¿Es posible la fraternidad humana universal y con todas las criaturas? (II)
Leonardo Boff
2021-01-29
Hace dos
años, en febrero de 2019, el Papa Francisco, cuando visitó los Emiratos Árabes,
firmó en Abu Dhabi con el Gran Imán Al Azhar Ahmad Al-Tayyeb un importante
documento: “Sobre la fraternidad humana, en pro de la paz y de la convivencia
común”. Dando continuidad la ONU estableció el día 4 de febrero como el Día de
la Fraternidad Humana.
Todos
son esfuerzos generosos que buscan, si no eliminar, al menos minimizar las
profundas divisiones que imperan en la humanidad. Ansiar una fraternidad
universal parece un sueño distante, pero siempre anhelado.
Imagen Tatiana Blue
El
gran obstáculo a la fraternidad: la voluntad de poder
El eje
estructurador de las sociedades mundiales y de nuestro tipo de civilización, ya
lo escribimos anteriormente, es la voluntad de poder como dominación.
No hay
declaraciones sobre la unidad de la especie humana y de la fraternidad
universal, tal como la más conocida Declaración Universal de los Derechos
Humanos de la ONU de 1948, enriquecida con los derechos de la naturaleza y de
la Tierra, que consigan imponer límites a la voracidad del poder. Bien lo
entendió Thomas Hobbes en su Leviatán (1615):
«Señalo,
como tendencia general de todos los hombres, un perpetuo e inquieto deseo de
poder y más poder, que sólo cesa con la muerte; la razón de esto radica en el
hecho de que no se puede garantizar el poder sino es buscando todavía más
poder».
Jesús
fue víctima de ese poder y fue asesinado judicialmente en la cruz. Nuestra
cultura moderna se ha apoderado de la muerte, ya que con la máquina de
exterminio total creada puede eliminar la vida en la Tierra y a sí misma. ¿Cómo
controlar el demonio del poder que nos habita? ¿Dónde encontrar el remedio?
Renuncia
a todo poder por la humildad radical
Aquí san
Francisco nos abre un camino: la humildad radical y la total sencillez. La
humildad radical implica ponerse junto al humus, en la tierra, donde todos nos
encontramos y nos hacemos hermanos y hermanas porque todos venimos del mismo
humus.
El
camino para eso consiste en bajar del pedestal en el que nos colocamos como
amos y señores de la naturaleza y realizar un despojamiento radical de todo
título de superioridad. Consiste en hacerse realmente pobre, en el sentido de
quitar todo lo que se interpone entre el otro y yo. Ahí se esconden los intereses.
Estos no pueden prevalecer, pues son trabas para el encuentro con el otro cara
a cara, mirándose a los ojos, con las manos abiertas para el abrazo fraterno
entre hermanos y hermanas, por distintos que sean.
Foto Joaquim Campa
La
pobreza no es ningún ascetismo. Es el modo que nos hace descubrir la
fraternidad, juntos sobre el mismo humus, sobre la hermana y madre Tierra.
Cuanto más pobre, más hermano del Sol, de la Luna, del pobre, del animal, del
agua, de la nube y de las estrellas.
Francisco
recorrió humildemente esta senda. No negó los oscuros orígenes de nuestra
existencia, el humus (de donde viene homo en latín) y de esta forma
confraternizó con todos los seres, llamándolos con el dulce nombre de hermanos
y hermanas, hasta al feroz lobo de Gubbio.
Imagen Tatiana Blue
Otro
tipo de presencia en el mundo
Se trata
de tener una nueva presencia en el mundo y en la sociedad, no como quien se
cree la cumbre de la creación y está por encima de todos, sino como quien está
al pie y junto a los demás seres. Por esta fraternidad universal, el más humilde
encuentra su dignidad y su alegría de ser por sentirse acogido y respetado y
por tener garantizado su lugar en el conjunto de los seres.
Leclerc
obstinadamente plantea siempre de nuevo la pregunta como quien no está
totalmente convencido: «¿Será posible la fraternidad entre los seres humanos?»
Y él mismo responde: Solamente si el ser humano se coloca a sí mismo con gran
humildad entre las criaturas, dentro de la unidad de la creación (que incluye
al ser humano y lanaturaleza como un todo), respetando todas las formas de
vida, incluso las más humildes, podrá esperar un día formar una verdadera
fraternidad con todos sus semejantes. La fraternidad humana pasa por esta
fraternidad cósmica» (p. 93).
