SAN JUAN DE LA CRUZ
EN LAS
FRONTERAS DE LA FE
Autor del libro: Melquiades Andrés
De entre
todos los hombres que conforman los pasos de esa historia, San Juan de la Cruz
destaca por el enraizamiento de su espiritualidad en el hombre esencial, que es
cuerpo y alma, y aunque no tiene dos cabezas ni dos corazones, siente fuertes
tendencias contradictorias dentro de sí. Juan repite en sus escritos que Dios
lleva al hombre al modo del hombre.
La creciente
actualidad de Juan de la Cruz se basa en que plantea la unión con Dios, que es
algo perenne, desde las raíces del hombre y de la fe; es decir, saca al hombre
de la dispersión que le acosa para abrirle una vía de esperanza.
<<Juan
vivió en la frontera de la fe y respondió desde ella a los grandes interrogantes
del hombre>>. No separaba “hombre” de “cristiano”, “naturaleza” de
“gracia”, “razón” de “fe”.
<< Sabía que en los dominios de la fe siempre es de noche y en los de la razón no siempre brilla el día >>
En el amor
encontró respuesta satisfactoria a las aspiraciones más profundas de la
persona.
Dios es
amor, y como es amor lo profundamente humano del hombre, para él la dignidad
más alta consiste en la llamada de Dios a unirse con él.
Juan puso en
relación las potencias humanas superiores con las virtudes teologales que Dios
infunde en el bautismo: fe, esperanza y caridad.
Como
comprenderá pronto el lector, este libro no intenta analizar intelectualmente
la experiencia espiritual sanjuanista, sino desvelarla en su maravillosa
riqueza. Juntar al hombre con Dios es promoverlo también en el campo de la
libertad. La “Noche oscura” contiene uno de los cantos más bellos y profundos a
la libertad. Estas realidades explican suficientemente la atracción de tantos
teólogos, filósofos, psicólogos, científicos, historiadores, religiosos,
agnósticos e incrédulos hacia la persona y obra del <<Doctor
Místico>>.
Ellos,
unidos a una multitud ingente de religiosos y seglares cristianos, de
agnósticos y no creyentes, añoran la libertad, la alegría y la anchura
espiritual de Juan de la Cruz, y gritan desde lo más hondo de sus entrañas:
¿A dónde
te escondiste,
Amado, y
me dejaste con gemido?
EL HOMBRE EN
LA NOCHE
La noche
sanjuanista es una experiencia de amor y el amor es condición esencial de la
persona.
El hombre de
todos los tiempos supo y sabe mucho de sí y de las cosas, del poder y el
placer, de la verdad y la mentira, de la hermosura y la fealdad….; pero la suma
de todo ese conjunto, a la postre, resulta noche para él.
¿Qué es lo
que encierra el símbolo de la noche?. Este símbolo trae a la conciencia la idea
de que el hombre es mucho más de lo que es capaz de saber y decir sobre sí
mismo y las cosas. Dios irrumpe en la conciencia embistiendo a la persona,
dándole ser y valor, pero a oscuras, sin dejarse ver, de noche.
La noche no
es sólo una fase de la experiencia de Dios que necesariamente hay que pasar,
sino también una dimensión constitutiva de la misma; no es una ocurrencia
cualquiera del hombre sino una manera de percibir el conjunto de su ser. Eso
sólo puede tener lugar en la fe, pero resulta que también la fe es noche.
La noche,
entonces, es el símbolo de la necesidad que tiene el hombre de salir de sí para
encontrar su verdadero centro, que es Dios.
La noche
devuelve al hombre el sentido del misterio de Dios real y trascendente. Esa es
la experiencia que vive y ofrece Juan, el eje de su magisterio espiritual.
Morir de
amor
En el
Carmelo de Ávila era común el tema <<morir de amor>>.
Santa Teresa
glosó también estos cantares. Así tenemos dos poesías paralelas con estrofas
repetidas y versos entremezclados.
Veamos
algunos versos de la de Juan:
Vivo sin
vivir en mí
y de tal
manera espero,
que muero
porque no muero.
En mí yo
no vivo ya,
y sin
Dios vivir no puedo;
pues sin
él y sin mí quedo,
este
vivir ¿qué será?
Mil muertes
se me hará,
pues mi
misma vida espero,
muriendo
porque no muero.
Esta vida
que yo vivo
es
privación de vivir;
y así, es
continuo morir
hasta que
viva contigo (…)
Estando
ausente de ti
¿qué vida
puedo tener,
sino
muerte padecer
la mayor
que nunca vi? (…)
Mira que
peno por verte,
y mi mal
es tan entero,
que muero
porque no muero.
San Juan
de la Cruz