Palabras a Voleo
Santos
Cada uno tenía sus fans,
como siempre pasa: los fans, la porra, los forofos de un personaje siempre
suelen ponerse en contra de los otros que no son su “ídolo”, aunque en este
caso esté mal hablar de ídolos.
Los seguidores de Juan el Bautista admiraban a aquel hombre hecho de raíces retorcidas, con traje a la medida, de auténtica piel (de camello), comiendo langosta (de la que no se encuentra en el mar), predicando con su vozarrón en el desierto, donde atraía a las masas que esperaban un liberador para el pueblo.
Los del primo Jesús, el de Nazaret, admiraban al galileo que contaba chistes tan buenos (parábolas los llamaban), que vestía los blue-jeans de la época (la túnica con manchas de grasa y remendada por la señora María, artista de la aguja) que predicaba con voz matizada, a veces fuerte, a veces sugerente, emotiva o irónica, según lo pedía el guion, cuando hablaba a quienes esperaban la llegada de un liberador para el pueblo.
Los fans de los dos, que entonces se llamaban discípulos, discutían entre ellos:
- “Pues yo te digo que
Juan es el que de verdad canta las verdades en las mismas barbas de
Herodes. Este bautista sí
que es valiente y no tienen pelos
en la lengua”
- “Es que tú
no has oído hablar al
carpintero. No le has escuchados sus
historias y la ironía que tiene cundo
critica a los ricachones del pueblo y a
los sacerdotes del templo.
- Nuestro profeta es austero, no bebe vino, ni anda de
banquetes como el de ustedes.
-El nuestro no asusta a
la gente y da de comer a los hambrientos.
Lo que queda de Qumran y su biblioteca |
- Pero ese tal Jesús no sabe bastante teología. No ha estudiado como Juan en la universidad de Qumran que tiene una gran Biblioteca ((lo que queda de Qumran y su biblioteca)) a la orilla del mar Muerto.
- Nuestro maestro no sé donde habrá estudiado, pero te cita a Isaías como si fuera su compañero.
La polémica llegó a oídos de Juan: “Pues no discutan tanto y pregúntenle a mi
primo que nos diga a quién tenemos que
esperar. (Lucas 7,20)
Fueron, estuvieron unos
días con Él y con los compañeros discípulos.
Volvieron convencidos pero no del todo:
-“Sí, es buen tipo
pero nos
parece demasiado blando. No grita
y condena como Juan.
(Eso: los gritos del profeta es
lo que les convencía). Si hoy fueran a algunos templos y escuchasen ciertas
emisoras, no sabrían a quién elegir
entre tantos gritones que aparecen por
todo rincón, haciendo temblar las
paredes y a la gente.
A Juan
le cortaron la cabeza.
A Jesús le clavaron en una cruz.
Pues, después de ese final, que fue principio, seguían los discípulos de uno y otro discutiendo sobre qué valía más, si el bautismo de Juan o el pan y el vino compartido por Jesús…
Como casi siempre,
saltamos olímpicamente 20 siglos y preguntamos por los fans, forofos… (hoy se les llama
devotos) de otros que anuncian como
aquellos dos, el nombre de Dios y un
mundo a la medida de ese Dios.
Y aquí nos encontramos con los que se llaman santos.
Vemos que el primo de
Jesús hoy es San Juan Bautista.
Jesús ha sacado ventaja y simplemente es el Señor, el Cristo hijo de Dios o
simplemente Jesús.
Pero en la historia de los 2.015 años pasados, la avalancha de santos y santas ha sido impresionante.
Entre los seguidores de
Jesús han ido colocando en la lista de Santos a los más
diferentes personajes: unos santos y santas porque mostraron su fe como
Juan y Jesús, cuando les amenazaron de muerte y los mataron: Hoy
son los mártires.
Otras santas y santos porque lo que hicieron y dijeron demostraba
su fidelidad a la vida y
enseñanza de Jesús.
Al principio se les
declaraba santos por aclamación popular.
