María Isabel Serrano nos comparte en pequeñas entregas su libro
VOLVER A CASA CON JESÚS: EL CORAZÓN LATIENDO SEMILLAS.
Amablemente nos permite compartirlo en nuestro blog y lo ponemos a disposición de ustedes si quieren seguirle desde su página en el siguiente enlace:
https://elblogdemaribelserrano.com/volver-a-casa-con-jesus-por-capitulos/
María Isabel Serrano González
VOLVER A CASA CON JESÚS:
EL CORAZÓN LATIENDO SEMILLAS
A todas las
personas que con su testimonio o su palabra, me han acercado a Jesús y su
evangelio, al bien, la bondad, y la belleza.
A mi marido Juan Manuel, mis hijas Tania, Cristina y Carlos; y a
mis queridos nietos, Rubén e Irene.
“Y me dijo Jesús: No te preocupes, yo te daré libro vivo….
Bendito sea tal libro, que deja
impreso lo que se ha de leer y hacer, de manera que no se puede
olvidar”.
Santa Teresa de Jesús. V26,6.
Presentación
“Que me conceda Dios, saber expresarme, y pensar
como corresponde a ese don, pues Él es el mentor de la sabiduría, y quien marca
el camino de los sabios. Porque en sus manos estamos nosotros y nuestras
palabras, y toda la prudencia y el talento” SAb7-15,1.
Escribir del evangelio y mi relación con él nunca se me había ocurrido. Nunca había planificado abrir mi meditación y mi oración a otros; pero este evangelio de Mc, de la hemorroísa y la hija de Jairo, me ha conmovido profundamente, me ha metido en la dinámica de su palabra; literalmente me ha arrastrado; con él he recorrido mucha vida. Me ha hecho sentir, decir, y celebrar mucho. He estado diez meses orando con él, palpitando con la vida, conociendo a Jesús y conociéndome a mí. Pero sobre todo amando y llenándome de esperanza en medio de tanto dolor que nos rodea. Quiero compartir esa esperanza.
La palabra es, que me atrapó profundamente, al
mismo tiempo que me soltaba libre. Una experiencia de interiorización, de encuentro
con Jesús, viéndole atravesar la historia, y que atravesaba y resurgía la mía.
Llevo muchos años rezando con el evangelio.
Todos los pasajes me parecen llenos de riqueza, en todos he visto cómo se
trasforma nuestro corazón en él. Es verdad lo que se dice, que el evangelio y
todo lo que se escribe sobre él, es un legado espiritual de experiencias, de
emociones, y relaciones con Dios; que nos encarna en un continuo histórico y
nos abre al infinito.
También, hay algo más, que se puede decir, y de
ello he escrito. No faltan mis reflexiones sobre la vida, en relación, con los
acontecimientos que ocurren en el evangelio, y que por mi profesión de médico
me tocan muy de cerca. Para seguir el hilo, hay que leer previamente el
evangelio Mc 5,21-43. “Curación de la hemorroísa y Resurrección de la hija de
Jairo”.
Este evangelio es un relato que invita a
adentrarnos en la vida nuestra y de nuestra sociedad, tan compleja y tan
diversas, sugerida y evocada por el encuentro de Jesús y los personajes de
Jairo y la Mujer, llamada hemorroísa, y la niña. El contexto cultural y social
que marginaba a la mujer por ser mujer y a los enfermos; que tiene un profundo
eco en nuestro presente, en nuestra sociedad actual que es una sociedad de
exclusión y está empezando a llenarse de intolerancia. La presencia de Jesús
integrando y acogiendo toda diversidad, tiene su eco también en nuestros días
en tantas redes de solidaridad y compromiso. Por supuesto que detrás de todo lo
escrito, late la pregunta qué es la fe; que es lo que le pide Jesús a
Jairo, y qué es no tener miedo.
En el horizonte está también,
la experiencia de que hoy podemos seguir creyendo en Jesús, que es nuestra
esperanza.
La forma en cómo me acerco al
evangelio, es bien conocida.
Disponer tu corazón para acoger la
palabra y empezar a leer,escuchando y escuchándote; emocionarte, ver cómo te
habla, hablar tú, y ver tu vida en ella, la vida toda en esa palabra que es
Palabra de Dios. Este evangelio me atrapó desde la primera palabra y la
experiencia no se agotaba; volvía una y otra vez sobre loescrito y orado, y
aparecía la vida cada vez más discernida, y yo deseosa de amar más y mejor. La
claridad brotaba de su directo roce… El amor es también una forma de conocer.
