Fratelli Tutti
CAPÍTULO SEGUNDO
UN EXTRAÑO
EN EL CAMINO
56. Todo lo que mencioné en el
capítulo anterior es más que una aséptica descripción de la realidad, ya que
«los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de
nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez
gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.
Nada hay verdaderamente humano que no
encuentre eco en su corazón» [53]. En el intento de buscar una luz en medio de
lo que estamos viviendo, y antes de plantear algunas líneas de acción, propongo
dedicar un capítulo a una parábola dicha por Jesucristo hace dos mil años.
Porque, si bien esta carta está dirigida a todas las personas de buena
voluntad, más allá de sus convicciones religiosas, la parábola se expresa de
tal manera que cualquiera de nosotros puede dejarse interpelar por ella.
«Un maestro de la Ley se levantó y le
preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
“Maestro, ¿qué debo hacer para
heredar la vida eterna?”. Jesús le preguntó a su
vez: “Qué está escrito en la Ley?,
¿qué lees en ella?”. Él le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prójimo como
a ti mismo”. Entonces Jesús le dijo: “Has respondido bien; pero ahora
practícalo y vivirás”. El maestro de la Ley, queriendo justificarse, le volvió
a preguntar: “¿Quién es mi prójimo?”. Jesús tomó la palabra y dijo: “Un hombre
bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, quienes, después
de despojarlo de todo y herirlo, se fueron, dejándolo por muerto.
Por casualidad, un sacerdote bajaba
por el mismo camino, lo vio, dio un rodeo y pasó de largo. Igual hizo un levita,
que llegó al mismo lugar, dio un rodeo y pasó de largo. En cambio, un
samaritano, que iba de viaje, llegó a donde estaba el hombre herido y, al
verlo, se conmovió profundamente, se acercó y le vendó sus heridas, curándolas
con aceite y vino. Después lo cargó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un
albergue y se quedó cuidándolo. A la mañana siguiente le dio al dueño del
albergue dos monedas de plata y le dijo: ‘Cuídalo, y, si gastas de más, te lo
pagaré a mi regreso’. ¿Cuál de estos tres te parece que se comportó como prójimo
del hombre que cayó en manos de los ladrones?” El maestro de la Ley respondió:
“El que lo trato con misericordia”. Entonces Jesús le dijo: “Tienes que ir y
hacer lo mismo» (Lc 10,25-37).