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3 de octubre de 2020

Reflexión del Evangelio

 

El riesgo de defraudar a Dios

 


Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

Escuchad otra parábola: había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a unos, mataron a otro y a otro le apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo diciéndose:<<Tendrán respeto a mi hijo>>. Pero los labradores al ver al hijo, se dijeron: <<Este es el heredero; venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia>>. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.

Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?

Le contestaron:

Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos.

Y Jesús les dice:

¿No habéis leído nunca en la Escritura: <<La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente>>?

Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos (Mateo 21, 33-43).

EL RIESGO DE DEFRAUDAR A DIOS

La parábola de los <<viñadores homicidas>> es tan dura que a los cristianos nos cuesta pensar que esta advertencia profética, dirigida por Jesús a los dirigentes religiosos de su tiempo, tenga algo que ver con nosotros.

En la <<viña de Dios>> no hay sitio para quienes no aportan frutos. En el proyecto del reino de Dios que Jesús anuncia y promueve no pueden seguir ocupando un lugar <<labradores>> indignos que no reconozcan el señorío de su Hijo, porque se sienten propietarios, señores y amos del pueblo de Dios. Han de ser sustituidos por << un pueblo que produzca frutos>>.

A veces pensamos que esta parábola tan amenazadora vale para el pueblo del Antiguo Testamento, pero no para nosotros, que somos el pueblo de la Nueva Alianza y tenemos ya la garantía de que Cristo estará siempre con nosotros.

Es un error. La parábola está hablando también de nosotros. Dios no tiene por qué bendecir un cristianismo estéril del que no recibe los frutos que espera. No tiene por qué identificarse con nuestras incoherencias, desviaciones y poca fidelidad. También ahora Dios quiere que los trabajadores indignos de su viña sean sustituidos por un pueblo que produzca frutos dignos del reino de Dios.



DURA CRÍTICA A LOS DIRIGENTES RELIGIOSOS

El reino de Dios no es de la Iglesia. No pertenece a la jerarquía. No es propiedad de estos teólogos o de aquellos. Su único dueño es el Padre. Nadie se ha de sentir propietario de su verdad ni de su espíritu. El reino de Dios está en << el pueblo que produce sus frutos>> de justicia, compasión y defensa de los últimos.

La mayor tragedia que puede sucederle al cristianismo de hoy y de siempre es que mate la voz de los profetas, que los sumos sacerdotes se sientan dueños de la << viña del Señor>> y que entre todos, echemos al Hijo << fuera >>, ahogando su Espíritu. Si la Iglesia no responde a las esperanzas que ha puesto en ella su Señor, Dios abrirá nuevos caminos de salvación en pueblos que produzcan frutos.

EL PELIGRO DE AHOGAR LA VOZ DE LOS PROFETAS

El peligro siempre es el mismo. Israel se sentía seguro: tenían las Escrituras Sagradas; poseían el templo; se celebraba escrupulosamente el culto; se predicaba la ley; se defendían las instituciones. No parecía necesario nada nuevo. Bastaba conservarlo todo en orden. Es lo más peligroso que le puede suceder a una religión: que se ahogue la voz de los profetas y que los sacerdotes sintiéndose los dueños de la <<viña del señor>> quieran administrarla como propiedad suya.

Es también nuestro peligro. Pensar que la fidelidad de la Iglesia está garantizada por pertenecer a la Nueva Alianza. Sentirnos seguro por tener a Cristo en propiedad.

Sin embargo, Dios no es propiedad de nadie. Su viña le pertenece solo a él. Y si la Iglesia no produce los frutos que él espera, Dios seguirá abriendo nuevos caminos de salvación.

¿ACASO MATAR A DIOS NO ES MATAR AL HOMBRE?

Esta es la convicción profunda que se encierra en muchos proyectos de liberación que se le ofrecen al hombre moderno, sean de carácter cientifista, de inspiración marxiana o de origen freudiano.

Ha llegado el momento de emanciparnos de toda tutela religiosa. Dios es un obstáculo para la autonomía y el crecimiento del ser humano. Hay que matar a Dios para que nazca el verdadero hombre. Es, una vez más, la actitud de los viñadores de la parábola: <<Venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia>>

<<El desarrollo científico, privado de dirección y de sentido, está convirtiendo el mundo en una inmensa fábrica>>(Herbert Marcuse ) y van produciendo no solo máquinas que asemejan a hombres, sino << hombres que se asemejan cada vez más a máquinas>> (Ignazio Silone).



LOS FRUTOS DE LA SOCIEDAD ACTUAL

El afán de poseer va configurando poco a poco un estilo de hombre insolidario, preocupado casi exclusivamente de sus bienes indiferente al bien común de la sociedad. No olvidemos que si a la propiedad se la llama <<privada>> es precisamente porque se considera al propietario con poder para privar a los demás de su uso o disfrute. El resultado es una sociedad estructurada en función de los intereses de los más poderosos, y no al servicio de los más necesitados y más <<privados>> de bienestar.

Por otra parte, el deseo ilimitado de adquirir, conservar y aumentar los propios bienes va creando un ser humano que lucha egoístamente por lo suyo y se organiza para defenderse de los demás. Va surgiendo así una sociedad que separa y enfrenta a los individuos empujándolos hacia la rivalidad y la competencia y no hacia la solidaridad y el mutuo servicio.

Por fín, el deseo de poder propicia una sociedad asentada en la agresividad y la violencia, donde, con frecuencia solo cuenta la ley del más fuerte y poderoso.

No lo olvidemos. En la sociedad se recogen los frutos que se van sembrando en nuestras familias, centros docentes, instituciones políticas, estructuras sociales y comunidades religiosas.

Erich Fromm se preguntaba con razón: <<¿Es cristiano el mundo occidental?>>. A juzgar por los frutos, la respuesta sería básicamente negativa. Nuestra sociedad occidental apenas produce <<frutos del reino de Dios>>: solidaridad, fraternidad, mutuo servicio, justicia para los más desfavorecidos, perdón.

Hoy seguimos escuchando el grito de alerta de Jesús: <<El reino de Dios se dará a un pueblo que produzca sus frutos>>. No es el momento de lamentarse estérilmente. La creación de una sociedad nueva solo es posible si los estímulos de lucro, poder y dominio son sustituidos por los de la solidaridad y la fraternidad.

José Antonio Pagola 

Tomado de: feadulta.com