La
fraternidad viene acompañada de la sencillez
Ésta no
es una actitud exagerada ni excesiva. Se trata de un modo de ser que aparta
todo lo que es superfluo, todo tipo de cosas que vamos acumulando, que nos
hacen rehenes de ellas y crean desigualdades y barreras con respecto a los
otros, negándonos a convivir solidariamente con ellos, y nos lleva a
contentarnos con lo suficiente y a compartir con los demás.
Este camino no fue fácil para Francisco. Se sentía responsable del camino de la pobreza radical y de la fraternidad. Al crecer el número de seguidores, por miles, se imponía una organización mínima. Había bellos ejemplos en el pasado. Francisco le tenía verdadera ojeriza a eso. Llegó a decir: “no me hablen de las reglas de San Agustín, de San Benito o de San Bernardo; Dios quiso que yo fuese un nuevo loco en este mundo (novellus pazzus)”. Es la clara afirmación de la singularidad de su modo de vida y de su estar en el mundo y en la Iglesia, como un simple laico que toma absolutamente en serio el evangelio en medio y con los pobres e invisibles, y no como un clérigo de la poderosa Iglesia feudal.
La
gran tentación de Francisco
Sin
embargo, en un momento dado de su vida entra en una crisis profunda, pues veía
que su camino evangélico de pobreza radical y de fraternidad le estaba siendo
arrebatado.
Afligido,
se retira a una ermita en el bosque durante dos largos años, acompañado de su
íntimo amigo fray León “la ovejita de Dios”. Es la gran tentación, a la que las
biografías dan poca relevancia, pero es esencial para entender la propuesta de
vida de Francisco.
Por fin,
se despoja de ese instinto de posesión espiritual. Acepta un camino que no es
el suyo pero que es inevitable. ¿Dónde dormirían los frailes? ¿Cómo se
sostendrían? Prefiere salvar la fraternidad a salvar su propio ideal. Acoge
jovialmente la férrea lógica de la necesidad. Ya no pretende nada más. Se
despoja totalmente, incluso de sus deseos más íntimos, hasta el punto de que su
biógrafo san Buenaventura lo llama vir desideriorum (varón de deseos).
Ahora,
totalmente despojado en su espíritu, se deja conducir por Dios. El Espíritu
será el señor de su destino. Él mismo ya no se propone nada más. Está a merced
de aquello que la vida le va pidiendo, viéndola como voluntad de Dios. Siente
en eso la mayor libertad de espíritu posible, que se expresa por una alegría
permanente hasta el punto de que le llaman “el hermano siempre alegre”. Él no
ocupa ya el centro. El centro es la vida conducida por Dios. Y eso basta.
Regresa
entre los cofrades y recupera la jovialidad y la plena alegría de vivir, pero,
siguiendo la llamada del Espíritu, como en los primeros tiempos, vuelve a
convivir con los leprosos, a los que llama “mis cristos” en profunda comunión
fraterna. Jamás abandona la profunda comunión con la hermana y Madre Tierra.
Cuando va a morir, pide que lo coloquen desnudo sobre la Tierra para la última
caricia y total comunión con ella.
La
unidad de la creación: todos hermanos y hermanas, los humanos y la naturaleza
Francisco
buscó incansablemente la unidad de la creación mediante la fraternidad
universal, unidad que incluye a seres humanos y seres de la naturaleza. Todo
comienza con la fraternidad con todas las criaturas, amándolas y respetándolas.
Si no cultivamos esta fraternidad con ellas, la fraternidad humana pasa a ser
meramente retórica y continuamente violada.
Curiosamente,
el famoso antropólogo Claude Lévy Strauss, que enseñó e investigó en Brasil
durante muchos años y aprendió a amarlo (véase su libro Saudade de Brasil),
confrontado con la crisis aterradora de nuestra cultura, sugiere el mismo
remedio que san Francisco: «el punto de partida debe ser una humildad
principal: respetar todas las formas de vida… preocuparse del ser humano sin
preocuparse de las otras formas de vida es, queramos o no, llevar a la
humanidad a oprimirse a sí misma, abrirle el camino de la auto-opresión y de la
auto-explotación» (Le Monde 21-22 de enero de 1999). Frente a las amenazas
planetarias afirmó también: «La Tierra surgió sin el ser humano y podrá
continuar sin el ser humano».
