El riesgo de defraudar a Dios
Dijo
Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
Escuchad otra parábola: había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a unos, mataron a otro y a otro le apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo diciéndose:<<Tendrán respeto a mi hijo>>. Pero los labradores al ver al hijo, se dijeron: <<Este es el heredero; venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia>>. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.
Y
ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?
Le
contestaron:
Hará
morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que
le entreguen los frutos a sus tiempos.
Y
Jesús les dice:
¿No
habéis leído nunca en la Escritura: <<La piedra que desecharon los
arquitectos es ahora la piedra angular.Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido
un milagro patente>>?
Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos (Mateo 21, 33-43).
EL
RIESGO DE DEFRAUDAR A DIOS
La
parábola de los <<viñadores homicidas>> es tan dura que a los
cristianos nos cuesta pensar que esta advertencia profética, dirigida por Jesús
a los dirigentes religiosos de su tiempo, tenga algo que ver con nosotros.
En
la <<viña de Dios>> no hay sitio para quienes no aportan frutos. En
el proyecto del reino de Dios que Jesús anuncia y promueve no pueden seguir
ocupando un lugar <<labradores>> indignos que no reconozcan el
señorío de su Hijo, porque se sienten propietarios, señores y amos del pueblo
de Dios. Han de ser sustituidos por << un pueblo que produzca frutos>>.
A
veces pensamos que esta parábola tan amenazadora vale para el pueblo del
Antiguo Testamento, pero no para nosotros, que somos el pueblo de la Nueva
Alianza y tenemos ya la garantía de que Cristo estará siempre con nosotros.
Es
un error. La parábola está hablando también de nosotros. Dios no tiene por qué
bendecir un cristianismo estéril del que no recibe los frutos que espera. No
tiene por qué identificarse con nuestras incoherencias, desviaciones y poca
fidelidad. También ahora Dios quiere que los trabajadores indignos de su viña
sean sustituidos por un pueblo que produzca frutos dignos del reino de Dios.
DURA
CRÍTICA A LOS DIRIGENTES RELIGIOSOS
El reino
de Dios no es de la Iglesia. No pertenece a la jerarquía. No es propiedad de
estos teólogos o de aquellos. Su único dueño es el Padre. Nadie se ha de sentir
propietario de su verdad ni de su espíritu. El reino de Dios está en <<
el pueblo que produce sus frutos>> de justicia, compasión y defensa de
los últimos.
La
mayor tragedia que puede sucederle al cristianismo de hoy y de siempre es que
mate la voz de los profetas, que los sumos sacerdotes se sientan dueños de la
<< viña del Señor>> y que entre todos, echemos al Hijo <<
fuera >>, ahogando su Espíritu. Si la Iglesia no responde a las
esperanzas que ha puesto en ella su Señor, Dios abrirá nuevos caminos de
salvación en pueblos que produzcan frutos.
EL
PELIGRO DE AHOGAR LA VOZ DE LOS PROFETAS
El
peligro siempre es el mismo. Israel se sentía seguro: tenían las Escrituras
Sagradas; poseían el templo; se celebraba escrupulosamente el culto; se
predicaba la ley; se defendían las instituciones. No parecía necesario nada
nuevo. Bastaba conservarlo todo en orden. Es lo más peligroso que le puede
suceder a una religión: que se ahogue la voz de los profetas y que los
sacerdotes sintiéndose los dueños de la <<viña del señor>> quieran
administrarla como propiedad suya.
Es
también nuestro peligro. Pensar que la fidelidad de la Iglesia está garantizada
por pertenecer a la Nueva Alianza. Sentirnos seguro por tener a Cristo en
propiedad.
Sin
embargo, Dios no es propiedad de nadie. Su viña le pertenece solo a él. Y si la
Iglesia no produce los frutos que él espera, Dios seguirá abriendo nuevos
caminos de salvación.
¿ACASO
MATAR A DIOS NO ES MATAR AL HOMBRE?
Esta
es la convicción profunda que se encierra en muchos proyectos de liberación que
se le ofrecen al hombre moderno, sean de carácter cientifista, de inspiración
marxiana o de origen freudiano.
Ha
llegado el momento de emanciparnos de toda tutela religiosa. Dios es un
obstáculo para la autonomía y el crecimiento del ser humano. Hay que matar a
Dios para que nazca el verdadero hombre. Es, una vez más, la actitud de los
viñadores de la parábola: <<Venid, lo matamos y nos quedamos con su
herencia>>
<<El
desarrollo científico, privado de dirección y de sentido, está convirtiendo el
mundo en una inmensa fábrica>>(Herbert Marcuse ) y van produciendo no
solo máquinas que asemejan a hombres, sino << hombres que se asemejan
cada vez más a máquinas>> (Ignazio Silone).
LOS
FRUTOS DE LA SOCIEDAD ACTUAL
El
afán de poseer va configurando poco a poco un estilo de hombre insolidario,
preocupado casi exclusivamente de sus bienes indiferente al bien común de la
sociedad. No olvidemos que si a la propiedad se la llama
<<privada>> es precisamente porque se considera al propietario con
poder para privar a los demás de su uso o disfrute. El resultado es una
sociedad estructurada en función de los intereses de los más poderosos, y no al
servicio de los más necesitados y más <<privados>> de bienestar.
Por
otra parte, el deseo ilimitado de adquirir, conservar y aumentar los propios
bienes va creando un ser humano que lucha egoístamente por lo suyo y se
organiza para defenderse de los demás. Va surgiendo así una sociedad que separa
y enfrenta a los individuos empujándolos hacia la rivalidad y la competencia y
no hacia la solidaridad y el mutuo servicio.
Por
fín, el deseo de poder propicia una sociedad asentada en la agresividad y la
violencia, donde, con frecuencia solo cuenta la ley del más fuerte y poderoso.
No
lo olvidemos. En la sociedad se recogen los frutos que se van sembrando en
nuestras familias, centros docentes, instituciones políticas, estructuras
sociales y comunidades religiosas.
Erich
Fromm se preguntaba con razón: <<¿Es cristiano el mundo
occidental?>>. A juzgar por los frutos, la respuesta sería básicamente
negativa. Nuestra sociedad occidental apenas produce <<frutos del reino
de Dios>>: solidaridad, fraternidad, mutuo servicio, justicia para los
más desfavorecidos, perdón.
Hoy
seguimos escuchando el grito de alerta de Jesús: <<El reino de Dios se
dará a un pueblo que produzca sus frutos>>. No es el momento de
lamentarse estérilmente. La creación de una sociedad nueva solo es posible si
los estímulos de lucro, poder y dominio son sustituidos por los de la
solidaridad y la fraternidad.
José Antonio Pagola