Cuando se moría o mataban a
alguno que pareció fiel seguidor del Nazareno, todos los que le
conocieron empezaron a llamarle santo, san, santa… y su nombre quedó apuntado
en la memoria y los documentos de la Iglesia.
Allí empezó la
complicación.
En aquellos tiempos antiguos no había medios fáciles de información ni computadoras para archivar nombres e historias; en cambio florecía una imaginación desbordante. Fueron apareciendo en la tradición, llamados santos, distintos personajes que ni siquiera habían existido o existieron, pero sobre ellos se inventaron leyendas y aventuras que la fantasía popular creó.
San Jorge, por ejemplo,
aquel que salvó a la doncella de la
garras del dragón. Hoy es patrono de los
scouts, de Inglaterra, de Aragón, Cataluña y no sé cuántos sitios
más.
O San Valentín el patrono
de los enamorados, San Cristóbal patrono
de los pilotos y Santa Verónica que limpio el rostro de Jesús, lo que
es una bonita leyenda simbólica que no
cuenta el evangelio.
En tiempos más modernos,
en el Vaticano, para evitar esos inventos,
se hizo pasar por un tribunal el nombramiento de un santo. Unos
defendían las virtudes del
propuesto santo y otros lo
criticaban. A quien esto último hacía le
llamaban “abogado del diablo” (El papa Juan Pablo II suprimió ese fiscal acusador. Enseguida empezaron a llover santos y santas. En su tiempo se declararon 1,300 beatos y 500 santos completos).
Ese proceso de beatificación primero, y luego
canonización dura años y cuesta
dinero. Por eso se declaran beatos y santos casi
sólo a quienes tienen “padrinos”,
personas y asociaciones con dinero
para pagar los gastos de la causa.
¡Ya se nos metió el
dinero por medio!.
Ahora que no nos oye
nadie les cuento que se cuenta, y no es
cuento, que se ha llegado a canonizar
personas, que… no eran mala gente, pero no demostraron virtudes
heroicas para ser ejemplo destacado de santidad. ¿Quieren que
les diga nombres?... Pues no se los digo.
Prefiero que hablemos de los “santos anónimos”: los
que sin padrinos y sin dinero, han sido ejemplos maravillosos para todos los que les conocieron. Aunque nadie
dio pasos para subirlos a los
altares.
Claro, a
ellos les trae sin cuidado su canonización. A los que guardan su recuerdo con admiración y
cariño tampoco les importa mucho que les
llamen san… o santa….
Seguramente ustedes y
yo conocemos personas que no eran religiosos,
ni monjas, ni sacerdotes, acaso ni siquiera
eran católicos ni cristianos. Eran madres de familia, mecánicos, maestras, labradores,
investigadoras, músicos, o vendedoras del mercado, que fueron
fieles a Jesús, al Dios en quien creían, a su conciencia, a la
humanidad. Usted y yo en el silencio de nuestro corazón, en nuestra pequeña
comunidad podemos recordarlos como santos. Nadie nos va condenar
Por ello. Aquí sí me atrevo a dar nombres. En algunos trabajos de este blog hemos hablado o hablaremos de Dorothy Day, Guillermo Rovirosa, Luis Alsina, Severiano Ayastuy, Arturo Paoli…
Podíamos hablar de otros no aceptados por la Iglesia: Mahatma Gandhi, Simone Weil, Juan Hus…
Tuvimos engavetada y olvidada en un despacho del Vaticano el acta de beatificación de
Oscar Arnulfo Romero, hasta que el papa Francisco lo sacó a la luz.
A algunos de los primeros que citamos tal vez los incluyan algún día en la lista de santos. Como decíamos, a ellos les trae sin cuidado ese tema.
Pero ¿ven? Si Jesús fue
signo de contradicción para los
religiosos de su época, también a muchos de los que nosotros consideramos fieles seguidores del
carpintero nazareno, hoy otros, “católicos apostólicos, romanos”, los rechazan.