Escrito
por Gonzalo Haya
Los cuatro grandes
profetas del siglo VIII a. C. nos resultarán más cercanos porque vivieron una
situación más parecida a la nuestra de prosperidad para los ricos y de extrema
desigualdad con los empobrecidos. Denunciaron, con duro lenguaje la desigualdad
social, la corrupción de los ricos, la corrupción religiosa, y una religión más
centrada en unas prácticas superficiales que en la solidaridad humana.
Amós (780-740 a. C.)
Amós, el profeta de la
justicia, era un pastor del reino del Sur que fue enviado por Dios al reino del
Norte para denunciar las injusticias sociales, políticas y religiosas, hasta
que fue expulsado por el sacerdote Ananías por sus invectivas contra el rey
Jeroboán. Tuvo una acertada visión política al prever, contra todas las
circunstancias, la deportación del pueblo, que anunció como castigo de Dios. Y
una visión universalista sobre Dios, que superaba el nacionalismo judío: “Esto
dice el Señor, cuyo nombre es Dios del universo”(Am 5,27).
Su lenguaje es duro,
extremista, unilateral y sarcástico, con metáforas muy expresivas, pero también
con nombres y situaciones concretas que resultarían ofensivas para muchos de
sus oyentes, aunque a nosotros nos dicen poco porque desconocemos las
situaciones a las que alude; podemos hacernos una idea recordando los sermones
de fray Antonio de Montesinos a los militares y colonos en La Española.
Para que caigamos en la
cuenta de la crudeza de este lenguaje, Sicre pone unos ejemplos de su
equivalente a nuestra vida actual, como este oráculo (que seguramente nos
escandalizará) sobre el culto y la falsa seguridad religiosa que se le
atribuía.
Así dice el Señor a la
casa de Israel:
Buscadme y viviréis; no
busquéis a Betel,
no vayáis a Guilgal,
no os dirijáis a
Berseba;
que Guilgal irá cautiva
y Betel se volverá Betavén
Buscad al Señor y
viviréis (Am 5,4-5)
Así dice el Señor a los
católicos:
Interesaos por mí y
viviréis;
Pero no os intereséis
por el Pilar,
no vayáis a Santiago,
no acudáis al Rocío.
Que el Pilar caerá por
tierra,
y el Rocío se volverá
tormenta.
Interesaos por el Señor
y viviréis.
Interesarse por Dioses
denunciar y eliminar las injusticias sociales, como expresa más adelante:
“Detesto y aborrezco vuestras fiestas, me disgustan vuestras asambleas. Me
presentáis vuestros holocaustos, vuestras ofrendas que yo no acepto… Que fluya
el derecho como agua, y la justicia como un río inagotable” (Am 5,21-24); “Y
porque pisoteáis al indigente exigiéndole el impuesto del grano, no habitaréis
esas casas construidas sirviéndoos de piedras talladas...” (Am 5,11).
Como dice Spong,
“Después de Amós, adoración y justicia ya nunca más estarían separados para el
judaísmo verdadero...la justicia entre los hombres sería la expresión de la
verdadera liturgia divina”.
Oseas (800-725)
Igual que Amós, Oseas
profetizó en el reino del Norte, denunció con duro lenguaje las injusticias
sociales, la idolatría, la corrupción de los sacerdotes y de la casa real, y el
culto superficial a Yahvé, pero su enfoque es distinto. Oseas es el profeta del
amor, del amor de padre (c. 11) y del amor de esposo celoso que amenaza pero
luego perdona las infidelidades del pueblo.
La profecía de Oseas es
un gran poema de amor que cambia la imagen de un Dios legislador y juez por la
de un amor ilimitado, expresado no sólo con palabras sino con su propia vida.
Su lenguaje es claro, emocional, y perfectamente asequible para nosotros. Su
vida fue un reflejo de la relación de amor sin límite de Yahvé con su pueblo.
Vida y mensaje coinciden.
Se casó con una
prostituta porque, como expresa al inicio del libro “El Señor dijo a Oseas:
anda, cásate con una prostituta” (1,2), “porque así también el Señor ama los
israelitas, aunque ellos se vuelvan a otros dioses” (3,1) porque adoran a los
dioses de la abundancia y la fertilidad.
Algunos Santos Padres
encontraron cierta inmoralidad en este consejo divino, y consideraron todo el
relato como una parábola; pero la mayoría de los exegetas lo consideran una
realidad, una acción simbólica y profética. Actualmente podemos interpretar que
Oseas se enamoró de una prostituta, sufrió sus continuas infidelidades, se
enfurecía pero seguía amándola y perdonándola; la experiencia de este profundo
amor le llevó a comprender (y aquí estaría la inspiración) que así es el amor
de Dios por su pueblo (Os 1,2 – 3,5).
Amor celoso y
enfurecido que anuncia el castigo “seré para ellos un león, una pantera
acechando el camino. Los atacaré como una osa cuando es privada de sus crías”,
pero también la promesa de salvación “Seré para Israel como el rocío, florecerá
como el lirio y sus raíces serán tan firmes como los árboles del Líbano” (c. 13
y 14)).
Miqueas (740-687)
Miqueas es un campesino
que huye a Jerusalén por la invasión siria del sur de Judea. Su profecía
denuncia, como Amós y Oseas, la opresión que los poderosos ejercen sobre los
pobres, la corrupción de los jueces y los sacerdotes, y la superficialidad del
culto.
El libro de sus
profecías muestra una importante reelaboración y añadidos de otro autor. El
estilo es muy expresivo con datos realistas y expresiones de gran crudeza:
“arrancáis la piel de la gente y dejáis sus huesos al desnudo… Cortan su carne
en pedazos para echarlos a la olla” (3,1-5).
En sus profecías
encontramos la promesa de “congregar al resto de Israel”, “convertir sus
espadas en arados” y atraer a todas las naciones “al monte de la casa del
Señor”;y sobre todo su profecía de un rey mesiánico que nacerá en Belén
(Miqueas 5,1-4; Mateo 2,4-6). En 1Reyes se narra su desafío al rey Josafat y el
bofetón que recibió por contestar así al rey (posible precedente para elaborar
la historia de la Pasión de Jesús).
Spong resume en el
capítulo 6 el mensaje de Miqueas: “El Señor entabla juicio con su pueblo…
Pueblo mío, qué te hice, en qué te molesté? Respóndeme”. El pueblo piensa cómo
desagraviar al Señor: “¿Con qué me presentaré al Señor...con holocaustos, con
becerros añojos?” y llega a pensar en sacrificios humanos: “Le ofreceré mi
primogénito por mi culpa, o el fruto de mi vientre por mi pecado?”. Miqueas le
responde al pueblo: “Hombre ya te ha explicado lo que está bien, lo que el
Señor desea de ti: que defiendas el derecho y ames la lealtad, que seas humilde
con tu Dios”(6,1-9).
Isaías I (c. 1-39)
(760-701)
Es el profeta más
conocido por sus predicciones sobre el Mesías: “la joven está encinta y dará a
luz un hijo, y le pondrá por nombre Dios-con-nosotros” (7,14).
Los exégetas han
comprobado que este libro no puede ser de un solo autor, por lo que distinguen
entre Isaías I, al que a atribuyen aproximadamente los capítulo 1-39 (aunque
con intercalados posteriores), Isaías II, y III (siglo VI a. C).
Isaías es un profeta de
la corte y del templo pero, como los profetas campesinos, denuncia las
injusticias sociales: “¡Ay de los que especulan con casas, y juntan campo con
campo...”(5,8-14) y el falso culto: “¿Qué me importa el número de vuestros
sacrificios? Dice el Señor. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de
cebones...Vuestras solemnidades y fiestas las detesto… cesad de obrar el
mal...”(1,10-17); pero se caracteriza especialmente por la gran manifestación
de la majestad de Dios (teofanía del c. 6), la fidelidad de un “resto de
Israel”, y la reconciliación final de todos en Jerusalén.
Su lenguaje es de gran
calidad literaria, sereno y preciso, gran poeta, con imágenes originales, y
cantos como el de la viña (5,1-7) y el de Ezequías en su enfermedad (38,9-20).
Los capítulos 24-27, el
apocalipsis de Isaías, fue escrito durante el siglo IV.
Siglo VII – VI
A mediados del siglo
VII el rey Josías realiza una gran reforma religiosa apoyado por algunos
profetas: Sofonías, que había denunciado el contagio de idolatría; Nahum, que
anunció la caída de Nínive;Habacuc, que interpela a Dios por su silencio ante
la injusticia de los opresores y el clamor de los oprimidos;Joel, que predice
la venida del Espíritu sobre todo el pueblo, como confirma Lucas en Pentecostés
(Hechos 2,17-21).
Jeremías fue el
principal apoyo de la reforma de Josías. Sacerdote de origen rural, ejerció el
profetismo entre finales del s. VII y comienzos del VI; defendió las
tradiciones de la Alianza con Yahvé y la reunión de los reinos del Norte y del
Sur centrándolos en el Templo de Jerusalén. Denunció las injusticias y
contribuyó en gran medida a la redacción del Deuteronomio. Sus escritos fueron
reinterpretados por los deuteronomistas en un sentido más laical, hasta el
punto de que la versión griega es notablemente más extensa que la original
hebrea.
Su vida y su obra se
dividen en dos periodos política y socialmente muy diferentes marcados por la
muerte del rey Josías (609 a. C.); la restauración religiosa y social de Josías
cayó de nuevo en la corrupción y la debilidad política, con la primera
deportación a Babilonia (597 a. C.). Jeremías murió desterrado en Egipto.
Su estilo mezcla la
narración con la poesía, poemas construidos con realidades de la vida diaria, y
acciones simbólicas como la del cinturón que se pudre o la cesta de higos; pero
se caracteriza por sus relatos biográficos (c. 26-45) en los que manifiesta
abiertamente sus sentimientos especialmente en sus “confesiones” (c. 11; 15;
17; 18; 20) : “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir… ¡Maldito el día en que
nací… ¿Por qué salí del vientre de mi madre para pasar trabajos y penas, y acabar
mis días derrotado!” (Jer. 20).
En su teología puede
resultarnos difícil de entender la crudeza con que le atribuye directamente a
Dios estas devastadoras invasiones de castigo por la infidelidad del pueblo:
“mandaré a buscar… a mi siervo Nabucodonosor, rey de Babilonia, y los traeré
contra esta tierra y sus habitantes” (25,9); pero él mismo afirma que “En
aquellos días ya no dirán: los padres comieron los agraces y los hijos padecen
dentera, sino que cada cual morirá por su propia culpa” (31,30), y que esta
invasión de Nabucodonosor se debe al orgullo del rey Joaquín que lo desafía, y
que se podría evitar con un pacto (c. 36-38).
Esta teología del
castigo se compensa con un mensaje de salvación: cambiaré la suerte de mi
pueblo, Israel y Judá, dice el Señor, y los volveré a llevar a la tierra que di
en posesión a sus padres” (30,3).
El libro de Las
lamentaciones.
La Biblia griega y la
Vulgata atribuyen este libro a Jeremías, pero los estudios muestran que sería
obra de diversos autores de la misma época y con algunas semejanzas, pero con
apreciables diferencias. (Lo veremos al tratar de los Libros poéticos).
Carta de Jeremías
Un autor anónimo,
inspirado en la carta de Jeremías a los desterrados (Jeremías c. 29), compuso
esta sátira contra la idolatría probablemente en el periodo helenista (s. IV-II
a. C.). Está dirigida supuestamente a los hebreos deportados a Babilonia, pero
en realidad a todos los judíos de la diáspora a fin de que no se contagiaran
con las prácticas idolátricas. El texto está en griego, por lo que no fue
incluida en el canon hebreo.
Se trata de diez
secciones centradas en el estribillo “A la vista está que no son dioses; no les
tengáis ningún temor”.Repite la argumentación de Jeremías pero en general
emplea un tono burlesco y superficial, que podría emplearse igualmente hoy por
quienes quisieran burlarse de nuestras imágenes religiosas.
9 de septiembre 2020