curas y sus
ceremonias. Se aplaude a los médicos y a quienes les ayudan para
superar y vencer la pandemia, el sufrimiento, el abandono de tantos
enfermos.
¿Qué
hacía Jesús? ¿Qué nos dice el Evangelio? Jesús no habló de
templos, ni de conventos, ni organizó una religión como la que
tenemos. Si el Evangelio tiene razón, recordemos lo que Jesús le
dijo a una mujer samaritana: “Créeme, mujer: Se acerca la hora en
que no daréis culto al Padre ni en este monte ni en Jerusalén…..
Se acerca la hora…, ya ha llegado, en que los que dan culto
verdadero, adorarán al Padre espíritu y en verdad” (Jn 4, 21-24).
Discuten los entendidos el sentido exacto de este texto. Lo que no
admite dudas es que Jesús afirma que la adoración a Dios no está
asociada a un lugar determinado. Tengas templo o no lo tengas, lo
importante de verdad es la honradez, la honestidad, la bondad, la
lucha contra el sufrimiento y el empeño por humanizar este mundo y
esta vida.
¿Es
esto lo que estamos viviendo? ¿Es esto lo que aplaude la gente? ¿Es
éste el nuevo giro que (empezando por la forma de ser y de vivir del
papa Francisco) está tomando la Iglesia? Lo más lógico es pensar
que la religión no se hunde. Se está desplazando. Y a mí, lo que
me parece es que está abandonando el templo. Y está recuperando el
Evangelio. No como creencia religiosa (que eso lo teníamos muy
claro), sino como forma de vida. Una forma de vivir de la que estamos
muy lejos. Y que urge recuperar cuanto antes.