Confianza en Dios (salmo 21)
Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
¿Por qué me fallas
en el momento preciso?
¿Por qué me has dejado tan solo?
¿Por qué te escondes
y te haces el sordo?
Yo recibí de mis padres
una fe inquebrantable,
y he sentido siempre
tu ternura y cercanía.
Tú eras mi seno
y mis pechos maternos
Tú eras la mano segura de mi padre.
Y yo era para ti un santuario,
yo era un cielo para ti.
Pero ahora no sé qué ha pasado.
Siento una angustia terrible.
Tú estas lejos, y no me oyes,
y no hay esperanza para mí.
Estoy en medio de la plaza,
todos me pitan y me insultan;
toros enormes vienen
derechos contra mí.
Estoy en medio de la selva,
solo, rodeado de leones que rugen,
hambrientos, contra mí.
Me siento como liebre
rodeada por una jauría de mastines:
son los hombres sin conciencia,
injustos,
que luchan contra mí.
Y yo, ¿quién soy?
Soy apenas un muñeco,
una piltrafa de hombre,
soy un pobre, un gusano.
Estoy seco de tanto tragar saliva,
mi corazón late con fuerza inusitada,
me van a estallar las venas,
un sudor frío me empapa,
y no sé si es agua o sangre
lo que sudo,
o tal vez sean las dos cosas,
porque mi corazón y mis entrañas
se están derritiendo.
Un pelotón de soldados
me arrastra al paredón
y apuntan contra mí,
mientras oigo la risa
de mis contrarios,
que se sienten victoriosos,
dueños de todas mis bazas
y de las de mis amigos.
Pero Tú, Señor,
eres mi fuerza y mi victoria.
Tú puedes aún librarme
del tiro en la nuca
o por la espalda o en el corazón,
sí en el corazón,
mejor en el corazón….
Señor, ven corriendo a ayudarme.
Sí, El Señor estaba aquí,
y no me ha abandonado,
nunca me ha abandonado
Ya pasó todo.
¿No ven, hermanos míos,
que hoy es primavera,
y todos los campos están
llenos de espigas granadas,
entre margaritas y amapolas,
para siempre?
Palabras para el silencio
Confianza en Dios (salmo 21)
Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
¿Por qué me fallas
en el momento preciso?
¿Por qué me has dejado tan solo?
¿Por qué te escondes
y te haces el sordo?
Yo recibí de mis padres
una fe inquebrantable,
y he sentido siempre
tu ternura y cercanía.
Tú eras mi seno
y mis pechos maternos
Tú eras la mano segura de mi padre.
Y yo era para ti un santuario,
yo era un cielo para ti.
Pero ahora no sé qué ha pasado.
Siento una angustia terrible.
Tú estas lejos, y no me oyes,
y no hay esperanza para mí.
Estoy en medio de la plaza,
todos me pitan y me insultan;
toros enormes vienen
derechos contra mí.
Estoy en medio de la selva,
solo, rodeado de leones que rugen,
hambrientos, contra mí.
Me siento como liebre
rodeada por una jauría de mastines:
son los hombres sin conciencia,
injustos,
que luchan contra mí.
Y yo, ¿quién soy?
Soy apenas un muñeco,
una piltrafa de hombre,
soy un pobre, un gusano.
Estoy seco de tanto tragar saliva,
mi corazón late con fuerza inusitada,
me van a estallar las venas,
un sudor frío me empapa,
y no sé si es agua o sangre
lo que sudo,
o tal vez sean las dos cosas,
porque mi corazón y mis entrañas
se están derritiendo.
Un pelotón de soldados
me arrastra al paredón
y apuntan contra mí,
mientras oigo la risa
de mis contrarios,
que se sienten victoriosos,
dueños de todas mis bazas
y de las de mis amigos.
Pero Tú, Señor,
eres mi fuerza y mi victoria.
Tú puedes aún librarme
del tiro en la nuca
o por la espalda o en el corazón,
sí en el corazón,
mejor en el corazón….
Señor, ven corriendo a ayudarme.
Sí, El Señor estaba aquí,
y no me ha abandonado,
nunca me ha abandonado
Ya pasó todo.
¿No ven, hermanos míos,
que hoy es primavera,
y todos los campos están
llenos de espigas granadas,
entre margaritas y amapolas,
para siempre?
Palabras para el silencio