Volvamos
a nuestro momento histórico: el confinamiento social nos ha creado condiciones
involuntarias para plantearnos esta cuestión fundamental: ¿Qué es esencial, la
vida o el lucro? ¿el cuidado de la naturaleza o su explotación ilimitada? ¿Qué
Tierra queremos, finalmente? ¿Y qué Casa Común queremos habitar? ¿Sólo con
nosotros, los seres humanos, o con todos los hermanos y hermanas de la gran
comunidad de vida, realizando la unidad de la creación?
El Papa
durante la pandemia se tomó un tiempo para reflexionar sobre esta cuestión del
momento. La expresó en términos graves, casi desesperanzados en la Fratelli
tutti aunque, como hombre de fe, mantiene y reafirma siempre la esperanza.
El
superviviente del campo de exterminio nazi, Éloi Leclerc, la replanteó de forma
existencial y permanentemente angustiada, pero con signos de esperanza dentro
de los frecuentes sobresaltos causados por la memoria imborrable de los
horrores sufridos en los campos de exterminio nazi.
Si no puede ser un estado, la fraternidad puede ser un
nuevo tipo de presencia en el mundo
Francisco
vivió en términos personales la fraternidad universal, pero en términos
globales, fracasó. Tuvo que hacer concesiones a la orden y al poder. Y lo hizo
sin amargura, reconociendo y acogiendo su inevitabilidad. Es la tensión
permanente entre el carisma y el poder. El poder es un componente de la esencia
del ser humano social. El poder no es una cosa (como el estado, el presidente,
la policía), sino una relación entre personas y cosas. Al mismo tiempo asume la
forma de una instancia de dirección social. Sin embargo, debemos calificar la
relación y la dirección. ¿Están ambas al servicio del bien de todos, o de
grupos y entonces se revela como exclusión y dominación? Para evitar ese modo
(el demonio que lo habita) prevalente en la modernidad, el poder debe estar
siempre bajo control, ser pensado y vivido a partir del carisma. Este representa un límite al poder
para garantizar su carácter de servicio a la vida y al bien de todos, y evitar
la tentación de la dominación y del despotismo. El carisma es siempre creativo
y pone en jaque al poder establecido.
Respondiendo
a la pregunta de si es posible una fraternidad universal, diría: dentro del
mundo en que vivimos bajo el imperio del poder-dominación sobre las personas,
las naciones y la naturaleza, aquella está siempre inviabilizada y hasta
negada. Por aquí no hay camino.
Sin
embargo, si no puede ser vivida como un estado permanente, puede realizarse
como espíritu, como una nueva presencia y un modo ser que intenta comprometer
todas las relaciones, incluso dentro del orden actual que es un desorden. Pero
esto solo es posible a condición de que cada persona sea humilde, se sitúe
junto al otro y a la altura de naturaleza, supere las desigualdades y vea un
hermano y una hermana en cada uno, situados en el mismo humus terrenal donde
están nuestros orígenes comunes y sobre el cual convivimos.
El
tiempo de San Francisco es nuestro tiempo
Este
espíritu, en el contexto de las fuerzas destructivas del antropoceno y del
necroceno reinantes, se enfrenta a una situación totalmente distinta de aquella
vivida por Francisco de Asís. En ella no se cuestionaba si la Tierra y la
naturaleza tenían o no futuro. Se suponía que todo esto estaba garantizado.
Ocurrió lo mismo en la gran crisis económico-financiera de 1929 e incluso en la
de 2008. Nadie planteaba la cuestión de los límites de la Tierra y de sus
bienes y servicios no renovables.
Era una
suposición dada como evidente, pues para todos ella era como un baúl lleno de
recursos ilimitados, base para un crecimiento también ilimitado. En la Laudato
Si el Papa llama a esta concepción, mentira. Hoy ya no es así. Todo esto se
desvaneció, pues sabemos que nosotros podemos hacer tambalear y destruir las
bases físicas, químicas y ecológicas que sustentan la vida.
Fraternidad,
exigencia para la continuidad de nuestra vida en el planeta
No
estamos ante una opción que podemos asumir o no, sino ante una exigencia para
la continuidad de nuestra vida en este planeta. Nos encontramos en una
situación que amenaza nuestra especie y nuestra civilización. La Covid-19 que
está afectando a toda la humanidad debe ser interpretada como una señal de la
Madre Tierra de que no podemos continuar con la dominación y devastación de
todo lo que existe y vive. O hacemos, como advierte el Papa Francisco de Roma a
la luz del espíritu y de un nuevo modo de ser en el mundo de Francisco de Asís,
“una radical conversión ecológica” (nº 5) o ponemos en peligro nuestro futuro
como especie: “Las previsiones catastróficas ya no se pueden mirar con
desprecio e ironía. Nuestro estilo de vida y nuestro consumismo insostenibles
solo pueden desembocar en catástrofes” (Laudato Si’, nº 161). En la Frateli
tutti es más contundente: “Estamos en el mismo barco, nadie se salva solo, solo
podemos salvarnos juntos” (nº 32). Se trata de una última carta para la
humanidad.
