Capítulo cuarto
UN CORAZÓN ABIERTO AL MUNDO ENTERO
128. La afirmación de que todos los seres humanos somos
hermanos y hermanas, si no es sólo una abstracción, sino que toma carne y se
vuelve concreta, nos plantea una serie de retos que nos descolocan, nos obligan
a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas reacciones.
El límite de las fronteras
129. Cuando el prójimo es una persona migrante se agregan
desafíos complejos[109]. Es verdad que lo ideal sería evitar
las migraciones innecesarias y para ello el camino es crear en los países de
origen la posibilidad efectiva de vivir y de crecer con dignidad, de manera que
se puedan encontrar allí mismo las condiciones para el propio desarrollo
integral. Pero mientras no haya serios avances en esta línea, nos corresponde
respetar el derecho de todo ser humano de encontrar un lugar donde pueda no
solamente satisfacer sus necesidades básicas y las de su familia, sino también
realizarse integralmente como persona. Nuestros esfuerzos ante las
personas migrantes que llegan pueden resumirse en cuatro verbos: acoger,
proteger, promover e integrar. Porque «no se trata de dejar caer desde arriba
programas de asistencia social sino de recorrer juntos un camino a través de
estas cuatro acciones, para construir ciudades y países que, al tiempo que
conservan sus respectivas identidades culturales y religiosas, estén abiertos a
las diferencias y sepan cómo valorarlas en nombre de la fraternidad humana»[110].
130. Esto implica algunas respuestas indispensables,
sobre todo frente a los que escapan de graves crisis humanitarias. Por ejemplo:
incrementar y simplificar la concesión de visados, adoptar programas de
patrocinio privado y comunitario, abrir corredores humanitarios para los
refugiados más vulnerables, ofrecer un alojamiento adecuado y decoroso,
garantizar la seguridad personal y el acceso a los servicios básicos, asegurar
una adecuada asistencia consular, el derecho a tener siempre consigo los
documentos personales de identidad, un acceso equitativo a la justicia, la posibilidad
de abrir cuentas bancarias y la garantía de lo básico para la subsistencia
vital, darles libertad de movimiento y la posibilidad de trabajar, proteger a
los menores de edad y asegurarles el acceso regular a la educación, prever
programas de custodia temporal o de acogida, garantizar la libertad religiosa,
promover su inserción social, favorecer la reagrupación familiar y preparar a
las comunidades locales para los procesos integrativos[111].
131. Para quienes ya hace tiempo que han llegado y participan del tejido social, es importante aplicar el concepto de “ciudadanía”, que «se basa en la igualdad de derechos y deberes bajo cuya protección todos disfrutan de la justicia. Por esta razón, es necesario comprometernos para establecer en nuestra sociedad el concepto de plena ciudadanía y renunciar al uso discriminatorio de la palabra minorías, que trae consigo las semillas de sentirse aislado e inferior; prepara el terreno para la hostilidad y la discordia y quita los logros y los derechos religiosos y civiles de algunos ciudadanos al discriminarlos»[112].
132. Más allá de las diversas acciones indispensables,
los Estados no pueden desarrollar por su cuenta soluciones adecuadas «ya que
las consecuencias de las opciones de cada uno repercuten inevitablemente sobre
toda la Comunidad internacional». Por lo tanto «las respuestas sólo vendrán
como fruto de un trabajo común»[113], gestando una legislación (governance)
global para las migraciones. De cualquier manera se necesita «establecer planes
a medio y largo plazo que no se queden en la simple respuesta a una emergencia.
Deben servir, por una parte, para ayudar realmente a la integración de los
emigrantes en los países de acogida y, al mismo tiempo, favorecer el desarrollo
de los países de proveniencia, con políticas solidarias, que no sometan las
ayudas a estrategias y prácticas ideológicas ajenas o contrarias a las culturas
de los pueblos a las que van dirigidas»[114].
Las ofrendas recíprocas
133. La llegada de personas diferentes, que proceden de un contexto vital y cultural distinto, se convierte en un don, porque «las historias de los migrantes también son historias de encuentro entre personas y entre culturas: para las comunidades y las sociedades a las que llegan son una oportunidad de enriquecimiento y de desarrollo humano integral de todos»[115]. Por esto «pido especialmente a los jóvenes que no caigan en las redes de quienes quieren enfrentarlos a otros jóvenes que llegan a sus países, haciéndolos ver como seres peligrosos y como si no tuvieran la misma inalienable dignidad de todo ser humano»[116].