¿Por qué dio tanto de sí para
que haya podido hacer un relato? Porque el evangelio nos habla de la
experiencia, y la experiencia no se agota nunca, porque nos habla de Dios.
Se trata de un relato de
oración peregrina, junto a dos personajes que buscan a Jesús con sus mochilas
llenas de necesidades y de súplicas.
Oración que intenta
acompañar, contemplar y sorprenderse con Jesús que escucha, pero que alarga el
peregrinaje para revelarnos lo que no éramos capaces de reconocer; y ni
siquiera vislumbrar. La oración con Jesús en este pasaje evangélico es una
ventana abierta a otras muchas vidas, otras muchas personas, otras muchas
maneras de peregrinar por la vida de entonces, el tiempo de Jesús, y de la
época actual, de nuestro mundo, porque todo tiempo, es tiempo de Dios, el
tiempo de Cristo.
Y en todo el relato late la
pregunta ¿Puede haber oración cristiana sin abrirse a la vida y a toda realidad
que conocemos y sabemos de nuestro mundo? ¿Puede ser la oración o la
contemplación, una huida o un escape de lo que acontece y preocupa a los hombres
y mujeres de nuestro mundo; de todo el mundo?
Anotaba todo lo que escribía,
la palabra me hablaba a mí y de mí; me hablaba del mundo y me metía
profundamente en él, sobre todo en su dolor, en su impotencia y en su
injusticia, y allí, encontraba a Dios dando vida. Terminaba con una oración,
una poesía.
Cuando termino el pasaje
vuelvo a él, pero a través de lo que he vivido, y se va enriqueciendo el
contenido; surgen más enseñanzas, más luz, más dolerte la injusticia, más
descubrir la belleza, más intimidad. Se va alumbrando una lucidez nueva, y una
sensibilidad más viva para percibir y acoger todo lo que la vida cotidiana
tiene de don. Lo expresa mejor Santa Teresa: “Quedome una verdad de
esta divina verdad”.
Esta lectura de este capítulo
del evangelio ha sido un viaje como el que hizo Jairo con Jesús de vuelta a
casa. Un viaje lleno de enseñanzas y fecundidad. Un viaje a mi interior, a mi
mundo interno que tiene claridad, que tiene luz; pero, también oscuridad y
sombras, dolor y cicatrices, fuentes de conocimiento, sabiduría, dudas, dolor,
tiene pecado, tiene gracia; todo con un silbo amoroso que me atrae
constantemente hacía la unión con Dios.
Todo un viaje en el que
Cristo enseñó a Jairo a mirar la vida de nuevo, a curar su mirada. Un viaje en
el que Jesús cambió la mirada del varón sobre la mujer y tuvo que detenerse a
escuchar a una mujer impura. Después pudo abrazar a su hija viva. Un viaje
en el que tuvo la oportunidad de entrar profundamente en sí mismo. Así lo ha
hecho conmigo.
Lo que se aprende, lo que se
vive, no es lo que se esperaba.
Realmente Dios te sorprende.
Al lado de Jesús la sabiduría crece, aunque sin prisas, sin que intervengas,
escuchando sólo la plegaria del silencio. “Cuando más profundo desciendo en mi
mismo, más encuentro a Dios en el corazón de mi ser” Theilar de Chardin.
“Evangelio de Marcos 5,
21-43. Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a
él mucha gente; él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la
sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, cae a sus pies, y le suplica con
insistencia diciendo: “mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos
sobre ella, para que se salve y viva”. Y se fue con él. Le seguía un gran
gentío que le oprimía.
Entonces, una mujer que
padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con
muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes
bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por
detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: “Si logro tocar aunque sólo
sea sus vestidos, me salvaré”. Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y
sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al
instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se volvió
entre la gente y decía: “¿Quién me ha tocado los vestidos?”. Sus discípulos le
contestaron: “Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: “¿quién me ha
tocado?”. Pero él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho.
Capítulo I
De la sinagoga a la vida:
Dejando de ser para llegar a ser.
“El viajero tiene que llamar a cada puerta extraña
para llegar a la suya”
Tagore.
Nunca en mejores ojos, que en los ojos de Jesús; en
ellos me dejó Jairo, el varón de este evangelio.
El jefe de la sinagoga buscaba un sanador y se
encuentra con Jesús; el encuentro es tan fuerte, que le hace caer a sus pies, y
a mí, me atrapó el corazón; me dejó sobrecogida. No daba crédito, fue el varón
quien me atrapó, me arrastró tras de si.
