Mientras
exista una tripa que truene de hambre nadie puede llamarse libre.
El
pequeño restaurante Rayuela, ubicado en zona uno, tuvo desde sus
inicios el ánimo de proponer a los clientes que llegaban por un
café, una comida o una cerveza, que, si tenían la oportunidad y las
ganas, dejaran pagados dos o tres cafés adicionales para personas
que pasaran por el lugar y que no tuvieran el dinero para costear la
bebida. De esta forma, Rayuela se convirtió en un pequeño negocio
solidario que intermediaba y promovía el apoyo de la persona que
dejaba pagado un café y la necesidad de la persona que recibía el
café sin pagar un centavo.
La
gente de Rayuela sabía que muchas personas transitan por el Centro
Histórico de la ciudad tratando de vender algún chicle, algún
dulce, un cargador para celular o productos similares con el objetivo
de llevar comida ese día a su familia. En muchas ocasiones, para un
vendedor de la calle, eso significa no comer durante toda la jornada
de trabajo. Entonces la iniciativa del restaurante Rayuela siguió
llamándose Café Pendiente, pero empezó a servir almuerzo a la
gente que lo necesitara. Se estaban sirviendo alrededor de 20
almuerzo por semana.
Con
el inicio de las medidas de distanciamiento social ante la amenaza de
la pandemia, el restaurante Rayuela tuvo que cerrar sus puertas. Sin
embargo, sabiendo que la necesidad de muchas personas se iba a
agravar con la caída de las ventas, los despidos laborales y la
disminución de la movilidad personal, a la hermosa gente de Rayuela
se le ocurrió abrir un comedor gratuito. Byron Vásquez, propietario
del restaurante, se imaginó que se atenderían a 30 o 50 personas
diariamente.
La
iniciativa solidaria abrió sus puertas el martes 7 de abril, sólo
dos personas se acercaron a pedir almuerzo. La noticia se esparció
como si fuera un puño de semillas aladas, como mishitos en el aire:
el segundo día se acercaron seis comensales, luego 35, luego 80,
después 150. Dos semanas después estamos sirviendo entre 300 y 400
desayunos y alrededor de 600 almuerzos. ¿Quiénes llegan? Vendedores
ambulantes, personas indigentes, madres desempleadas con sus hijos e
hijas, gente que se ha quedado sin trabajo en estos días (población
que va en aumento cotidianamente), algunos agentes de seguridad,
adultos mayores de escasos recursos, migrantes varados en la ciudad,
ropavejeros.
Sin
poder detenernos a pensar, el pequeño proyecto de Café Pendiente se
convirtió en una Olla Comunitaria. De cuatro personas que
colaboraron en un inicio hemos llegado a tener por día, 25
voluntarios y voluntarias que reciben, desinfectan y clasifican las
donaciones de alimentos, cocinan y preparan los platos a repartir,
entregan la comidas. Hay muchas familias y personas que están
abriendo su casa y cocinan desde allí para tener la comida lista en
los horarios de atención. Otras familias lavan los trastes y los
utensilios que estamos usando. Hay muchas manos que se unen para que
la Olla Comunitaria funcione.
Estamos
muy agradecidos con cada una de las donaciones, apoyos y
contribuciones que nos están llegando (bolsas de granos básicos,
legumbres, frutas, aceite, agua pura, carne de pollo, latas de atún
o de frijol). Queremos mencionar también y de manera especial a
aquellas donaciones humildes de cinco o diez quetzales que pasan
dejando cada día al local y que entrañan un incalculable valor en
la construcción de este proyecto comunitario. Pequeños depósitos a
la cuenta monetaria demuestran que quizá la gente no tenga tanto
dinero para desprenderse de él pero que tiene unas ganas inmensas de
apoyar al otro, a la otra, al necesitado. Agradecemos también
esfuerzos de amigos y amigas migrantes en Estados Unidos por enviar
apoyos puntuales.
La
Olla Comunitaria que funciona en el restaurante Rayuela es un
esfuerzo de amigos y amigas, vecinos y vecinas de las zonas uno, dos
y algunas otras zonas de la Ciudad de Guatemala. Ante el riesgo
sanitario de la pandemia, nos estamos cuidando. Desinfectamos las
donaciones, desinfectamos las aceras cercanas al comedor, utilizamos
mascarilla y guantes en la alacena, en la cocina y en la entrega de
las comidas. Desinfectamos las manos de los comensales, nadie puede
pasar a recibir comida si no lleva puesta su mascarilla. En la fila
para llegar al comedor todos deben dejar una distancia mínima de
metro y medio entre cada persona. Nos movilizamos en lo estrictamente
necesario y todas las coordinaciones las hacemos por las herramientas
electrónicas disponibles.
Creemos
firmemente en que la única manera de salir adelante ante la
emergencia provocada por la pandemia será cuidándonos unos a otros,
siendo solidarios y solidarias, pensando el presente y el futuro de
manera colectiva. Las acciones colaborativas de las comunidades mayas
organizadas o la ayuda de una familia a otra familia en los barrios
populares de la ciudad, son nuestro mejor ejemplo. Ante tanta
incertidumbre y ante el temor o la zozobra que se pueda tener al no
saber hasta cuándo durarán las medidas de prevención, desde la
Olla Comunitaria queremos invitar a la población del país a que
muchos esfuerzos similares puedan imaginarse y llevarse a cabo en
otras zonas de la ciudad, en otros municipios, en otros
departamentos. La solidaridad y la organización comunitaria son el
camino.
¡Hasta
que la solidaridad y la dignidad humana se hagan costumbre!
(Paula
Orellana)
Un
texto colectivo de la Olla Comunitaria