134. Por otra parte, cuando se acoge de corazón a la
persona diferente, se le permite seguir siendo ella misma, al tiempo que se le
da la posibilidad de un nuevo desarrollo. Las culturas diversas, que han
gestado su riqueza a lo largo de siglos, deben ser preservadas para no
empobrecer este mundo. Esto sin dejar de estimularlas para que pueda brotar
algo nuevo de sí mismas en el encuentro con otras realidades. No se puede
ignorar el riesgo de terminar víctimas de una esclerosis cultural. Para ello
«tenemos necesidad de comunicarnos, de descubrir las riquezas de cada uno, de
valorar lo que nos une y ver las diferencias como oportunidades de crecimiento
en el respeto de todos. Se necesita un diálogo paciente y confiado, para que
las personas, las familias y las comunidades puedan transmitir los valores de
su propia cultura y acoger lo que hay de bueno en la experiencia de los demás»[117].
135. Retomo ejemplos que mencioné tiempo atrás: la
cultura de los latinos es «un fermento de valores y posibilidades que puede
hacer mucho bien a los Estados Unidos. […] Una fuerte inmigración siempre
termina marcando y transformando la cultura de un lugar. En la Argentina, la
fuerte inmigración italiana ha marcado la cultura de la sociedad, y en el
estilo cultural de Buenos Aires se nota mucho la presencia de alrededor de
200.000 judíos. Los inmigrantes, si se los ayuda a integrarse, son una
bendición, una riqueza y un nuevo don que invita a una sociedad a crecer»[118].
136. Ampliando la mirada, con el Gran Imán Ahmad
Al-Tayyeb recordamos que «la relación entre Occidente y Oriente es una
necesidad mutua indiscutible, que no puede ser sustituida ni descuidada, de
modo que ambos puedan enriquecerse mutuamente a través del intercambio y el
diálogo de las culturas. El Occidente podría encontrar en la civilización del
Oriente los remedios para algunas de sus enfermedades espirituales y religiosas
causadas por la dominación del materialismo. Y el Oriente podría encontrar en
la civilización del Occidente muchos elementos que pueden ayudarlo a salvarse
de la debilidad, la división, el conflicto y el declive científico, técnico y
cultural. Es importante prestar atención a las diferencias religiosas,
culturales e históricas que son un componente esencial en la formación de la
personalidad, la cultura y la civilización oriental; y es importante consolidar
los derechos humanos generales y comunes, para ayudar a garantizar una vida
digna para todos los hombres en Oriente y en Occidente, evitando el uso de
políticas de doble medida»[119].
El fecundo intercambio
137. La ayuda mutua entre países en realidad termina
beneficiando a todos. Un país que progresa desde su original sustrato cultural
es un tesoro para toda la humanidad. Necesitamos desarrollar esta consciencia
de que hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie. La pobreza, la decadencia,
los sufrimientos de un lugar de la tierra son un silencioso caldo de cultivo de
problemas que finalmente afectarán a todo el planeta. Si nos preocupa la
desaparición de algunas especies, debería obsesionarnos que en cualquier lugar
haya personas y pueblos que no desarrollen su potencial y su belleza propia a
causa de la pobreza o de otros límites estructurales. Porque eso termina
empobreciéndonos a todos.
138. Si esto fue siempre cierto, hoy lo es más que nunca
debido a la realidad de un mundo tan conectado por la globalización.
Necesitamos que un ordenamiento mundial jurídico, político y económico
«incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo
solidario de todos los pueblos»[120]. Esto finalmente beneficiará a todo el
planeta, porque «la ayuda al desarrollo de los países pobres» implica «creación
de riqueza para todos»[121]. Desde el punto de vista del desarrollo
integral, esto supone que se conceda «también una voz eficaz en las decisiones
comunes a las naciones más pobres»[122] y que se procure «incentivar el
acceso al mercado internacional de los países marcados por la pobreza y el
subdesarrollo»[123].
