San Ambrosio
(Aclamado obispo por el pueblo antes
de ser bautizado).
Fue un hombre moralmente honesto, inflexible frente a la prepotencia de los poderosos, ante quienes nunca se doblegó, porque para él por encima de todas las dignidades humanas estaban los principios morales y religiosos
Ángel
Gutiérrez Sanz
Durante la dinastía constantiniana, allá por el año 340, el Prefecto de la Galia celebraba en su residencia de Treveris la venida al mundo de un nuevo vástago. El futuro profesional de este niño venía marcado por la ascendencia familiar. El habría de aspirar a ser como su padre, prefecto de alguna de las provincias romanas. En su propia casa tenía ese maestro ejemplar del que podría ir aprendiendo el arte de gobernar y cuando su padre murió se trasladaría con toda su familia a Roma, manteniéndose en la idea de que lo que a él le gustaba no era otra cosa que ser un servidor del imperio; para ello estudiaría humanidades y la carrera de derecho, fundamental para sus aspiraciones, que iban a ser sus buenas relaciones sociales. Pronto el hombre fuerte del imperio, Probo, se fijó en Ambrosio y a sus 30 años le nombró gobernador del N. de Italia, con residencia en Milán , despidiéndose de él con estas premonitorias palabras: “Ve, hijo mío y condúcete no como juez sino como obispo”.
Llevaba dos años en ese cargo cuando se originó una revuelta entre cristianos ortodoxos y arrianos en su lucha por conseguir la sede episcopal de Milán. La cosa podía ir a mayores, por lo que el Prefecto en persona se presentó en el lugar de los hechos y mandando callar a unos y a otros, tomó la palabra y con tono suave y consideraciones prudentes, logró el beneplácito de unos y otros. En esto que de entre la multitud se oyó la voz inocente de un niño que decía: ¡Ambrosio obispo! ¡Ambrosio obispo! Al poco tiempo esta aclamación fue unánime. Ello resultaba absurdo para quien nunca había pensado en la carrera eclesiástica e inviable por otra parte, puesto que él ni siquiera estaba bautizado. Ambrosio trató por todos los medios de evadirse de esa situación tan embarazosa; pero le fue imposible, por lo que se dispuso a recibir el bautismo y a los ocho días era consagrado obispo en Milán, un 7 de Diciembre del año 374.
No bien hubo tomado
posesión del cargo, el espíritu organizativo y práctico de Ambrosio se puso en
funcionamiento y los 23 años que iba a durar su episcopado estarían consagrados
al servicio de la Iglesia, que por aquel entonces tenía algunos frentes
abiertos. La Roma pagana no había desaparecido. La aristocracia y senadores
romanos seguían aferrados a sus prácticas paganas. Para demostrar que los
tiempos del paganismo en Roma habían acabado, el emperador Valentiniano influenciado
por Ambrosio mandó retirar del Senado a
la diosa Victoria. Quedaron suprimidas las subvenciones para el sostenimiento
de los templos paganos y de sus vestales, por lo que con Ambrosio el paganismo
prácticamente quedó extinguido, al menos oficialmente.
Otro de los frentes en
los que el obispo de Milán tuvo que combatir fue el de las herejías. El
arrianismo estaba en todo su apogeo y Ambrosio se le enfrentó en el terreno
apologético con sus escritos y también lo hizo en el terreno político. Los
arrianos contaban con la ayuda de Justina, madre del emperador, quien ordenó a
Ambrosio que devolviera a los arrianos algunas de las principales basílicas, a
lo que éste se negó diciendo “Ni yo tengo poder para entregároslas, ni vos
potestad para tomarlas”. Justina esperó y al poco tiempo sacó un decreto que
daba libertad de reunión a los arrianos, sin que Ambrosio cambiara de opinión,
Justina dio un paso más y un día de cuaresma envió sus tropas con el fin de
ocupar las basílicas en litigio: esperó a que Ambrosio y los fieles salieran del templo, pero conscientes de lo
que pasaba, éstos permanecieron dentro, al tiempo que Ambrosio les hacía llegar
esta misiva a los que esperaban fuera “ Rindo mi homenaje de respeto al emperador,
pero no cedo ante él. El emperador está en la iglesia pero no sobre la iglesia”
La cosa no podía quedar más clara y en previsión de daños mayores la ofensiva
arriana optó por la retirada. Posteriormente el obispo de Milán convocaría el
concilio de Aquilea, por el que quedaban
destituidos los obispos arrianos.
Con un tercer frente
tuvo que lidiar Ambrosio, esta vez nada menos que con el mismo emperador
Teodosio. Iglesia y Estado iban a mantener un pulso con motivo de la revuelta
producida en Tesalónica, donde su gobernador había metido en la cárcel a un
auriga muy apreciado de los cristianos, quienes en represalia perpetraron
varios desmanes, asesinando incluso al propio gobernador y otros magistrados.
Teodosio al conocer lo sucedido montó en cólera y dijo: “ya que toda la
población es cómplice del crimen que
toda ella sufra el castigo”. El resultado de tan injusta sentencia se tradujo
en siete mil muertos. Ambrosio
horrorizado ante semejante masacre, le acusó al emperador de haber cometido un
crimen horrendo. Como el emperador no se diera por enterado, le advierte que
quedaría excomulgado si no pedía perdón y daba muestras de arrepentimiento.
Teodosio se sintió herido en su amor propio, pero no tuvo otra salida. En la
fiesta de Navidad del año 390 vestido de
penitente le vemos presentarse a las puertas de la catedral implorando perdón.
Si tuviéramos que
resumir la rica personalidad del obispo Ambrosio, nada mejor que decir que fue
un hombre moralmente honesto, inflexible frente a la prepotencia de los
poderosos, ante quienes nunca se doblegó, porque para él por encima de todas las dignidades
humanas estaban los principios morales y religiosos, pero a la vez fue suave y complacientes con la grey que le
admiraba y le quería como un padre.
Luchó sin tregua en muchos frentes y aun tuvo tiempo de pronunciar memorables
homilías y escribir textos imperecederos para la posteridad
Reflexión desde el
contexto actual
Al obispo Ambrosio por una parte
la Iglesia tiene que agradecerle su dignificación ante el Estado, por
otra parte la humanidad entera debe
estarle reconocido porque supo salir en defensa de los derechos fundamentales
del ciudadano ante el atropello del emperador, que en un momento de arrebato
abusó de su autoridad y quiso convertir su ansia de venganza en ley. Si algo
queda claro en la actuación de Ambrosio, es que la Iglesia no puede permitir
intromisiones indebidas por parte del Estado en aquellas cuestiones que son de
su estricta competencia, por aquello de que “hay que obedecer a Dios antes que
a los hombres”