"Los
signos de los tiempos son hoy especialmente claros y piden una respuesta
urgente"
Félix
Placer: "Salir del 'paradigma de la cristiandad' es urgente y
necesario"
"La
religión ha seguido oscureciendo e impidiendo ver la claridad del evangelio que
ilumina nuevos horizontes y su realización para construir el Reino de
Dios"
"Después
de los concilios de Trento y Vaticano I que confirmaron y fortalecieron ese
paradigma, fue necesario un nuevo Concilio, el Vaticano II, que trató, no sin
vacilaciones, de armonizar el pasado con las exigencias de los nuevos
tiempos"
"Si hoy la Iglesia quiere ponerse en actitud de salida debe ir al encuentro de esas 'soluciones plenamente humanas', como insistió el Concilio Vaticano II"
"El
Papa Francisco propone buscar y construir en una ética compartida un mundo
fraternal donde la salvación no está en la Iglesia sola y aislada en su viejo
paradigma excluyente, sino en todos, con la clara 'conciencia de que hoy o nos
salvamos todos o no se salva nadie'"
14.01.2021
| Félix Placer Ugarte
A
mi entender, y en el otras muchas personas, a la Iglesia en nuestro contexto se
le plantea la necesaria salida de lo que llamo paradigma de la cristiandad,
vigente todavía en muchos de nuestros estratos y ambientes tanto jerárquicos
como laicales.
Con
la categoría paradigma me refiero no sólo a estilos pastorales que se conservan
en nuestras iglesias. Implica, de manera más amplia y profunda, conceptos,
creencias, conductas y actitudes, formas de acción, que responden a concepciones
de Iglesia, visiones del mundo, relaciones con otras religiones, con personas
no creyentes, con los avances científicos. Durante muchos siglos se afianzó el
paradigma de la cristiandad que resistió a la modernidad, al pluralismo
religioso, a la laicidad y secularización, encerrando a la Iglesia en su
autoconcepción excluyente. ‘Fuera de la Iglesia no hay salvación’, fue el
axioma de un eclesiocentrismo persistente.
Después
de los concilios de Trento y Vaticano I que confirmaron y fortalecieron ese
paradigma, fue necesario un nuevo Concilio, el Vaticano II, que trató, no sin
vacilaciones, de armonizar el pasado con las exigencias de los nuevos tiempos y
propuso un cambio en profundidad. Juan XXIII lo llamó ‘aggiornamento’. Su
Constitución pastoral, Gaudium et spes, fue una clara apuesta por un nuevo
paradigma que superara el viejo y milenario paradigma y propuso un cambio
significativo que afectaba a lo más profundo del ser Iglesia hoy y para el
mundo de hoy.
Pero
no iba a resultar fácil abandonar el peso y lastre de la tradición
conservadora. Y, en efecto, al poco tiempo, en medio del optimismo inicial, que
tal vez pecó de superficial, la Iglesia oficial trató de atrincherarse en los
“cuarteles de invierno”, en frase de Rahner; el cardenal Martini, arzobispo de
Milán, confesaba que “sus sueños de una Iglesia pobre, humilde, abierta,
plural, joven se habían disipado amargamente”. El sector involutivo
eclesiástico impuso con fuerza su paradigma conservador. Los intentos y
realizaciones pastorales, teológicos, sinodales, organizativos encontraron
pronto el control férreo de los organismos eclesiásticos dominantes. Y, como lo
ha mostrado José María Castillo, entre otros, con sus clarividentes análisis,
la religión ha seguido oscureciendo e impidiendo ver la claridad del evangelio
que ilumina nuevos horizontes y su realización para construir el Reino de Dios.
Ha
sido el Papa Francisco quien, sobre todo con tres documentos de profundas
implicaciones eclesiales (Evangelii gaudium, Laudato si’, Fratelli tutti), ha
vuelto a plantear las claves de una Iglesia guiada por el paradigma evangélico
que le pide ser como el grano de trigo que muere para dar fruto (Jn 12,24) e
invita a salir al mundo desposeída, como lo expresó Pere Casaldàliga, de todo
poder, es decir, del paradigma de la cristiandad: “No llevar nada/ No poder
nada / No pedir nada/… Solamente el Evangelio, como una faca afilada”.
Y
aquí estaría, a mi entender, el primer paso de una Iglesia en salida de su
eclesiocentrismo al mundo, a sus problemas y esperanzas, angustias y gozos
sobre todo de los pobres; de su uniformismo, a una iglesia plural y sinodal; de
su occidentalismo, a una Iglesia universal y plural; de su jerarquismo, a una
Iglesia sinodal, pueblo Dios; de su concepción doctrinal y estancada de la
revelación, a lecturas abiertas a los signos de los tiempos y a la verdad de
otras religiones.
Sin
embargo hasta ahora, y todavía hoy para bastantes obispos y fieles, lo que
interesa ante todo es mantener la Iglesia y la pertenencia a ella, lograr
vocaciones para que los ministerios subsistan y se garantice su ejercicio
dentro de un modelo conservador. Desde el control estadístico del Vaticano se
siguen pidiendo números de bautizados, casados por la Iglesia, funerales, etc.
