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18 de abril de 2021

El Evangelio y la reflexión de Pagola

 

TESTIGOS DEL RESUCITADO


En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y cómo reconocieron a Jesús en el partir el pan. Mientras hablaban se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo:

Paz a vosotros.

Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo:

¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior?. Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que tengo yo.

Dicho esto les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:

¿Tenéis ahí algo que comer?

Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo:

Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí tenía que cumplirse.

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió:

Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén (Lucas 24, 35-48).

 


CREER POR PROPIA EXPERIENCIA

No es fácil creer en Jesús resucitado. Si no experimentamos nunca por dentro la paz y la alegría que Jesús infunde, es difícil que encontremos <<por fuera>> pruebas de su resurrección.

Algo de esto nos viene a decir Lucas al describirnos el encuentro de Jesús resucitado con el grupo de discípulos.

Lo primero para despertar nuestra fe en Jesús resucitado es poder captar, también hoy, su presencia en medio de nosotros: hacer circular en nuestros grupos, comunidades y parroquias la paz, la alegría y la seguridad que da el saberlo vivo.

El relato de Lucas es muy realista. La presencia de Jesús no transforma de manera mágica a los discípulos. Algunos se asustan y <<creen que están viendo un fantasma>>.

Así sucede también hoy. La fe en Cristo resucitado no nace de manera automática y segura en nosotros. Se va despertando en nuestro corazón de forma frágil y humilde.

Creer en el Resucitado no es cuestión de un día. Es un proceso que a veces puede durar años. Lo importante es nuestra actitud interior. Confiar siempre en Jesús. Hacerle mucho más sitio en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades cristianas.

NECESITAMOS TESTIGOS

Encontrarse con el Resucitado es una experiencia que no se puede callar. Quién ha experimentado a Jesús lleno de vida siente necesidad de contarlo a otros. Contagia lo que vive. No se queda mudo. Se convierte en testigo.

La fuerza decisiva que posee el cristianismo para comunicar la Buena Noticia que se encierra en Jesús son los testigos.

Pablo de Tarso lo decía a su manera: <<Ya no vivo yo. Es Cristo quien vive en mí>>.

El testigo cree en él porque lo siente lleno de vida. No solo afirma que la salvación del hombre está en Cristo; él mismo se siente sostenido, fortalecido y salvado por él.

En Jesús vive <<algo>> que es decisivo en su vida, algo inconfundible que no encuentra en otra parte. Es una experiencia concreta que motiva e impulsa su vida. Algo preciso, concreto y vital.

El testigo comunica lo que vive. Irradia y contagia vida, no doctrina. No enseña teología, <<hace discípulos>> de Jesús.

El mundo de hoy no necesita más palabras, teorías y discursos. Necesita más vida, esperanza, sentido y amor. Hacen falta testigos más que defensores de la fe. Creyentes que nos puedan enseñar a vivir de otra manera porque ellos mismos están aprendiendo a vivir de Jesús.

CREER CON ALEGRÍA

Se habla mucho del problema del mal. Se dice que es <<la roca del ateísmo>> y de hecho son bastantes las personas a las que se les hace difícil creer que pueda existir un Dios bueno del que haya brotado un mundo en el que el mal tiene tanto poder.

¿Cómo puede quedar Dios pasivo ante tantas desgracias físicas y tragedias morales, o ante la muerte cruenta de tantos inocentes? ¿Cómo puede permanecer mudo ante tantos crímenes y atropellos, cometidos muchas veces por quienes se dicen sus amigos?

Y, ciertamente, es difícil obtener una respuesta si uno no la encuentra en el rostro del <<Dios crucificado>>. Un Dios que, respetando absolutamente las leyes del mundo y la libertad de los hombres, sufre él mismo con nosotros, y desde esa <<solidaridad crucificada>> abre nuestra existencia dolorosa hacia una vida definitiva.

El que solo es sensible al mal y no sabe gustar la alegría del bien que se encierra en la vida, difícilmente será creyente. Solo quien es capaz de captar la generosidad, la ternura, la amistad, la belleza, la creatividad y el bien puede intuir <<el misterio del bien>> y abrirse confiadamente al Creador de la vida.