El
surgimiento de las condiciones para una fraternidad universal
Y he
aquí que surge una nueva alternativa posible, pues la historia no es
rectilínea. Conoce rupturas y saltos. Así estaríamos ante un salto en el estado
de conciencia de la humanidad. Puede llegar un momento en que ella se vuelva
plenamente consciente de que puede autodestruirse, ya sea por una fenomenal
crisis ecológica, social y sanitaria (atacada por virus letales) o por una
guerra nuclear.
Entenderá
que es preferible vivir fraternalmente en la misma Casa Común que entregarse a
un suicidio colectivo. Se verá obligada a convencerse de que la solución más
sensata y sabia consiste en cuidar la única Casa Común, la Tierra, viviendo
todos dentro de ella, como hermanos y hermanas, la naturaleza incluida. Con
toda seguridad la humanidad no está condenada a autodestruirse, ni por voluntad
del poder-dominación ni por el aparato bélico capaz de eliminar toda la vida.
Está llamada a desarrollar las incontables potencialidades que hay dentro de
ella, como un momento avanzado de la cosmogénesis. No estoy solo en esta
apuesta. La hacen muchos científicos, como por ejemplo, Jacques Attali en su
libro Una breve historia del futuro (París 2006) y el famoso cosmólogo Brian
Swimme en Journey of the Universe (Yale University, 2012.)
Entonces
será un dato de la conciencia colectiva aquello que las encíclicas Laudato Si’
y Fratelli tutti repiten de principio a fin: todos estamos relacionados unos
con otros, todos somos interdependientes y solo sobreviviremos juntos. Todo
será relacional, también las empresas, generando un equilibrio general asentado
sobre el amor social, el sentido de pertenencia fraterna, el altruismo, la
solidaridad y el cuidado común de todas las cosas comunes (agua, alimentación,
vivienda, seguridad, libertad y cultura etc).
Todos se
sentirán ciudadanos del mundo y miembros activos de sus comunidades. Habrá un
gobierno planetario plural (de hombres y mujeres, representantes de todos los
países y culturas) que buscará soluciones globales a los problemas globales. Prevalecerá
una hiperdemocracia terrenal. La gran misión colectiva es construir laTierra,
como ya anunciaba Pierre Teilhard de Chardin en el desierto de Gobi de China en
los años de 1933. Asistiremos al surgimiento lento y sostenible de la noosfera,
es decir, de las mentes y los corazones sintonizados dentro del único planeta
Tierra. Este es nuestro acto de fe. Ahora se darán las condiciones del sueño de
Francisco de Asís y de Francisco de Roma: una real fraternidad humana, un
verdadero amor social con los demás hermanos y hermanas de la naturaleza.
Nos
corresponde a nosotros como personas y como colectividad pensar y repensar con
la mayor seriedad, plantearnos y replantearnos esta cuestión: Dentro de esta
situación cambiada de la Tierra y de la humanidad, y de las amenazas que pesan
sobre ellas, no es un puro sueño y una utopía inviable buscar un espíritu de
fraternidad universal entre los humanos y con todos los seres de la naturaleza
y realizarlo colectivamente. Esta será la gran salida que nos podrá salvar. El
Papa Francisco cree y espera que este sea el camino. Puede ser tortuoso,
conocer obstáculos y sufrir desvíos, pero sigue el rumbo correcto. Nos urge
responder, pues el tiempo del reloj corre en contra nuestra.
O
acogemos la propuesta de la figura más inspiradora do Occidente, el humilde
Francisco de Asís, como lo llama Tomás Kempis, autor de la Imitación de Cristo,
retomada en la Fratelli tutti por Francisco de Roma, y repensada por Leclerc y
Lévy Strauss, o puede que recorramos el camino que recorrieron los dinosaurios
hace 67 millones de años. Pero creemos que este no es el destino de la
humanidad.
Solo nos
queda recorrer este camino de la fraternidad universal y del amor social porque
entonces podremos continuar, bajo la luz bienhechora del sol, sobre este
pequeño planeta, azul y blanco, la Tierra, nuestro querido hogar y Casa Común.
Dixi et salvavi animam meam.