LEER Y MEDITAR EL EVANGELIO DE
JESÚS
Para
contribuir a la renovación interior de nuestro cristianismo y actualizar la
espiritualidad de Jesús en nuestros días hemos de aprender a leer y meditar el
Evangelio.
1
La fe cristiana como estilo de vida
Poco a poco vamos tomando conciencia de que el cristianismo no puede quedar reducido simplemente a una confesión de contenido doctrinal, sino que ha de ser cada vez más un estilo de vivir que vamos aprendiendo día a día de Jesús, nuestro Maestro interior. Si queremos caminar hacia la renovación interior de nuestra fe cristiana, es importante y decisivo entenderla no como una concepción doctrinal, sino como un estilo de vivir, inspirado desde sus raíces más profundas en Jesús.
Este
estilo de vivir no desde una concepción doctrinal, sino desde la experiencia
aprendida de Jesús como Maestro interior, posee su propia coherencia y puede
ser vivido en cualquier época y en cualquier cultura.
Lo
característico de este estilo de vivir es su inspiración interior en Jesús.
Esta fuerza para aprender a vivir y morir, está en el corazón del cristianismo,
pues Jesús, su Señor y Maestro, está en el interior de cada cristiano.
Jesús
nos enseña un estilo de vivir donde se pueden abrir caminos a ese proyecto
humanizador del Padre que Jesús llamaba <<reino de Dios>>. Sus
<<palabras>> no son un código de normas estrictas; son
<<espíritu y vida>> (Juan 6,63). Sus <<actuaciones>> no
son una colección de historias ejemplares, sino gestos que despiertan nuestra
creatividad para dar pasos hacia un mundo más digno, solidario y fraterno. Nos
abre el horizonte a un mundo nuevo, que debemos construir entre todos.
2
Recuperar la fuerza renovadora del Evangelio
Tal
como es vivida con frecuencia en nuestras comunidades, la fe no suscita
<<discípulos>> que viven aprendiendo el estilo de vida de su Maestro
y Señor Jesús, sino adeptos de una religión. No engendra
<<seguidores>> que identificados con su proyecto, se entregan a
abrir caminos al Reino de Dios, sino miembros de una institución que cumplen
fielmente lo establecido.
No
conduce a interiorizar las actitudes esenciales de Jesús, sino que lleva más
bien a observar las obligaciones religiosas. Observancia de una práctica
litúrgica inamovible a pesar de que no alimente de ordinario la comunión vital
con Cristo; insistencia en ciertas verdades doctrinales, aunque no abran los
corazones a la experiencia del Dios vivo encarnado en Jesús. A nuestro
cristianismo le falta la adhesión vital que nos transforme en discípulos y
seguidores de Jesús.
El
papa Francisco nos marca el camino. El principio y motor de toda renovación
hemos de encontrarlo en <<volver a la fuente y recuperar la frescura
original del Evangelio>>(Evangelii gaudium 11).
Muchos
cristianos viven hoy sin encontrarse directamente con el Evangelio de Jesús.
Cada vez son más los que, aburridos de esa religión, abandonan la Iglesia. Como
dice el papa Francisco, han escuchado una <<multitud de doctrinas que se
les intenta imponer a fuerza de insistencia>>. Muchos cristianos solo
conocen el Evangelio <<de segunda mano>>.
Esta
es hoy la pregunta clave: ¿hemos de seguir trabajando como siempre, tratando de
responder a las necesidades religiosas desde esa Iglesia que va perdiendo
atractivo y credibilidad, o recuperamos cuanto antes el Evangelio de Jesús como
fuerza decisiva, capaz de atraer a las mujeres y los hombres de hoy engendrando
en ellos una fe renovada?
3
Los evangelios, relatos con fuerza renovadora
Si
nos remontamos a los inicios del cristianismo, descubrimos que el Evangelio de
Jesús es la fuerza decisiva que promueve el nacimiento de las primeras
comunidades. El hecho decisivo es la Buena Noticia de Jesús.