Empecé a leer este evangelio con intensidad y deseo;
pensaba entrar en él, con la mujer a la que quiso conocer Jesús. Quería hablar
con Jesús de las mujeres. Había en mí, esperanza, había expectativa, tenía
deseo de entrar con él, con las voces de muchas mujeres bullendo en mi vida,
hablándome al corazón; pensaba que sería una larga oración de mujeres. Sus
miradas, sus ausencias, sus conquistas, poblaban mi alma; con este ánimo y esta
plegaria me acerqué a este pasaje. De repente, cayó Jairo de rodillas ante
Jesús. Me llené de extrañeza, me arrastró, me quedé atrapada con él y empecé a
escuchar el latido de este varón Jairo, su silencio, su inmenso silencio, hasta
que mi corazón se unió al suyo; y su camino recorrido con Jesús, ha sido, es
luz y enseñanza; es compromiso y amor. Su camino ha sido también el mío.
¿Qué fue de mi corazón feminista, que este varón, me
dejó ante la mismísima mirada de Jesús? ¡Nunca en mejores ojos!
El jefe de la sinagoga, se dirige a suplicar a Jesús,
por la vida de su hija; y dice el evangelio, que al verle “cae a sus pies“, y suplicaba
con insistencia; yo caí con él. Quedé prendida en el misterio de este singular
varón que se dejó acompañar por Jesús a su casa, en silencio; un silencio indudablemente
muy fértil para nosotros. Jairo, un varón que sin voz propia en todo su
recorrido, permite que se llene de voces, que se llene de vida su camino.
El evangelio me puso indudablemente los ojos en él, y
su relación con Jesús. ¿Por qué?
A lo largo del evangelio he comprendido, que el amor
es el motor que cambia la vida, el que obra milagros. El amor de un padre a su
hija fue lo que le sacó de si a Jairo. Fue Jairo mi lámpara encendida en esta
lectura de este pasaje del evangelio, en esta celebración de la palabra, en
esta experiencia con Jesús, donde viví, recé, disfruté y aprendí tantas cosas.
¿Qué vio en ti Señor, que fue a buscarte? El buscaba a
alguien especial; pero está claro, que se encontró con algo que no esperaba;
dice el evangelio que cayó a sus pies; ¿Qué sintió, aquel judío, el hombre
religioso, que adoró al hombre?
Posiblemente se encontró con lo sagrado y le tocó
profundamente, vislumbró el Misterio. Posiblemente se encontró y bebió de la
fuente de la gratuidad. Se encontró con la trascendencia.
Acudía
al Señor con el sufrimiento por la desgracia de la muerte de su hija, con la
tristeza de su vida truncada, con su amor dolorido por esa vida. Como nuestra
fe que parte de una gran precariedad.
Eso fue, lo que le hizo salir de sí, dejar atrás su
posición y encontrar a Jesús; fue el amor, el amor a su hija, el sufrimiento por
la vida que se iba. En ese proceso se encontró con lo sagrado. ¿Qué había en
aquel a quién pedía?
Cae a sus pies, dice el evangelio. ¿Qué vio, qué
sintió, que le suplica con su vida arrodillada ante Jesús?: “Mi hija está a punto
de morir: Ven impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva”.
Era un jefe de la sinagoga, tuvo que sufrir una
conmoción profunda para postrarse ante Jesús. Ellos, que sólo adoraban a Dios,
se arrodilla ante el sospechoso Jesús. Le invita a ir a su casa. También el
jefe, como Jesús viene haciendo, rompe con los tabúes. Declara públicamente que
la enfermedad está en su casa.
Enfermedad que se consideraba como un juicio de Dios.
El lo confiesa, quizá por eso, se postra. Demostró ante Jesús, su
vulnerabilidad, su pequeñez. Sufría como todo el mundo y ante todo el mundo.
Vivimos creyendo en nuestras verdades, fuertes, con nuestro cerebro y corazón
blindados contra la debilidad, la fragilidad, creyendo que vivimos en la
beatitud del espíritu hasta que un día el imprevisto te golpea y nada te
sostiene. Puedes seguir cínicamente en tu templo donde nadie duda, llora o se desespera.
Como le ocurrió a Jairo que tuvo que acoger ese vendaval oscuro: sentir el
dolor y la debilidad; sentir cómo te duele el dolor; tenerse que declarar que
uno es necesitado.
Impón tus manos, que tu fuerza y tu espíritu entren en
ella. Impón tus manos, porque llevas el espíritu de Dios, la bondad y la
misericordia; porque tus manos no juzgan, no castigan; parece que le dice.
“Para que se salve y viva” dice el evangelio;
distingue entre salvarse y vivir. Reconoce en Jesús, no sólo su poder de dar
vida; sino, su fuerza de
salvación. El quiere una hija para una vida nueva.
