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6 de marzo de 2021

El Evangelio y la reflexión de Antonio Pagola

 

INDIGNACIÓN DE JESÚS


En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y  haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:

Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi padre.

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: << El celo de tu casa me devora>>.

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:

¿Qué signos nos muestras para obrar así?

Jesús contestó:

Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.

Los judíos replicaron:

Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de lo que había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

Mientras estaba en Jerusalén por la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre (Juan 2.13-25)

LA INDIGNACIÓN DE JESÚS

Jesús se llena de indignación << No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre >>.

Aquel templo no es la casa de un Dios Padre en la que todos se acogen mutuamente como hermanos y hermanas. Jesús no puede ver allí esa <<familia de Dios>> que quiere ir formando con sus seguidores.

Aquello no es sino un mercado donde cada uno busca su negocio.

Dios no puede ser el protector y encubridor de una religión tejida de intereses y egoísmos. Dios es un Padre al que solo se da culto trabajando por una comunidad más humana, solidaria y fraterna.

Casi sin darnos cuenta, estamos convirtiendo el mundo en un gran mercado donde todo se compra y se vende, y corremos el riesgo de vivir incluso la relación con Dios de manera mercantil.

Hemos de hacer de nuestras comunidades cristianas un espacio donde todos nos podamos sentir en la <<casa del Padre>>. Una casa acogedora y cálida donde a nadie se le cierran las puertas, donde a nadie se le excluye ni discrimina.

Una casa donde podemos invocar a Dios como Padre porque nos sentimos sus hijos e hijas, y buscamos vivir como hermanos y hermanas.

¿QUÉ RELIGIÓN ES LA NUESTRA?

Todos los evangelios se hacen eco de un gesto audaz y provocativo de Jesús dentro del recinto del Templo de Jerusalén.

Aquel gesto cargado de fuerza profética fue lo que desencadenó su detección y rápida ejecución. Atacar el Templo era atacar el corazón del pueblo judío: el centro de su vida religiosa, social y política. El Templo era intocable. Allí habitaba el Dios de Israel.

Aquello era un <<mercado>>.Mientras en el entorno de la <<casa de Dios>> se acumulaba la riqueza, en las aldea crecía la miseria de sus hijos. No. Dios no legitimaría jamás una religión como aquella. El Dios de los pobres no podía reinar desde aquel Templo. Con la llegada de su reinado perdía su razón de ser.

La actuación de Jesús nos pone en guardia a todos sus seguidores y nos obliga a preguntarnos que religión estamos cultivando en nuestros templos. Lo primero no es la religión, sino el reino de Dios.

¿Qué religión es la nuestra?, ¿hace crecer nuestra compasión por los que sufren o nos permite vivir tranquilos en nuestro bienestar?, ¿alimenta nuestros propios intereses o nos pone a trabajar por un mundo más humano? Si se parece a la del Templo judío, Jesús no la bendeciría.

EL AMOR NO SE COMPRA

Su actuación violenta frente a <<vendedores y cambistas>> no es sino la reacción del Profeta que se encuentra con la religión convertida en mercado.

Quien conozca a Jesús no se extrañará de su indignación. Si algo aparece constantemente en el núcleo mismo de su mensaje es la gratuidad de Dios, que ama a sus hijos e hijas sin límites y solo quiere ver entre ellos amor fraterno y solidario.

Casi sin darnos cuenta nos podemos convertir en <<vendedores y cambistas>>. Es fácil entonces la tentación de negociar incluso con Dios. Se le obsequia con algún culto para quedar bien con él, se pagan misas o se hacen promesas para obtener de él algún beneficio, se cumplen ritos para tenerlos a nuestro favor.

Los creyentes hemos de estar más atentos a no desfigurar a un Dios que es amor gratuito, haciéndolo a nuestra medida: tan triste, egoísta y pequeño como nuestras vidas mercantilizadas.

SIN SITIO PARA DIOS

El dato ha sido recordado por los observadores del hecho religioso: Dios está presente en los pueblos pobres y marginados de la tierra, y se está ocultando lentamente en los pueblos ricos y poderosos. Los países que son pobres en poder, dinero y tecnología son más ricos en humanidad y espiritualidad que las sociedades que los marginan.

Cuando Jesús llega a Jerusalén, no encuentran gente que busca a Dios, sino comercio. El mismo Templo se ha convertido en un gran mercado. La religión sigue funcionando, pero nadie escucha a Dios. Su voz queda silenciada por el ruido del dinero. Lo único que interesa es el propio beneficio.

No es extraño que en la <<Europa de los mercaderes>> se hable hoy de <<crisis de Dios>>(Gotteskrise). Allí donde se busca la propia ventaja o ganancia, sin tener en cuenta a los necesitados, no hay sitio para el verdadero Dios.

Esta Europa del bienestar donde la crisis de Dios está ya generando una profunda crisis del ser humano, necesita escuchar un mensaje claro y apasionado: <<Quién no practica la justicia, y no ama a su hermano, no es de Dios>> (1 Juan 3,1).

UN TEMPLO NUEVO

Los cuatro evangelistas se hacen eco del gesto provocativo de Jesús expulsando del Templo a <<vendedores>> de animales y <<cambistas>> de dinero.

Pero Juan, el último evangelista, añade un diálogo con los judíos en el que Jesús afirma de manera solemne que, tras la destrucción del Templo, el <<lo levantará en tres días>>. Nadie puede entender lo que dice. Por eso el evangelista añade: <<Jesús hablaba del templo de su cuerpo>>. No olvidemos que Juan está escribiendo su evangelio cuando el Templo de Jerusalén lleva veinte o treinta años destruido.

Para quienes ven en Jesús el nuevo templo donde habita Dios, todo es diferente. Para encontrarse con él no es suficiente entrar en una iglesia.

Las puertas de este nuevo templo que es Jesús están abiertas a todos. Nadie está excluido. Pueden entrar en él los pecadores, los impuros e incluso los paganos. El Dios que habita en Jesús es de todos y para todos. En este templo no se hace discriminación alguna. No hay espacios diferentes para hombres y mujeres. No hay razas elegidas ni pueblos excluidos. Los únicos preferidos son los necesitados de amor y de vida.

José Antonio Pagola