Gratuidad que acoge
139. No obstante, no quisiera limitar este planteamiento
a alguna forma de utilitarismo. Existe la gratuidad. Es la capacidad de hacer
algunas cosas porque sí, porque son buenas en sí mismas, sin esperar ningún
resultado exitoso, sin esperar inmediatamente algo a cambio. Esto permite
acoger al extranjero, aunque de momento no traiga un beneficio tangible. Pero
hay países que pretenden recibir sólo a los científicos o a los inversores.
140. Quien no vive la gratuidad fraterna, convierte su
existencia en un comercio ansioso, está siempre midiendo lo que da y lo que
recibe a cambio. Dios, en cambio, da gratis, hasta el punto de que ayuda aun a
los que no son fieles, y «hace salir el sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45).
Por algo Jesús recomienda: «Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda no
sepa lo que hace tu derecha, para que tu limosna quede en secreto» (Mt 6,3-4).
Hemos recibido la vida gratis, no hemos pagado por ella. Entonces todos podemos dar
sin esperar algo, hacer el bien sin exigirle tanto a esa persona que uno ayuda.
Es lo que Jesús decía a sus discípulos: «Lo que han recibido gratis, entréguenlo
también gratis» (Mt 10,8).
141. La verdadera calidad de los distintos países del
mundo se mide por esta capacidad de pensar no sólo como país, sino también como
familia humana, y esto se prueba especialmente en las épocas críticas. Los
nacionalismos cerrados expresan en definitiva esta incapacidad de gratuidad, el
error de creer que pueden desarrollarse al margen de la ruina de los demás y
que cerrándose al resto estarán más protegidos. El inmigrante es visto como un
usurpador que no ofrece nada. Así, se llega a pensar ingenuamente que los
pobres son peligrosos o inútiles y que los poderosos son generosos
benefactores. Sólo una cultura social y política que incorpore la acogida
gratuita podrá tener futuro.
Local y universal
142. Cabe recordar que «entre la globalización y la
localización también se produce una tensión. Hace falta prestar atención a lo
global para no caer en una mezquindad cotidiana. Al mismo tiempo, no conviene
perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies sobre la tierra. Las
dos cosas unidas impiden caer en alguno de estos dos extremos: uno, que los
ciudadanos vivan en un universalismo abstracto y globalizante […]; otro,
que se conviertan en un museo folklórico de “ermitaños” localistas, condenados
a repetir siempre lo mismo, incapaces de dejarse interpelar por el diferente y
de valorar la belleza que Dios derrama fuera de sus límites»[124]. Hay que mirar lo global, que nos
rescata de la mezquindad casera. Cuando la casa ya no es hogar, sino que es
encierro, calabozo, lo global nos va rescatando porque es como la causa final
que nos atrae hacia la plenitud. Simultáneamente, hay que asumir con
cordialidad lo local, porque tiene algo que lo global no posee: ser levadura,
enriquecer, poner en marcha mecanismos de subsidiaridad. Por lo tanto, la
fraternidad universal y la amistad social dentro de cada sociedad son dos polos
inseparables y coesenciales. Separarlos lleva a una deformación y a una
polarización dañina.
El sabor local
143. La solución no es una apertura que renuncia al
propio tesoro. Así como no hay diálogo con el otro sin identidad personal, del
mismo modo no hay apertura entre pueblos sino desde el amor a la tierra, al
pueblo, a los propios rasgos culturales. No me encuentro con el otro si no
poseo un sustrato donde estoy firme y arraigado, porque desde allí puedo acoger
el don del otro y ofrecerle algo verdadero. Sólo es posible acoger al diferente
y percibir su aporte original si estoy afianzado en mi pueblo con su cultura.
Cada uno ama y cuida con especial responsabilidad su tierra y se preocupa por
su país, así como cada uno debe amar y cuidar su casa para que no se venga
abajo, porque no lo harán los vecinos. También el bien del universo requiere
que cada uno proteja y ame su propia tierra. De lo contrario, las consecuencias
del desastre de un país terminarán afectando a todo el planeta. Esto se
fundamenta en el sentido positivo que tiene el derecho de propiedad: cuido y
cultivo algo que poseo, de manera que pueda ser un aporte al bien de todos.