El
Evangelio no es una doctrina, tampoco una religión. El Evangelio de Jesús, el
Cristo, es su vida, su mensaje, su muerte y resurrección. En el inicio del
cristianismo, el Evangelio circula lleno de vida entre los cristianos,
sosteniendo y haciendo crecer la fe en las comunidades.
En
otra carta, escrita entre los años 60 a 65, Pablo de Tarso dice a su comunidad
más querida que <<lo que importa es que vosotros llevéis una vida digna
del Evangelio de Cristo>>(Filipenses 1,27).El Evangelio es la gran fuerza
que impulsa y dinamiza la vida de las comunidades.
El
Concilio Vaticano II, para renovar y reavivar la fe cristiana nos ha recordado
que <<el Evangelio es, en toda época, el principio de toda su vida para
la Iglesia>> (Lumen Gentium 20). Ha llegado el momento de entender y
organizar la comunidad cristiana como un espacio donde lo primero es acoger el
Evangelio de Jesús. Nuestras parroquias necesitan conocer la experiencia
directa e inmediata del Evangelio.
Los
cuatro relatos que narran de forma compendiada y simplificada la actuación y
las palabras de Jesús. En ellos se recoge con fe y con amor lo esencial vivido
por los primeros cristianos que se encontraron con él y siguieron su llamada.
Cuando
nos hablan de Jesús, no están hablando de un personaje del pasado. Sino de
alguien actual en sus vidas. Por eso, cuando recuerdan de nuevo sus palabras,
no las recogen como si fuera el testamento de un maestro del pasado, sino como
palabras de Jesús resucitado, que está vivo y les sigue hablando también ahora
desde su interior.
Pero
estos escritos no recogen solo sus palabras. Nos hablan también de los hechos
de Jesús, su actividad, su actuación. La acción salvadora de Jesús no ha
terminado con su muerte.
El
que ofrecía el perdón gratuito del Padre a los pecadores nos lo sigue
ofreciendo también ahora a nosotros. Lo importante no es saber que Jesús curó
ciegos, limpió leprosos, hizo caminar a los paralíticos, sino experimentar que
Jesús sigue iluminando nuestra existencia, limpiando nuestra vida, haciéndonos
más humanos y salvando lo que, con frecuencia nosotros echamos a perder.
Si
vivimos nuestra relación con Jesús meditando los evangelios con cierta hondura,
nos daremos cuenta de que nuestra fe no brota de la confesión de verdades
doctrinales ni se sostiene en razones o argumentos teológicos, sino que
proviene del misterio insondable de Dios, nuestro Padre-Madre, que nos trabaja
interiormente por medio del Espíritu de Jesús, nuestro Maestro interior.
Cada
uno de nosotros lo podemos experimentar así: mi seguimiento a Jesús se alimenta
de algo que no es simplemente mi convicción, mis razones o mi voluntad; me
siento atraído por Jesús, no por lo que sé acerca de él ni por lo que me han
podido enseñar sobre él, sino porque está vivo en lo más íntimo de mi ser.
4
El Espíritu vivificador de Jesús resucitado
Jesús
resucitado infunde en ellos su aliento y les dice: <<Recibid el Espíritu
Santo>> (Juan 20,22). Si los seguidores de Jesús perdemos el contacto
interior con el Resucitado, nuestras comunidades se quedan sin su
<<Espíritu vivificador>> (1 Corintios 15,45)
Sin
la obediencia al<<Espíritu vivificador>> del Resucitado, los
cristianos caemos fácilmente en la obediencia a falsos señores impuestos desde
fuera o desde dentro. Sin embargo, no hemos de olvidar nunca que la Iglesia no
es de la jerarquía ni del pueblo, no es de la derecha ni de la izquierda, no es
de los teólogos ni de los párrocos, no es de estos obispos ni de aquellos, no
es de este papa ni del anterior. La Iglesia es de su Señor, el Resucitado.
Tal
vez la primera palabra que hemos de recordar del Resucitado en nuestras
parroquias y comunidades sea esta: <<Recibid el Espíritu Santo>>.
Próximo
capítulo : EL SILENCIO INTERIOR, EJE DE LA LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO.