El
Señor es compasivo y misericordioso (salmo 102)
Me dijeron que eres grande y poderoso
que llevabas cuentas de mis faltas y pecados,
que llevabas cuentas de mis faltas y pecados,
que no dejabas sin
castigo las ofensas,
y que al final las
cuentas todas se ajustaban
Yo temía conocer tu
santo nombre
y temblaba angustiado
en tu presencia,
como el reo convicto
ante sus jueces,
como el gusano ante la
bota que lo aplasta.
¿Quién eres tú, Dios
mío?
Empecé a estudiar las
historias de tu libro
y me asustaron algunas
de sus páginas:
te pintaban como el
Dios de los ejércitos
que condena al anatema,
al enemigo,
y venga por mil
generaciones los pecados.
¿Quién eres tú, Dios
mío?
Busqué con angustia
hasta ser iluminado;
era una luz pequeña que
crecía y crecía
hasta llegar al sol de
Jesucristo.
Y el cielo empezó a
llover su gracia,
e inundaba mi corazón,
desbordante de gozo y
de ternura.
¿Quién eres tú, Dios
mío?
Y alguien me habló
desde muy dentro:
“Yo no soy. Yo te
quiero. Yo soy el que te quiero.
Búscame solo en el
amor”
¿Quién eres tú, Dios
mío?
¿Quién eres tú, mi
amor?
¿Quién eres tú,
corazón?