El Padre Nuestro: Hágase
tu voluntad….
La voluntad de Dios
conlleva un elemento de paciencia, de abandono humilde al misterio, y hasta de
resignación. Conocemos la voluntad de Dios: la realización del reino por parte
suya y del hombre; pero ello no nos hace entender el aplazamiento de los cielos
y tierra nuevos. ¿Por qué Dios no realiza en seguida su voluntad? ¿Por qué no
hace que los hombres vivan inmediatamente según las exigencias del reino? La
historia sigue su pesado zigzaguear, con avatares absurdos, con mecanismos de
injusticias y de pecado, en medio de las incesantes interrogaciones que el
corazón lanza al cielo. Tal experiencia se vuelve más angustiosa todavía cuando
nos damos cuenta de que muchas veces los mejores proyectos, las intenciones
mejor orientadas y las causas más sacrosantas caen derrotados. A menudo, al
justo se le margina, al sabio se le ridiculiza, al santo se le elimina. Triunfa
lo frívolo, saca partido el deshonesto, dirige los destinos de un grupo el
mediocre.
Rezar en este contexto
el << hágase tu voluntad >> exige abandonarse al designio
misterioso de Dios; entraña una resignación que no es elegir el camino más
fácil, sino el más sensato, pues se mide la sabiduría verdadera por los
parámetros de la Sabiduría de Dios, que está por encima de nosotros como el
cielo sobre la tierra, y no por los criterios de comprensión a que llega
nuestra razón limitada.
Rezar que se haga tu
voluntad equivale a pedir << hágase como Dios quisiere >>, sin
ningún significado de lamentación o desesperanza; al contrario, con la entrega
confiada de un niño que se abandona en los brazos de la madre.
Dios es Padre y Madre
de infinita bondad, con su designio eterno…. al paso que nosotros apenas
tenemos meros proyectos. Al igual que los niños no llegan a entender aún todos
los gestos de los padres y ni siquiera el alcance de sus palabras, tampoco
nosotros, mientras peregrinamos, percibimos las dimensiones de la historia ni
podemos captar su sentido. Sin amargor reconocemos la finitud de nuestros
puntos de vista y nos entregamos a quien es el principio y el fin, en cuyas
manos está el itinerario de todos los caminos.
Y Jesús, según el autor
de la carta a los Hebreos (10,5-7) dijo: << Aquí estoy yo para realizar
tu designio, Dios mío >>. En el monte de los Olivos, cuando ya percibe
como inevitablemente la muerte violenta, Jesús se angustia profundamente; pero
prevalece el abandono sereno a la voluntad del Padre: << Padre, si
quieres, aparta de mí este trago; sin embargo que no se realice mi designio,
sino el tuyo >> (Lc 22,42 ). Aquí se revela la real humanidad de Jesús:
como nosotros, también él es peregrino y viador; participa de las ansiedades de
quien no sabe, de una vez, todas las cosas y cada paso de la voluntad de Dios.
Evidentemente Jesús
conoce la voluntad del Padre; pero a causa de su condición humana, no
entronizada aún en la plenitud del reinado de Dios, donde todo es transparente,
tiene que buscar también él cuál es aquí y ahora, en concreto, la voluntad de
Dios. ¿Qué hacer, como realizar mejor la voluntad de Dios ya conocida? Jesús se
enfrenta con los límites humanos y con la propia angustia; es víctima de la
saña de quienes no acogieron su mensaje; pero acepta esta situación, y no apela
a las fuerzas celestiales a su disposición (ver Mt 26,53).
Nada de extraño, pues,
que la última palabra de Jesús, según Lucas, fuese una exclamación de total
abandono: << Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu >> (Lc
23,46). Es la expresión de la radical libertad humana: entregarse a uno Mayor
que tiene el sentido supremo de todas las aspiraciones y que sabe el porqué de
todos los fracasos. La frase tan repetida en nuestro lenguaje ordinario,
<< si Dios quiere >> tiene, como se ve, una honda raíz teológica
(ver Rom 1,10; He 18,21), pues da por supuesto que el verdadero centro del
hombre no es el yo, sino el tú (divino): procederá bien que se oriente por ese
centro, pues entonces la voluntad de Dios acontece de veras y el reinado ya
llegó.