María (María Virgen)
Martín Irure
Es mediodía.
Veo la
iglesia abierta.
Entro.
Madre de Jesucristo,
no vengo a rezar,
No tengo nada que
ofrecer
y nada que pedir.
Vengo solamente, María,
a mirarte.
Mirarte, llorar de
felicidad,
saber esto:
que soy tu hijo, que
estás aquí.
Estar contigo, no decir
nada.
Sólo cantar.
Porque eres bella,
porque eres inmaculada,
la mujer restituida en
la gracia,
la criatura en su
felicidad primera
y en su plenitud final,
tal como salió de Dios
en la mañana de su
esplendor
original.
Porque eres la mujer,
el Edén
de la antigua ternura
olvidada,
cuya mirada encuentra
en seguida el corazón
y hace brotar las
lágrimas
acumuladas.
Porque estás aquí para
siempre,
simplemente porque eres,
simplemente porque
existes,
Madre de Jesucristo,
¡muchas gracias!
Martín Irure