Secreto (El secreto de Dios)
Yo soy tu Padre, dice Dios, el del
Padre nuestro que estás en el cielo.
Mi hijo se lo ha dicho a los hombres:
que yo soy su Padre.
El que es padre es padre ante todo
y el que una vez ha sido padre ya no
puede ser nunca más que padre.
De modo que los hombres son los
hermanos de mi Hijo, mis hijos. Y yo
soy su Padre.
Bien sabía mi Hijo Jesús lo que hacía
al enseñarles a rezar así. Bien sabía lo
que hacía él, que les amó tanto, que vivió
con ellos, como uno de ellos, que andaba
con ellos y hablaba como ellos, y sufría
como ellos y murió como ellos, y se trajo
al cielo un cierto sabor a tierra.
Dichoso el que se duerme en su cama
bajo la protección de esas palabras
que van por delante de toda oración,
como las manos del que reza van por
delante de su rostro, y me vencen a mí,
el invencible.
¿Cómo querrán que les juzgue yo ahora
después de eso? ¡Bien sabía mi Hijo Jesús
lo que había de hacer para atar los brazos
de mi justicia y desatar los de mi misericordia!
Así que ya no tengo más remedio que juzgar
a los hombres como juzga un padre a sus hijos.
Y… ya se sabe cómo juzgan los padres. Hay un
ejemplo bien conocido de cómo juzgó un padre
al hijo pródigo que se marchó de casa y luego
volvió: el padre era el que más lloraba.
Lo que ha ido a contarles mi Hijo a los hombres,
lo que en realidad les ha revelado es:
el
secreto mismo de Dios,
el
secreto mismo del juicio.
Palabras para el silencio