Dios es amor
Perdóname. Ponme en
estado de silencio y de escucha. Dime
qué me dices a mí, de Ti. ¿Quién eres Tú. Señor?. ¿Cómo te llamas de verdad?
¿Cómo eres? ¿Qué quieres de mí, qué quieres de este mundo que de Ti ha salido?
¡Te hemos manipulado tanto! Tu nombre lo viene justificando todo; todos los
miedos, todas las codicias, todas las mentiras, todas las guerras. Tu nombre
provoca las mayores decepciones y las más hondas revueltas.
Últimamente, queriendo
liberarte y liberarme, a partir de la Primera Asamblea del Pueblo de Dios, en
las alturas de Quito, allá por los años noventa, cuando se celebraba la
evangelización conquistadora de Nuestra América, Te he invocado muchas veces
como << el Dios de todos los nombres y mayor que todos ellos >>; y
acabo de descubrir ahora que hace siglos ya Gregorio Nazianceno te decía:
<< Tú posees todos los nombres, ¿cómo te nombraré a Ti, único a quien no
se puede nombrar?>>.
¿Qué digo de Ti? ¿Qué
no debo decir? ¿Quién eres? Dímelo Tú. Enséñame a escuchar todo, algo, de lo
que Tú ya me has dicho: por la vibración del ala de una mariposa o por la voz
humana de Jesús de Nazaret; en el canto místico de Juan de la Cruz o en la
blasfemia enloquecida de Friedrich Nietzsche; lo que de Ti dicen la Naturaleza,
la Biblia y tantas palabras sagradas o profanas, preñadas de búsqueda, y tantos
testimonios de quienes saben jugarse la vida, de golpe, por Ti, o en la diaria
hacendosa fidelidad de esas mujeres campesinas que creen en Ti más que en su
propia vida….
Si te escucho
humildemente, quizás podré decirte con una relativa verosimilitud, cuando sea
la hora de decirte. Sabré callarte, que es mejor que decirte, a veces. Te diré
sin altisonancias, con un gesto de amistad, con un pequeño servicio o una
cálida acogida. Tú te dirás a través de mi destartalada existencia, si llego a
ponerme como un barro dócil en tus manos de Alfarero mayor. Los ateísmos son
casi siempre una reacción comprensible frente al dogmatismo, o la idolatría, o
el fariseísmo. Hay muchas confesiones de fe en Ti que son tu negación.
Un día, pensando y
pensando mi vida, su utilidad o inutilidad, escribí un soneto. Sé que te gusta
la poesía. Poeta máximo que eres Tú, Hacedor de la Vida y de la Belleza. El
soneto empieza hablando de mi celibato y acaba hablando de Ti. Célibe o casada,
anónima o pública, cualquier vida, más que cualquier palabra, podría, debería,
hablar de Ti a cuantos te buscan, con cuantos te dicen: ecos tuyos somos
siempre. El soneto se titula ¿Habré amado? Preguntando por el amor. Porque de
eso se trata, de amor. Quién ama, te dice; quien no ama, te niega. Después de
todas las narraciones y elucubraciones sobre la vida, muerte y resurrección de
Jesús – esa Presencia tuya hecha carne e historia - el Nuevo Testamento
termina sintetizándote así: << Dios es amor >>. Dice, pues, el
soneto ( que acaba también preguntando):
No habré hecho el amor, no habré tenido
la gloria humana de engendrar, mi nombre
no dará nombre a nadie,
no habré sido,
en la acepción cabal
del mundo, un hombre.
De soledad en soledad
migrando,
sin más hogar que el Viento y el Servicio,
Tu hoy voraz habrá sido
mi cuándo,
mi navegante paz, Tu
precipicio.
¿Te habré amado a Ti,
Amor, amado
haciendo el buen amor
de otros mil modos,
buscándote en la noche
y el pecado,
sintiéndote en el grito y en la herida,
reconociéndote amable
en todos,
dándote nombre en mi
pequeña vida?