144. Además, este es un presupuesto de los intercambios
sanos y enriquecedores. El trasfondo de la experiencia de la vida en un lugar y
en una cultura determinada es lo que capacita a alguien para percibir aspectos
de la realidad que quienes no tienen esa experiencia no son capaces de percibir
tan fácilmente. Lo universal no debe ser el imperio homogéneo, uniforme y
estandarizado de una única forma cultural dominante, que finalmente perderá los
colores del poliedro y terminará en el hastío. Es la tentación que se expresa
en el antiguo relato de la torre de Babel: la construcción de una torre que
llegara hasta el cielo no expresaba la unidad entre distintos pueblos capaces
de comunicarse desde su diversidad. Por el contrario, fue una tentativa
engañosa, que surgía del orgullo y de la ambición humana, de crear una unidad
diferente de aquella deseada por Dios en su plan providencial para las naciones
(cf. Gn 11,1-9).
145. Hay una falsa apertura a lo universal, que procede
de la superficialidad vacía de quien no es capaz de penetrar hasta el fondo en
su patria, o de quien sobrelleva un resentimiento no resuelto hacia su pueblo.
En todo caso, «siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor
que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin
desarraigos. Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la
historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en
lo cercano, pero con una perspectiva más amplia. […] No es ni la esfera global
que anula ni la parcialidad aislada que esteriliza»[125], es el poliedro, donde al mismo tiempo
que cada uno es respetado en su valor, «el todo es más que la parte, y también
es más que la mera suma de ellas»[126].
El horizonte universal
146. Hay narcisismos localistas que no son un sano amor
al propio pueblo y a su cultura. Esconden un espíritu cerrado que, por cierta
inseguridad y temor al otro, prefiere crear murallas defensivas para
preservarse a sí mismo. Pero no es posible ser sanamente local sin una sincera
y amable apertura a lo universal, sin dejarse interpelar por lo que sucede en
otras partes, sin dejarse enriquecer por otras culturas o sin solidarizarse con
los dramas de los demás pueblos. Ese localismo se clausura obsesivamente en
unas pocas ideas, costumbres y seguridades, incapaz de admiración frente a la
multitud de posibilidades y de belleza que ofrece el mundo entero, y carente de
una solidaridad auténtica y generosa. Así, la vida local ya no es auténticamente
receptiva, ya no se deja completar por el otro; por lo tanto, se limita en sus
posibilidades de desarrollo, se vuelve estática y se enferma. Porque en
realidad toda cultura sana es abierta y acogedora por naturaleza, de tal modo
que «una cultura sin valores universales no es una verdadera cultura»[127].
147. Reconozcamos que una persona, mientras menos amplitud
tenga en su mente y en su corazón, menos podrá interpretar la realidad cercana
donde está inmersa. Sin la relación y el contraste con quien es diferente, es
difícil percibirse clara y completamente a sí mismo y a la propia tierra, ya
que las demás culturas no son enemigos de los que hay que preservarse, sino que
son reflejos distintos de la riqueza inagotable de la vida humana. Mirándose a
sí mismo con el punto de referencia del otro, de lo diverso, cada uno puede
reconocer mejor las peculiaridades de su persona y de su cultura: sus riquezas,
sus posibilidades y sus límites. La experiencia que se realiza en un lugar debe
ser desarrollada “en contraste” y “en sintonía” con las experiencias de otros
que viven en contextos culturales diferentes[128].
148. En realidad, una sana apertura nunca atenta contra
la identidad. Porque al enriquecerse con elementos de otros lugares, una
cultura viva no realiza una copia o una mera repetición, sino que integra las
novedades “a su modo”. Esto provoca el nacimiento de una nueva síntesis que
finalmente beneficia a todos, ya que la cultura donde se originan estos aportes
termina siendo retroalimentada. Por ello exhorté a los pueblos originarios a
cuidar sus propias raíces y sus culturas ancestrales, pero quise aclarar que no
era «mi intención proponer un indigenismo completamente cerrado, ahistórico,
estático, que se niegue a toda forma de mestizaje», ya que «la propia identidad
cultural se arraiga y se enriquece en el diálogo con los diferentes y la
auténtica preservación no es un aislamiento empobrecedor»[129]. El mundo crece y se llena de nueva
belleza gracias a sucesivas síntesis que se producen entre culturas abiertas,
fuera de toda imposición cultural.