Pero su disminución es creciente y rápida. Además, y es lo más preocupante, a
un número progresivamente más amplio de jóvenes, de adultos, de familias, no
interesa ni atrae lo que se anuncia como Buena Noticia y, menos aún, la
Iglesia. Incluso ante las angustiosas preguntas que hoy son centrales para
tantas personas en una sociedad tan preocupada, con toda razón, por la
pandemia, la situación económica, la inmigración, la degradación ecológica, la
desigualdad mundial, no se comprenden ni interesan los mensajes que ofrecen
nuestras homilías en templos cada vez más vacíos, nuestras ofertas formativas
en grupos reducidos, nuestro culto con un lenguaje de otras épocas.
Es
preciso, por tanto, para que la invitación del Papa a una ‘Iglesia en salida’
tenga incidencia y se haga real, salir del viejo paradigma de la cristiandad.
No es tarea fácil ya que, como todo paradigma, está fuertemente inscrito en
muchas conciencias cristianas; influye directivamente y sospecha o excluye
cualquier otro que sea innovador considerándolo desviacionista y amenazador
para el bien de la Iglesia y de los fieles.
Todo
está sometido a ese paradigma que es como la dovela central o clave que
sostiene y mantiene todos los arcos de construcción del edificio de esa Iglesia
y le confiere su sentido y figura. Entonces admitirá cambios, pero serán
superficiales; se propondrán reformas que se quedarán en retoques; se
planificarán remodelaciones, pero manteniendo la estructura; se repararán sus
grietas, pero para mantener el edificio donde el grupo creyente encuentra su
seguridad espiritual. Incluso se saldrá al exterior, pero para volver de nuevo
porque necesita donde reclinar su cabeza y sentirse protegido. Queda entonces
muy lejos de quien dijo que “este hombre no tiene donde reclinar su cabeza” (Lc
9,58) y, por supuesto, preferirá adorar a Dios en el templo, mas que, “con
espíritu y verdad” (Jn 4,23), en los lugares donde la humanidad se juega su
futuro: en los pobres y desde quienes luchan por una sociedad justa, por una
tierra cuidada como casa común, por “colaborar en el hallazgo de soluciones que
respondan a los principales problemas de nuestra época”, según insistió el
Vaticano II (Gaudium et spes 10).
Es
indudable que una salida de paradigma es altamente compleja; conlleva riesgos
imprevistos; supone abandonar lo que para muchas personas ha sido y es garantía
de su seguridad adquirida con fidelidad tradicional. Sin embargo, cada día más
personas lo están haciendo; pero en dos direcciones. Unas simplemente abandonan
el paradigma que sostiene esta Iglesia en la que no creen y ya nada les dice
con su mensaje y se entregan al paradigma que les ofrece o les impone la
globalización capitalista a la que están sometidos y resignados, sin más
horizontes. Han renunciado al sentido profundo de sus vidas. Se contentan con
lo inmediato. Pero también hay personas y grupos comunitarios, conscientes de
la complejidad del cambio de paradigma, que optan por intentar la construcción
de otro nuevo y trabajan con sus actitudes, con sus aportaciones, con sus modos
de vida, en colaboración abierta en la ardua pero esperanzadora tarea de lograr
un paradigma auténticamente evangélico y, por tanto, también humano y
liberador.
Si
hoy la Iglesia quiere ponerse en actitud de salida debe ir al encuentro de esas
“soluciones plenamente humanas”, como insistió el Concilio Vaticano II (Gaudium
et spes 11), confiada en la presencia del Espíritu que alienta donde quiere (Jn
3,8) y hace brotar una nueva vida en los lugares más impensados, sobre todo, en
los pobres que buscan la justicia y la fraternidad. El Papa Francisco propone
buscar y construir en una ética compartida un mundo fraternal donde la
salvación no está en la Iglesia sola y aislada en su viejo paradigma
excluyente, sino en todos, con la clara “conciencia de que hoy o nos salvamos
todos o no se salva nadie” (Fratelli tutti). Esto no significa por supuesto
relativizar el evangelio o reducirlo a una simple referencia más, sino
comprenderlo desde su lugar auténtico: los pobres y quienes con ellos buscan la
justicia, según las bienaventuranzas (Mt 5,3-12). Para ello hace falta ponerse
en salida a fin de oír sus voces de denuncia con oídos atentos, ver con ojos
abiertos su situación y actuar con manos samaritanas, eficazmente.
La
seguridad y confianza, la razón profunda para asumir este riesgo decisivo de
salir del viejo paradigma de la cristianad y buscar un nuevo paradigma y el
impulso y motivación para construirlo están, para las personas creyentes, en la
fe en el Reino de Dios, presente ya en nuestra tierra (Lc 17,20), que supera
todo paradigma y al mismo tiempo mueve y empuja a un dinamismo transformador
con una nueva espiritualidad y desde una Iglesia en salida para servir y no
para ser servida.
Tomado de Religión Digital