Pablo VI, en su hermosa exhortación Gaudete in Domino, invita a aprender a gustar las múltiples alegrías que el Creador pone en nuestro camino: vida, amor, naturaleza, silencio, deber cumplido, servicio a los demás….Puede ser el mejor camino para <<resucitar>> nuestra fe.

El papa llega a pedir que <<las comunidades cristianas se conviertan en lugares de optimismo donde todos los miembros se entreguen resueltamente al discernimiento de los aspectos positivos de la persona y de los acontecimientos>>.

COMPAÑERO DE CAMINO

Hay muchas maneras de obstaculizar la verdadera fe. Está la actitud del fanático. La suya es una fe cerrada donde falta acogida y escucha del Misterio y donde sobra arrogancia. Esta fe no libera de la rigidez mental ni ayuda a crecer, pues no se alimenta del verdadero Dios.

Está también la posición del escéptico, pues no busca ni se interroga, pues ya no espera nada de Dios, ni de la vida, ni de sí mismo. La suya es una fe triste y apagada. Nada merece la pena. Todo se reduce a seguir viviendo sin más.

Está además la postura del indiferente, que ya no se interesa ni por el sentido de la vida ni por el sentido de la muerte. Su vida es pragmatismo. Solo le interesa lo que puede proporcionarle seguridad, dinero o bienestar.

Está también el que se siente propietario de la fe, como si esta consistiera en un <<capital>> recibida en el bautismo y que está ahí. Esta fe no es fuente de vida, sino <<herencia>> o <<costumbre>> recibida de otros.

Está además la fe infantil de quienes no creen en Dios, sino en aquellos que hablan de él. Les basta con creer en la jerarquía o confiar en <<los que saben de esas cosas>>. Su fe no es experiencia personal. Hablan de Dios <<de oídas>>.

En todas estas actitudes falta lo más esencial de la fe cristiana: el encuentro personal con Cristo. La experiencia de caminar por la vida acompañados por alguien vivo con quien podemos contar y a quien nos podemos confiar. Solo él nos puede hacer vivir, amar y esperar a pesar de nuestros errores, fracasos y pecados.

CON LAS VÍCTIMAS

El Resucitado se presenta a sus discípulos con las llagas del Crucificado. No es este un detalle banal, de interés secundario, sino una observación de importante contenido teológico.

Dios no ha resucitado a cualquiera; ha resucitado a un crucificado.

Dicho de manera más concreta, ha resucitado a alguien que ha anunciado a un Padre que ama a los pobres y perdona a los pecadores; alguien que se ha solidarizado con todas las víctimas; alguien que, al encontrarse él mismo con la persecución y el rechazo, ha mantenido hasta el final su confianza total en Dios.

La resurrección de Jesús es, pues, la resurrección de una víctima. Al resucitar a Jesús, Dios no solo libera a un muerto de la destrucción de la muerte. Además <<hace justicia>> a una víctima de los hombres. Y esto arroja nueva luz sobre el <<ser de Dios>>

En la resurrección no solo se nos manifiesta la omnipotencia de Dios sobre el poder de la muerte. Se nos revela también el triunfo de su justicia sobre las injusticias que cometen los seres humanos. Por fin y de manera plena triunfa la justicia sobre la injusticia, la víctima sobre el verdugo.

Esta es la gran noticia. Dios se nos revela en Jesucristo como el <<Dios de las víctimas>>. La resurrección de Cristo es la <<reacción>> de Dios a lo que los seres humanos han hecho con su Hijo.

Dios está ahí compartiendo hasta el final el destino de las víctimas. Los que sufren han de saber que no están hundidos en la soledad. Dios mismo está en su sufrimiento.

La historia sigue. Son muchas las víctimas que siguen sufriendo hoy, maltratadas por la vida o crucificadas injustamente. El cristiano sabe que Dios está en ese sufrimiento. Conoce también su última palabra.

Por eso su compromiso es claro: defender a las víctimas, luchar contra todo poder que mata y deshumaniza; esperar la victoria final de la justicia de Dios.

 

José Antonio Pagola