149. Para estimular una sana relación entre el amor a la
patria y la inserción cordial en la humanidad entera, es bueno recordar que la
sociedad mundial no es el resultado de la suma de los distintos países, sino
que es la misma comunión que existe entre ellos, es la inclusión mutua que es
anterior al surgimiento de todo grupo particular. En ese entrelazamiento de la
comunión universal se integra cada grupo humano y allí encuentra su belleza.
Entonces, cada persona que nace en un contexto determinado se sabe perteneciente
a una familia más grande sin la que no es posible comprenderse en plenitud.
150. Este enfoque, en definitiva, reclama la aceptación
gozosa de que ningún pueblo, cultura o persona puede obtener todo de sí. Los
otros son constitutivamente necesarios para la construcción de una vida plena.
La conciencia del límite o de la parcialidad, lejos de ser una amenaza, se
vuelve la clave desde la que soñar y elaborar un proyecto común. Porque «el
hombre es el ser fronterizo que no tiene ninguna frontera»[130].
Desde la propia región
151. Gracias al intercambio regional, desde el cual los
países más débiles se abren al mundo entero, es posible que la universalidad no
diluya las particularidades. Una adecuada y auténtica apertura al mundo supone
la capacidad de abrirse al vecino, en una familia de naciones. La integración
cultural, económica y política con los pueblos cercanos debería estar
acompañada por un proceso educativo que promueva el valor del amor al vecino,
primer ejercicio indispensable para lograr una sana integración universal.
152. En algunos barrios populares, todavía se vive el
espíritu del “vecindario”, donde cada uno siente espontáneamente el deber de
acompañar y ayudar al vecino. En estos lugares que conservan esos valores
comunitarios, se viven las relaciones de cercanía con notas de gratuidad,
solidaridad y reciprocidad, a partir del sentido de un “nosotros” barrial[131]. Ojalá pudiera vivirse esto también
entre países cercanos, que sean capaces de construir una vecindad cordial entre
sus pueblos. Pero las visiones individualistas se traducen en las relaciones
entre países. El riesgo de vivir cuidándonos unos de otros, viendo a los demás
como competidores o enemigos peligrosos, se traslada a la relación con los
pueblos de la región. Quizás fuimos educados en ese miedo y en esa
desconfianza.
153. Hay países poderosos y grandes empresas que sacan
rédito de este aislamiento y prefieren negociar con cada país por separado. Por
el contrario, para los países pequeños o pobres se abre la posibilidad de
alcanzar acuerdos regionales con sus vecinos que les permitan negociar en
bloque y evitar convertirse en segmentos marginales y dependientes de los
grandes poderes. Hoy ningún Estado nacional aislado está en condiciones de
asegurar el bien común de su propia población.
PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL O
PARA LA REFLEXIÓN Y DISCUSIÓN EN GRUPO
¿Qué sensación espontanea
te provoca el título de este Capítulo 4°’?
El tema de las fronteras,
de la migración de los países pobres
hacia el Norte es de
mucha importancia para nosotros.
Los del Norte vienen aquí
PORQUE SI.
Los países pobres no
tienen más que trabas para ir al Norte.
¿A qué se deberá esto? ¿A
quién beneficia? ¿Cómo salir de aquí?
Valorar lo nuestro del
Sur sin despreciar al Norte
¿Cómo hacerlo realidad?
¿Cómo valorar lo nuestro
y reclamarlo con fortaleza?
¿Será justo que el Norte
sea dueño sin límites de nuestras mejores tierras?
El mundo es de todos. Por
lo tanto, lo nuestro del Sur es de todos.
Pero lo misma a la
inversa. El Norte también es nuestro.
Nadie tiene el testamento
de Adán.
Hay que hacer realidad el
DECLARARSE CIUDADANO DEL MUNDO
Cada uno vive donde
quiere tanto si es del Norte como si es del Sur.
No es fácil mantener
estos ideales. Pero es bueno tener claras las ideas