Santa
Catalina de Alejandría (Virgen, mártir y filósofa)
24.11.2020
| Francisca Abad Martín
Es lástima que de muchos grandes personajes, como son estos mártires, apenas tengamos noticias de su vida. Suele suceder con la mayoría. Algunos emperadores romanos se cebaron con ellos y la Iglesia celebra y ensalza a estos santos, casi anónimos, que vivieron durante los primeros siglos y sin embargo, a pesar de haber escasas noticias de su paso por la tierra, han dejado una honda huella en la memoria de los cristianos. Ellos son venerados y recordados. En honor suyo se siguen levantando iglesias y monumentos. Su nombre se les impone a los niños al nacer, para que su memoria no quede en el olvido.
Durante
el gobierno de Diocleciano, fueron muchos cristianos los que cayeron, como
Catalina de Alejandría, allá por el siglo IV. Había recibido el bautismo y
parece ser que era de familia noble, pues había sido educada en las mejores
escuelas de filosofía y teología, cosa que no era frecuente en esos tiempos,
sobre todo tratándose de una mujer. Su vida se parece mucho a la de Hipatia,
también de Alejandría, con la que compartió su osadía de querer saber cada vez más. En el caso de Catalina no
sabemos la fecha exacta de su nacimiento, pero a lo largo de los siglos la
leyenda se ha encargado de rellenar piadosamente las lagunas que dejó la
historia. Según la tradición parece ser que fue el año 285 cuando vino al
mundo. Los datos de su vida están
recogidos por Santiago de Vorágine del siglo XIII en la “Leyenda Dorada”.
Sabemos que Alejandría era la ciudad de las escuelas y de los pensadores, foco principal de la ciencia y del comercio de todo el Mediterráneo, por esta razón fue muy codiciada, también por su posición estratégica. Egipto había pasado entonces a ser una provincia más del poderoso imperio romano. Máximo Daia gobernaba en Siria y Egipto, como representante de Diocleciano. El carácter de su persecución se distingue sobre todo por los ultrajes hechos a las mujeres.
Catalina pudo haber pasado inadvertida entre la multitud de los letrados de la ciudad, pero probablemente su corazón ardiente la había traicionado, como en el caso de otras muchas mártires y no pudo soportar tantas infamias y vejaciones contra las mujeres, porque el gobernador alardeaba de sus conquistas y humillaciones a las que con frecuencia las sometía.
Informada Catalina de que el emperador había convocado a los ciudadanos para rendir culto a los ídolos bajo serias amenazas, irritada se presentó ante él para increparle y echarle en cara sus crímenes y demostrarle la falsedad de la religión pagana. Después de haberle probado suficientemente la existencia de un Dios le dijo que lo que tenía que hacer es creer en Él y dejarse de la falaz idolatría. La poderosa dialéctica de la filósofa alejandrina puso en evidencia la estulticia del gobernador quien pudo salir del paso aplazando la discusión para otro momento, al tiempo que ordenaba la entrada en prisión de su interlocutora, dando así satisfacción a su orgullo herido y ganando tiempo para que los letrados, filósofos y retóricos a sus órdenes, pudieran rebatir convenientemente a esta mujer tan perspicaz, pero sucedió todo lo contrario de lo que el gobernador había previsto. Lejos de que sus sabios convencieran a la ilustrada cristiana fue ella quienes les convenció con el consiguiente enfado del administrador romano, quien les amenazó con castigarles duramente. Fracasado este primer intento se recurrió al halago y a la promesa de que sería convertida en la primera dama, en vista de que ello tampoco dio resultado se dio orden de que fuera torturada y encarcelada, privada de todo alimento, con la esperanza de que cuando el regresara de un viaje, Catalina hubiera dejado de existir; pero no fue así, quienes la visitaban podían constatar con asombro que ella no desfallecía y que el calabozo donde estaba encerrada no estaba a oscuras sino radiante de luz. Cuando regresó el gobernador supo lo sucedido y montó en cólera contra quienes la habían ayudado a mantenerse viva, pero ella le aseguró que habían sido seres sobrenaturales quienes le habían ayudado. La furia del gobernador se desató y pensó que una rueda dentada sería el castigo justo para esta insolente cristiana, pero Catalina saldría ilesa también de esta prueba, al quedar dañado el artilugio, por lo que el instinto brutal y ciego del gobernador se desorbita ante la inmunidad de Catalina y de un hachazo en la cabeza terminaron con la vida de esta sabia y valerosa joven cristiana. Con su muerte heroica, Catalina volvía a vencer y obtenía en recompensa la palma del martirio. Sus restos se guardan y se veneran en el Monte Sinaí. Tanto Oriente como Occidente invocan su valiosa protección. Ensalzada por panegiristas y predicadores como Bossuett, cantada por poetas, inspiradora de artistas llegó a ser entre los santos de los más venerados del calendario cristiano
Reflexión
desde el contexto actual:
Esto
de la defensa de los derechos y la dignidad de la mujer tan necesario en
nuestros días no es cosa de ahora, sino
que viene de muy lejos y la prueba la tenemos en Catalina de Alejandría que
luchó denodadamente por defender el prestigio de las mujeres y a nivel personal
hasta llegar a conseguir muchos de los derechos que parecían vedados para los hombres. Que esta inquietud de
revalorizar a la mujer fuera sentida en tiempos pasados, no cabe la menor duda;
otra cosa es que existieran unas fuerzas de opresión que hacían poco menos que
imposible cualquier tipo de reivindicación femenina en el terreno de la práctica.
A pesar de todo, los sentimientos a
favor de la dignidad de la mujer estaban ahí y
posiblemente más legítimos y auténticos de los que se puedan tener hoy
día.