SEMBRAR
En
aquel tiempo decía Jesús a la gente:
El
reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme
de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo sin que él
sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos,
luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la
hoz, porque ha llegado la siega.
Dijo
también:
¿Con
qué podremos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de
mostaza: al sembrarla en la tierra es la semilla más pequeña, pero después
brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que
los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado (Marcos 4,26-34).
NO
TODO ES TRABAJAR
Esta
parábola, tan olvidada hoy, resalta el contraste entre la espera paciente del
sembrador y el crecimiento irresistible de la semilla.
Acostumbrados a valorar casi exclusivamente la eficacia y el rendimiento, hemos olvidado que el evangelio habla de fecundidad, no de esfuerzo, pues Jesús entiende que la ley fundamental del crecimiento humano no es el trabajo, sino la acogida de la vida que vamos recibiendo de Dios.
De
hecho, la <<lógica de la eficacia>> está llevando al hombre
contemporáneo a una existencia tensa y agobiada, a un deterioro creciente de
sus relaciones con el mundo y las personas, a un vaciamiento interior donde
Dios desaparece poco a poco del horizonte de la persona.
La
vida no es solo trabajo y productividad, sino regalo de Dios que hemos de
acoger y disfrutar con corazón agradecido. Para ser humana, la persona necesita
aprender a estar en la vida no solo desde una actitud productiva, sino también
contemplativa.
Saborea
la vida como gracia el que se deja querer, el que se deja sorprender por lo
bueno de cada día, el que se deja agraciar y bendecir por Dios.
LA
VIDA COMO REGALO
Casi
todo nos invita hoy a vivir bajo el signo de la actividad, la programación y el
rendimiento. Pocas diferencias ha habido en esto entre el capitalismo y el
socialismo. A la hora de valorar a la persona, siempre se termina por medirla
por su capacidad de producción.
Se
puede decir que la sociedad moderna ha llegado a la convicción práctica de que,
para darle a la vida su verdadero sentido y su contenido más pleno, lo único
importante es sacarle el máximo rendimiento por medio del esfuerzo y la
actividad.
Por
eso se nos hace tan extraña y embarazosa esa pequeña parábola.
Sin
duda es importante el trabajo de siembra que realiza el labrador, pero en la
semilla hay algo que no ha puesto él: una fuerza vital que no se debe a su
esfuerzo.
Aunque
tal vez no lo percibimos así, nuestra mayor <<desgracia>> es solo
vivir de nuestro esfuerzo, sin dejarnos agraciar y bendecir por Dios.
Alguien
ha dicho que hay problemas que no se <<resuelven>> a base de
esfuerzo, sino que se <<disuelven>> cuando sabemos acoger la gracia
de Dios en nosotros.
En
definitiva, <<todo es gracia>>, porque todo, absolutamente todo,
está sostenido y penetrado por el misterio de ese Dios que es gracia, perdón y
acogida para todas sus criaturas. Así nos lo revela Jesús.
SEMBRAR
Según
diversos observadores, estamos pasando poco a poco de una <<sociedad de
creencias>>, en la que los individuos actuaban movidos por alguna fe que
les proporcionaba sentido, criterios y normas de vida, a una <<sociedad
de opiniones>>, en la que cada uno tiene su propio parecer sobre la vida,
sin necesidad de fundamentarlo en ninguna tradición ni sistema religioso.
Las
religiones van perdiendo la autoridad que han tenido durante siglos. Olvidadas
las grandes tradiciones religiosas, cada individuo se ve obligado a buscar por
su cuenta razones para vivir y dar sentido a su breve paso por este mundo.
La
pregunta es inevitable:¿en qué se cree cuando se deja de creer?, ¿desde dónde
orienta su vida quien abandona las antiguas <<razones de vivir>>?
Sin
embargo, Dios sigue sembrando en las conciencias inquietud, esperanza y deseos
de vida más digna.
Lo
hace no tanto desde los predicadores, maestros y teólogos, sino sobre todo
desde los testigos que viven su fe en Dios de manera atractiva y hasta
envidiable.
PEQUEÑAS
SEMILLAS
Vivimos
ahogados por las malas noticias. Emisoras de radio y televisión, noticiarios y
reportajes descargan sobre nosotros una avalancha de noticias de odios,
guerras, hambres y violencias, escándalos grandes y pequeños. Los
<<vendedores de sensacionalismos>> no parecen encontrar otra cosa
más notable en nuestro planeta.
La
increíble velocidad con que se difunden las noticias nos deja aturdidos y
desconcertados. ¿Qué puede hacer uno ante tanto sufrimiento?. Cada vez estamos
mejor informados del mal que asola a la humanidad entera, y cada vez nos
sentimos más impotentes para afrontarlo.
¿Qué
puedo hacer yo para mejorar esta sociedad? ¿No son los dirigentes políticos y
religiosos quienes han de promover los cambios que se necesitan para avanzar
hacia una convivencia más digna, más humana y dichosa?.
No
es así. Hay en el evangelio una llamada dirigida a todos, y que consiste en
sembrar pequeñas semillas de una nueva humanidad. Jesús no habla de cosas
grandes. El reino de Dios es algo muy humilde y modesto en sus orígenes. Algo
que puede pasar tan inadvertido como la semilla más pequeña, pero que está
llamado a crecer y fructificar de manera insospechada.
Quizá
necesitamos aprender de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los pequeños
gestos.
Un
gesto amigable, una sonrisa acogedora a quién está solo, una señal de cercanía
a quién comienza a desesperar, un rayo de pequeña alegría en un corazón
agobiado…no son grandes cosas. Son pequeñas semillas del reino de Dios que
todos podemos sembrar en una sociedad complicada y triste que ha olvidado de
las cosas sencillas y buenas.
SIEMBRA
HUMANIDAD
C.B.Macpherson
habla del <<individualismo posesivo>> que lo impregna casi todo.
Cada uno busca su bienestar, seguridad o placer. Lo que no le afecta le tiene
sin cuidado.
Detrás
de todos los datos y sondeos parece apuntar una realidad aterradora. El ser
humano está perdiendo capacidad de sentir y de expresar amor.
Sin
embargo, dentro de esta sociedad individualista hay un colectivo admirable que
nos recuerda también hoy la grandeza que se encierra en el ser humano. Son los
voluntarios.
Esos
hombres y mujeres que saben acercarse a los que sufren. Ellos son portadores de
una <<cultura de la gratuidad>>
No
trabajan por ganar dinero. Su vocación es hacer el bien gratuitamente. Los
podréis encontrar acompañando a jóvenes toxicómanos, cuidando a ancianos solos,
atendiendo a vagabundos, escuchando a gentes desesperanzadas, protegiendo a
niños semiabandonados o trabajando en diferentes servicios sociales.
No
son seres vulgares, pues su trabajo está movido por el amor. Si no sientes
afecto por los hombres, ocúpate en lo que sea, pero no de ellos.
Al
final no se nos va a juzgar por nuestras bellas teorías, sino por el amor
concreto a los necesitados.
Estas
son las palabras de Jesús:
<<Venid, benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber>>. Ahí está la verdad última de nuestra vida. Sembrando humanidad estamos abriendo caminos al reino de Dios.
José
Antonio Pagola