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25 de septiembre de 2020

Carta a Dios de Pedro Casaldáliga

 Dios es amor

Me piden, Dios << mío >>, que te escriba una carta. Atrevimiento de quien me lo pide y atrevimiento mío en aceptar el pedido. Y de pronto me sorprendo, alarmado, preguntándote sin más, no lo que Tú me dices a mí, sino lo que yo he de decir de Ti a los demás. Te supongo, pues, muy bien conocido por mí y me supongo yo muy autorizado para presentarte… Evidentemente se trata de un grave síntoma de arrogancia sacerdotal y de productividad apostólica. Decirte, predicarte, pasarte como una mercancía de obligado consumo, esa es la obsesión; muy clerical, por cierto.

Perdóname. Ponme en estado de silencio y de escucha.  Dime qué me dices a mí, de Ti. ¿Quién eres Tú. Señor?. ¿Cómo te llamas de verdad? ¿Cómo eres? ¿Qué quieres de mí, qué quieres de este mundo que de Ti ha salido? ¡Te hemos manipulado tanto! Tu nombre lo viene justificando todo; todos los miedos, todas las codicias, todas las mentiras, todas las guerras. Tu nombre provoca las mayores decepciones y las más hondas revueltas.

Últimamente, queriendo liberarte y liberarme, a partir de la Primera Asamblea del Pueblo de Dios, en las alturas de Quito, allá por los años noventa, cuando se celebraba la evangelización conquistadora de Nuestra América, Te he invocado muchas veces como << el Dios de todos los nombres y mayor que todos ellos >>; y acabo de descubrir ahora que hace siglos ya Gregorio Nazianceno te decía: << Tú posees todos los nombres, ¿cómo te nombraré a Ti, único a quien no se puede nombrar?>>.

¿Qué digo de Ti? ¿Qué no debo decir? ¿Quién eres? Dímelo Tú. Enséñame a escuchar todo, algo, de lo que Tú ya me has dicho: por la vibración del ala de una mariposa o por la voz humana de Jesús de Nazaret; en el canto místico de Juan de la Cruz o en la blasfemia enloquecida de Friedrich Nietzsche; lo que de Ti dicen la Naturaleza, la Biblia y tantas palabras sagradas o profanas, preñadas de búsqueda, y tantos testimonios de quienes saben jugarse la vida, de golpe, por Ti, o en la diaria hacendosa fidelidad de esas mujeres campesinas que creen en Ti más que en su propia vida….

Si te escucho humildemente, quizás podré decirte con una relativa verosimilitud, cuando sea la hora de decirte. Sabré callarte, que es mejor que decirte, a veces. Te diré sin altisonancias, con un gesto de amistad, con un pequeño servicio o una cálida acogida. Tú te dirás a través de mi destartalada existencia, si llego a ponerme como un barro dócil en tus manos de Alfarero mayor. Los ateísmos son casi siempre una reacción comprensible frente al dogmatismo, o la idolatría, o el fariseísmo. Hay muchas confesiones de fe en Ti que son tu negación.

Un día, pensando y pensando mi vida, su utilidad o inutilidad, escribí un soneto. Sé que te gusta la poesía. Poeta máximo que eres Tú, Hacedor de la Vida y de la Belleza. El soneto empieza hablando de mi celibato y acaba hablando de Ti. Célibe o casada, anónima o pública, cualquier vida, más que cualquier palabra, podría, debería, hablar de Ti a cuantos te buscan, con cuantos te dicen: ecos tuyos somos siempre. El soneto se titula ¿Habré amado? Preguntando por el amor. Porque de eso se trata, de amor. Quién ama, te dice; quien no ama, te niega. Después de todas las narraciones y elucubraciones sobre la vida, muerte y resurrección de Jesús – esa Presencia tuya hecha carne e historia -  el Nuevo Testamento termina sintetizándote así: << Dios es amor >>. Dice, pues, el soneto ( que acaba también preguntando):


No habré hecho el amor, no habré tenido

la gloria humana de engendrar, mi nombre

no dará nombre a nadie, no habré sido,

en la acepción cabal del mundo, un hombre.

 

De soledad en soledad migrando,

sin más hogar que el Viento y el Servicio,

Tu hoy voraz habrá sido mi cuándo,

mi navegante paz, Tu precipicio.

 

¿Te habré amado a Ti, Amor, amado

haciendo el buen amor de otros mil modos,

buscándote en la noche y el pecado,

 

sintiéndote en el grito y en la herida,

reconociéndote amable en todos,

dándote nombre en mi pequeña vida?


 Pedro Casaldáliga