PROCLAMAD EL EVANGELIO
En aquel tiempo se apareció Jesús a
los once y les dijo:
Id al mundo entero y proclamad el
evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se
resista a creer, será condenado. A los que crean les acompañarán estos signos:
echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en
sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a
los enfermos y quedarán sanos.
El Señor Jesús, después de
hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos fueron a proclamar el evangelio por todas, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la palabra con los signos que los acompañaban (Marcos 16, 15 – 20).
CONFIANZA Y RESPONSABILIDAD
El Evangelio no ha de quedar en el
interior del pequeño grupo de sus discípulos. Han de salir y desplazarse para
alcanzar el <<mundo entero>> y llevar la Buena Noticia a todas las
gentes, a <<toda la creación>>.
Pero, ¿cómo escucharlas hoy cuando
nos vemos impotentes para retener a quienes abandonan nuestras iglesias porque
no sienten ya necesidad de nuestra religión?
Lo primero es vivir desde la
confianza absoluta en la acción de Dios. Nadie vive abandonado por Dios, aunque
no haya oído nunca hablar del evangelio de Jesús.
Hemos de preguntarnos todavía algo
más: ¿qué llamadas nos está haciendo Dios para transformar nuestra forma
tradicional de pensar, expresar, celebrar y encarnar la fe cristiana de manera
que propiciemos la acción de Dios en el interior de la cultura moderna?
¿No corremos el riesgo de
convertirnos, con nuestra inercia e inmovilismo, en freno y obstáculo cultural
para que el evangelio se encarne en la sociedad contemporánea?
LA MEJOR NOTICIA
Hacia el año 9 a.C, los pueblos de
la provincia romana de Asia tomaron la decisión de cambiar el calendario. En
adelante la historia de la humanidad no se contaría a partir de la fundación de
Roma, sino a partir del nacimiento de Augusto. La razón era de peso. Él había
sido <<Buena Noticia>> (euangelion) para todos, pues había traído
la paz introduciendo en el mundo un orden nuevo. Augusto era el gran
<<bienhechor>> y <<salvador>>.
Los cristianos comenzaron a
proclamar un mensaje muy diferente: <<La Buena Noticia no es Augusto,
sino Jesús>>. Y por eso, en su evangelio, el mandato final del Resucitado
es este: <<Id al mundo entero y proclamad la Buena Noticia a toda la
creación>>.
No es lo mismo exponer verdades
cuyo contenido es teóricamente bueno para el mundo que hacer que la gente pueda
experimentar a Jesús como algo <<nuevo>> y <<bueno>> en
su propia vida.
No es difícil entender por qué la
gente de Galilea siente a Jesús como <<Buena Noticia>>. Lo que él
dice les hace bien: les quita el miedo a Dios, les hace sentir su misericordia,
les ayuda a vivir comprendidos y perdonados por él. Toda su actuación introduce
en la vida de las personas algo bueno: salud, perdón, verdad, fuerza interior,
esperanza. ¡Es una suerte encontrarse con él!
CONFIAR EN EL EVANGELIO
El evangelista Mateo culmina su
escrito poniendo en labios de Jesús una promesa destinada a alimentar para
siempre la fe de sus seguidores: <<Yo estaré con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo>>. Jesús seguirá vivo en medio del mundo.
Esta fe nos lleva a confiar también
hoy en la Iglesia. Hoy hay más hambre y violencia en el mundo, pero hay también
más conciencia para hacerlo más humano. Hay muchos que no creen en religión
alguna, pero creen en una vida más justa y digna para todos, que es, en definitiva,
el gran deseo de Dios.
Esta confianza nos puede ayudar a
vivir con paciencia y paz, sin caer en el fatalismo y sin desesperar del
evangelio.
Hemos de sanear nuestras vidas
eliminando aquello que nos vacía de esperanza. Cuando nos dejamos dominar por
el desencanto, el pesimismo o la resignación, nos incapacitamos para
transformar la vida y renovar la Iglesia.
La esperanza cristiana solo la
conocen los que caminan tras los pasos de Jesús. Son ellos quienes pueden
<<proclamar el evangelio a toda la creación>>.
RECUPERAR EL HORIZONTE
Nunca los seres humanos habíamos
logrado un nivel tan elevado de bienestar, libertad, cultura, larga vida,
tiempo libre, comunicaciones, intercambios, posibilidades de disfrute y
diversión. Y, sin embargo, son pocos los que piensan que nos estamos acercando
<<al paraíso en la tierra>>.
Son cada vez menos los que creen
realmente en las promesas y soluciones de los partidos políticos. Un
sentimiento de impotencia y desengaño parece atravesar el alma de las
sociedades occidentales. Las nuevas generaciones están aprendiendo a vivir sin
futuro, actuar sin proyectos, organizarse solo el presente. Y cada vez son más
los que viven sin un mañana.
Y, sin embargo, el ser humano no
puede vivir sin esperanza. Como dice Clemente de Alejandría, <<somos
viajeros>> que siguen buscando algo que todavía no poseemos. Nuestra vida
es siempre <<expectación>>. Y cuando la esperanza se apaga en
nosotros, nos detenemos, ya no crecemos, nos empobrecemos, nos destruimos. Sin esperanza
dejamos de ser humanos.
Solo quien tiene fe en un futuro
mejor puede vivir intensamente el presente.
Para quien no espera nada al final,
los logros, los gozos, los éxitos de la vida son tristes, porque se acaban.
Para quien cree que esta vida está
secretamente abierta a la vida definitiva, los logros, los trabajos, los
sufrimientos y gozos son anhelo y anuncio, búsqueda de la felicidad final.
PREGUSTAR EL CIELO
El cielo no se puede describir,
pero lo podemos pregustar. No lo podemos alcanzar con nuestra mente, pero es difícil
no desearlo.
Ir al cielo no es llegar a un
lugar, sino entrar para siempre en el Misterio del amor de Dios. Por fin, Dios
ya no será alguien oculto e inaccesible. Aunque nos parezca increíble, podremos
conocer, tocar, gustar y disfrutar de su ser más íntimo, de su verdad más
honda, de su bondad y belleza infinitas. Dios nos enamorará para siempre.
Esta comunión con Dios no será una
experiencia individual. Jesús resucitado nos acompañará. Nadie va al Padre sino
es por medio de Cristo. Solo conociendo y disfrutando del misterio encerrado en
Cristo penetraremos en el misterio insondable de Dios. Cristo será nuestro
<<cielo>>. Viéndole a él <<veremos>> a Dios.
No será Cristo el único mediador de
nuestra felicidad eterna. Encendidos por el amor de Dios, cada uno de nosotros
nos convertiremos a nuestra manera en <<cielo>> para los demás.
Gozaremos de su amor insondable
gustándolo en el amor humano. El gozo de Dios se nos regalará encarnado en el
placer humano.
Qué plenitud alcanzará en Dios la
ternura, la comunión y el gozo del amor y la amistad que hemos conocido aquí.
Con qué intensidad nos amaremos entonces quienes nos amamos ya tanto en la
tierra. Pocas experiencias nos permiten pregustar mejor el destino último al
que somos atraídos por Dios.
José Antonio Pagola