La vaca no da leche
Aunque para todos debería ser muy claro que en esta vida nada se consigue honestamente que no sea con gran esfuerzo, son muchos los que, lamentablemente, pasando de soslayo sobre el adverbio y en vistas de lo que realmente sucede, creen que sí y que jamás uno se hará rico trabajando. Su juego se reduce a una partida en la que, se tengan las cartas que se tengan, los listos ganan y los tontos pierden. Los hechos parecen darles la razón, porque son muchos los pobres que se revientan a trabajar y apenas pueden comer ellos y sus familias, mientras que muchos ricos, que no dan un palo al agua, se recrean viendo crecer sus tesoros sin que ellos tengan que levantarse de sus hamacas. El contrapunto es simplón y superficial, pero no por ello deja de ser significativo y sintomático.
Hace unos días un amigo me enviaba un sorprendente y trascendente mensaje por WhatsApp de candorosa simplicidad, como buen consejo de un padre a su hijo. Su apodíctica moraleja lo hace tan ilustrativo que no me resisto a transcribirlo:
Hace unos días un amigo me enviaba un sorprendente y trascendente mensaje por WhatsApp de candorosa simplicidad, como buen consejo de un padre a su hijo. Su apodíctica moraleja lo hace tan ilustrativo que no me resisto a transcribirlo:
“- El secreto de la
vida es este: la vaca no da leche. - ¿Qué dices?, preguntó incrédulo el
muchacho. - Tal cual lo escuchas, hijo: la vaca no da leche. Hay que ordeñarla.
Tienes que levantarte a las cuatro de la mañana, ir al campo, caminar por el
corral lleno de excrementos, atar la cola y las patas de la vaca, sentarte en
el banquito, colocar el balde, y hacer el trabajo del ordeño”.
Y el padre mismo expone
acto seguido la moraleja que nos interesa: “Ese es el secreto de la vida: la
vaca, la cabra o la llama no dan leche. Las ordeñas o no tienes leche. Hay una
generación que piensa que las vacas dan leche; que las cosas son automáticas,
fáciles y gratis. Deseo, pido y obtengo. Pero la realidad es que la felicidad
es el resultado del esfuerzo y que la ausencia de esfuerzo genera frustración e
ignorancia”.
Prácticamente, la
moraleja deja las cosas muy claras para quien tenga oídos prestos a oír. Por lo
general, los padres y los abuelos tendemos a ser excesivamente protectores de
nuestros hijos y nietos hasta el punto de que nos gustaría ahorrarles
preocupaciones, esfuerzos y sudores. Llevado a sus últimas consecuencias, tan
honroso deseo nos convertiría realmente en depredadores de vidas ajenas porque
equivaldría a robarles sus vidas, a querer vivirlas nosotros mismos. Lo digo
porque toda vida que se precie es precisamente eso: preocupación, esfuerzo,
sudor. No es cuestión de que nuestros hijos y nietos tengan lo que tan
generosamente queremos regalarles, sino de que lo consigan ellos mismos, eso
sí, con nuestra ayuda. La cosa está muy clara: para tener leche no basta con
tener una vaca, hay que ordeñarla.
Paralelamente, hay toda
una pléyade de empresarios y políticos, por nombrar solo dos de los polos más
determinantes de nuestra actual vida social, que también cree que el dinero se
produce en los árboles y que solo hay que darle a una maquinita para tener
cuantos billetes sean precisos. Pero la verdad, tozuda y exigente, es que cada
euro del presupuesto nacional ha sido conseguido con el sudor de alguien, razón
por la que quien se apodera de él para despilfarrarlo o malgastarlo comete una
gran traición. Si los europeos, pongamos por caso, nos van a dar setenta mil
millones de euros, los españoles tendremos que demostrarles que no los vamos a
gastar en fiestas y jolgorios varios, sino en resolver problemas y carencias
que no solo saquen a España de su colapso económico, sino también en afianzar
los cimientos del ente común que es Europa como conjunto de pueblos que
emprenden un único camino para beneficio de todos.
Nada en la vida es
gratis. Sí, ya sé, hay muchos que así lo creen y, además, suelen tener suerte
para vivir sin dar golpe. Pero la verdad es que son parásitos y que lo que
ellos llaman “vivir” no tiene nada realmente de vida, dado que el primer
fundamento de todo viviente consciente es sentirse útil a la comunidad en que
su vida nace y crece. Cuando, al inicio del verano de 1970, llegué a Nueva York
tenía tal concepto de la riqueza americana que me parecía que iba a encontrar
billetes tirados en las calles, pero no tardé en despertar de mi paleta
ilusión: en connivencia con los cocineros del hospital donde trabajaba, pronto
comencé a quitarles el hambre a algunos neoyorkinos desheredados de la fortuna
con lo sobrante de las comidas del hospital.
Gran moraleja la de ese
hermoso mensaje para abordar los desafíos del coronavirus, polizón hábilmente
camuflado en algún viajero despistado que ha “ocupado” nuestro país (y tantos
otros) y al que no se le ven deseos de dejarnos en paz para irse a dar la lata
a otra parte. Desalojarlo será solo el fruto de un sostenido esfuerzo colectivo
bien orientado, que aúne las fuerzas profesionales de políticos y sanitarios
con el proceder disciplinado de todo el pueblo. De otro modo, a la vista está,
en el pecado llevamos la penitencia.
Para completar la
visión de la vida que nos procura el desayuno de hoy, asomémonos un momento a
dos panoramas en los que el esfuerzo humano es el timón de los desarrollos.
Hace ochenta años, un día como hoy de 1940, hizo su debut oficial Bugs Bunny,
el gracioso conejo que tantas risas ha provocado y al que, junto con Mickey
Mouse, TV Guide eligió en 2002 como el dibujo animado más grande de todos los
tiempos. El espacio disponible no nos permite detenernos en sus orígenes, su
personalidad y sus desarrollos, tras todo lo cual hay gran ingenio y esfuerzo
humanos, porque hacer reír quizá sea una de las profesiones más difíciles
debido a que la vida, que tan fuertemente nos ancla al suelo, desmonta
fácilmente las ilusiones.
El segundo panorama de
esfuerzo y trabajo nos lo dibuja Rosa Chacel, escritora de la generación del
27, que murió un día como hoy de 1994. Tampoco el espacio nos permite
adentrarnos en las peripecias de la vida y obra de esta pucelana de pro, cuya
luminosa personalidad planea sobre Valladolid, ciudad en la que nació al terminar
el s. XIX y de cuya universidad es Doctora Honoris desde 1989. Se trata de una
"rosa" que adorna no solo la ciudad que sepulta su cuerpo y ennoblece
su nombre, sino también la condición femenina de toda mujer que se precie.
Quedémonos hoy con que
“la felicidad es el resultado del esfuerzo y que la ausencia de esfuerzo genera
frustración e ignorancia”. Por ello, podemos decir claramente que ser cristiano
es muy laborioso, tanto que exige cargar con una pesada cruz y seguir los pasos
de un ajusticiado por caminos escarpados, incluso aparentemente intransitables.
Pero no es imposible para quien se propone llevar una vida honesta y fructífera
“ordeñar la vaca”, “hacer reír” y “contar una bonita historia”, cosas que se
dan todas juntas y al mismo tiempo también en el cristianismo. Los cristianos,
bien mirado, somos ricos y alegres y, además, estamos ilusionados. Si algo de
eso nos falta es síntoma claro de que vamos flojos de remos, de que en algo
fallamos.