No le pide la curación, sino que se salve y viva. ¿Salvarse de la enfermedad?
¿Por
qué no utilizó la palabra curarse?
Le dijo, que estaba muriendo. Cualquier ser humano de bien,
se hace cargo de la angustia de un padre o madre, cuando sufren la impotencia,
por no poder hacer gran cosa.
¿Acaso buscó a Jesús por desesperación el jefe de la
sinagoga? No lo parece. El supo ponerse ante Jesús en un acontecimiento
doloroso. Por un lado, el acontecimiento le desbordaba en sus más profundos
sentimientos. Por otro lado, estaban las rígidas reglas de los judíos y sabía de
la actitud de los suyos ante Jesús. Desafía, cuestiona, rompe con lo que le ata
y con sus creencias; se sitúa aceptando a Jesús, aceptando implícitamente una
nueva vida. ¿No fue esto una conversión? ¿No cambia de dirección el corazón
cuando recibes la palabra de Dios? Esto es la conversión: de latir para sí mismo
a latir para los otros, latir para Dios. Fue su ocasión para reconocer
públicamente a Jesús.
Por eso se postra... Estaba viviendo un acontecimiento
doloroso; lo asume con toda la debilidad y fragilidad que conlleva, se lo pone
delante de Jesús, le pide la vida para su hija y la salvación. Pone en manos
del cuestionado Jesús, todo su problema. Jesús desata la vida.
Le invita a su casa; ven a mi vida, le está diciendo Jairo; a mi seguridad, a mi hogar, a mi familia, a mi mundo. Jesús no contesta. Pero creo que le está diciendo: ven tú al mío. Se inicia un camino de vuelta, en el que Jesús le enseña a dar vida, a descubrir la vida viva. Le va a enseñar, que hay otras sinagogas en la vida, donde uno se puede encontrar con Dios, alabarle, darle gracias; donde uno puede aprender y vivir la misericordia y experimentar la gratuidad de Dios. Jesús le saca de la sinagoga y lo lleva a la vida. Le va a enseñar, que la vida de otros puede estar en nuestras manos, y que en la vida de los otros, se puede manifestar el Misterio de Dios.
Jairo fue con Jesús, aprendiendo a creer.
Esperó Señor sin impaciencia y te acompañó en tu
periplo con la hemorroísa. Fue un acompañante silencioso y paciente; con los
apóstoles, un observador; con los seguidores, uno más.
Jairo, pasión que no habla. Grandeza de la luz
desnuda. Eso fue el camino de vuelta de Jairo contigo a casa.
Hay mucho escrito sobre la hemorroísa, pero, ¿sobre
Jairo? Y a mí este varón me ha fascinado. No dejo de estar sorprendida.
Me uno Señor, al dolor y la impotencia de todos los
padres cuyos hijos están postrados en la vida, átonos, atrapados por sus miedos,
por su falta de deseo de vivir, por sus desconciertos; porque son incapaces de
salir por si mismos: Ten misericordia de todos nosotros.
Ayer leí a San Juan de la Cruz (SJC) y me evocó la
experiencia de Jairo de rodillas. Para el místico “la fe es el eje dinámico del
camino de la vida”. Para Jairo también lo fue. Habla el santo de la “exigencia
evangélica del desapego y pobreza de espíritu para unirse a este bien”. Jairo
rompió con todo el apego: imagen, poder, posición, seguridad, certezas,
comodidad, prestigio.
¡Se postró ante Jesús! Hace falta mucho amor y mucha determinación
para tomar esta decisión.
Ante Dios, la única postura es la de la adoración, la
alabanza; pero también la súplica que brota de la carencia, del deseo, que
surge de la noche del dolor. Noche que va a poner en cuestión muchas cosas,
otras habrá que dejar atrás; como creo que ocurrió con Jairo. La noche de la fe
va a producir una inteligencia nueva, dice el santo. Jesús le pide a Jairo la
fe.
¿Va a vivir una noche de la fe Jairo con Jesús? ¿Terminará su recorrido con una inteligencia nueva?
“Solamente ten fe” y emprende un camino en el que va a aprender la relación con la vida. El santo da mucha importancia a la relación del alma con las cosas. Dice SJC que se alcanza la unión con Dios por el desprendimiento total. El, se refiere al afecto que ponemos en las cosas de la vida. De alguna manera, algo así le pudo ocurrir a Jairo. Cuando volviese a la sinagoga, ya no sería el mismo. No sólo porque Jesús le cambió, o cambió con Jesús. Sino porque para los otros, ya no sería uno de los suyos. Jairo, renunció a mucho. Renunció a su estatus y se desprendió del halo de personaje importante y poderoso.
