La brutal violación a la monja Dianna Ortiz en 1989 que destapó el apoyo de EE.UU. a los regímenes militares en Guatemala
Parte 1/2
27 febrero 2021
Fueron más de 100 quemaduras de cigarrillo las que quedaron en su espalda.
Los torturadores de la monja estadounidense Dianna Ortiz inventaron un juego de preguntas en el que la mujer siempre perdía y el castigo era una marca más en su cuerpo.
Sucedió en Guatemala en noviembre de 1989, cuando la religiosa fue violada y torturada durante 24 horas, en un caso que conmocionó al país centroamericano.
Esa nación estaba entonces en plena guerra civil, en la que se enfrentaban guerrillas marxistas y el ejército, respaldado por Estados Unidos.
Ortiz falleció el 19 de febrero en su país. Pese a que su secuestro permanece impune, su calvario y lucha posteriores se convirtieron en noticia en todo el mundo cuando denunció que un estadounidense vinculado a la embajada había sido cómplice de su secuestro.
El viaje
Ortiz nació en el estado de Nuevo México e inició su vida religiosa a los 17 años.
Tenía 29 cuando se mudó al país centroamericano para ayudar en la enseñanza de lectura y escritura a niños de bajos recursos.
La monja católica realizaba ese trabajo con comunidades indígenas cuando comenzaron las amenazas anónimas.
Fue elegida como objetivo precisamente por ese trabajo con los indígenas, que estaban en la mira de los militares por sus presuntas simpatías con las guerrillas de izquierda.
Algunas de las cartas de amenaza se las entregaron en diferentes lugares que visitaba para demostrarle que la estaban siguiendo.
Pat Davis, quien en 2002 coescribió con Ortiz el libro "The Blindfold's Eyes: My Journey from Torture to Truth" (Los ojos vendados: mi viaje de la tortura a la verdad), señala que por ello no se puede considerar que lo sucedido con Dianna fuera un error o una confusión, como se llegó a señalar al principio.
"Nunca dejó de buscar justicia por lo que le pasó a ella y a otras víctimas de tortura. Incluso volvió a Guatemala para intentar esclarecer qué pasó, pese a que los fiscales decían que estaba haciendo un show", indica Davis a BBC Mundo.
Davis ahora trabaja en la Comisión de Derechos Humanos de Guatemala, una organización civil con sede en Washington de la que Ortiz formó parte.
El día del secuestro, Diana se encontraba en una casa de retiro espiritual. Fue trasladada a la fuerza hasta un predio que después sería identificado como una dependencia de la policía.
Ese 2 de noviembre de 1989 "fue devastador, le cambió la vida", cuenta Davis.
Además de las violaciones y las numerosas quemadas de cigarrillo, sus tres captores metieron su cabeza en una fosa con cuerpos en descomposición y personas agonizantes.
Ella contó muchas veces que nunca pudo olvidar el olor que la invadió en ese momento.
Pero tal vez lo peor fue cuando la obligaron a hundir un machete en el cuerpo de una persona que se encontraba gravemente herida.
Los torturadores lo filmaron todo y se cree que el objetivo era poseer ese video para chantajearla.
Durante aquel calvario, Ortiz llevaba los ojos vendados, algo que la desesperaba aún más al escuchar los gritos de otras personas.
"Alejandro"
Ortiz relató muchas veces que, cuando ya había pasado 24 horas secuestrada, otra persona ingresó en la habitación y ordenó detener las torturas.
Pero ella notó algo en su acento que le llamó la atención y hasta el último día de su vida sostuvo que se trataba de un ciudadano estadounidense.
Alejandro, como se hacía llamar, la subió en un vehículo y le aseguró que la llevaría con una persona que la ayudaría a llegar a la embajada de EE.UU.
En el camino, él le sugería que perdonara a sus torturadores y que olvidara lo sucedido, pese a que su secuestro ya era noticia en Guatemala y Estados Unidos.
Le dijo que todo era una confusión y que en realidad la persona buscada era una mujer indígena que llevaba su mismo apellido.
Repleta de dudas y temiendo por su vida, optó por lanzarse del automóvil y correr hasta encontrar un lugar donde refugiarse.
Aquella huida también fue cuestionada por los investigadores de su caso, dado que consideraban difícil que una mujer que había pasado un día entero de torturas y que apenas hablaba español hubiese logrado realizar un acto así.
Su sospecha de que un estadounidense estaba involucrado fue el primer indicio de todo lo que Ortiz ayudaría a descubrir después.
48 horas después del peor día de su vida, subía en un avión para retornar a Estados Unidos.
Esta historia continúa