El desprendimiento pues, tiene consecuencias reales.
No es una actitud intelectual; es un escollo a superar en el camino, en el
camino del encuentro con Dios y contigo mismo; con tu verdadero ser. Jairo se
dirige a alcanzar aquel punto único, en que llegará a ser, tras recorrer un
camino en el que bulle con fuerza la vida, recibiéndola; escuchando la voz del
silencio que le acompaña. Renunciando a lo suyo, su protagonismo, para ser uno
de los seguidores de Jesús.
Le pide Jairo, la vida de su hija y Jesús le va a
enseñar a Jairo, a encontrar la vida. Buscamos la vida en otra parte, cuando de
lo que se trata es, de recibir del mundo la vida. “El viajero tiene que llamar
a cada puerta extraña para llegar a la suya” enseña Tagore; antes Jesús, le puso
a Jairo ante muchas puertas; unas tuvo que abrirlas, otras cerrarlas, hasta que
pudo entrar por la puerta divina que es Jesús, y está en tu más profundo
centro. Es un evangelio de muchas puertas, de muchas experiencias, de muchas
enseñanzas.
Jairo recorre el camino en silencio, como si se
tratara de una oración. En silencio; dejando de ser, para llegar a ser. En este
camino que podemos emprender cada uno, está el secreto de la vida eterna. Al
final de este evangelio se dice que “Todos en casa con Jesús quedaron asombrados”;
quiero pensar, que quedaron en los umbrales de Dios.
Cuánto cuesta, Señor, ser testigo de tu presencia,
como lo hace Jairo en el paseíllo hasta su casa. Esto enseñas y a esto nos invitas.
Ante los curiosos y acompañantes iba proclamando tu fe, en silencio; pero, te
llevaba a su casa. Jairo alza su silencio; camina sin voz, va creyendo en el
valor de otras palabras; enciende su silencio, para escuchar, y Jesús le enseña
el valor de la mirada. Dice el Salmo “Aparta mis ojos de miradas vacías en tu
camino dame vida”.
Adentrarse en la vida de Jesús donde todo se ignora.
Eso fue el valor de Jairo. Cruzar umbrales hacia lo desconocido, eso voy a
hacer yo. Entrar en la belleza y la verdad que se encierra en nuestro mundo
interior. Sólo Tú eres la fuente de sabiduría y gozo, Señor
“Qué dulce es tu promesa al paladar,
Mas que la miel a la boca” Salmo 70.
“Yo me despierto pues Yahvé me sostiene”
Desde la
profundidad de mis ojos
Yo
me despierto pues Yahvé me sostiene.
Tú
abres profundamente mis ojos
Tú
me estás despertando cada día
Me
habla el Señor con palabras,
Aún
más silenciosas que el silencio,
Con
la luz en sus entrañas.
Me
habla el Señor con palabras
Se
desbordan en rocío,
Amanecen
como aurora.
Tu
abres profundamente mis ojos
Me
estás despertando cada día.
Me
habla el Señor con palabras que hacen florecer mi sed
Son
perfume; un rosal de misterio.
Me
habla el Señor con palabras,
Aún
más silenciosas que el silencio.
Como
las flores de abril
Penetran
en mis entrañas,
Como
el musguito en la sombra,
Con
las voces que me habitan
Asombrada
la memoria.
Es
la aurora, es la luz en las entrañas
Liberación
luminosa
La
soledad no está sola.
El
verbo, el ser, la eternidad, el tiempo
¿Qué
es esto?
Mi
hambre floreciendo de amores.
Rumoroso
silencio,
Sentimiento
callado
sin
voz, sin tiempo.
Me
habla el Señor con palabras Más profundas que los cielos,
Más
silenciosas que ellos.
Con
sus noches, sus estrellas,
Más
inmensas que la mar.
Palabra
sin horizontes
Contenida
está en un silbo.
Un
susurro, un destello, una luz, un resplandor
Y
alumbra el alma del día,
Que
se desborda de amor.
Silencioso,
silencioso,
El
amor que me desnuda
Un
amor hecho de espigas que se vuelve comunión
Tiempo
recibido, gratuidad eterna
Más
silencioso que el silencio mismo.
Palabra
silenciosa
Aún
más silenciosa que el silencio mismo.
Palabra
que me descalza
A
los pies del monte Santo
Palabra
ofrecida, palabra regalada.
Más
luminosa que la misma luz
Más
silenciosa que el silencio mismo.