La incansable lucha por la justicia
Luisa Toledo Sepúlveda, madre de la
rebeldía
Desde
la década del 70 colaboró activamente en la Vicaría de la Solidaridad, donde
junto a su esposo Manuel Vergara denunció los crímenes que se estaban
cometiendo en Chile. Luisa transcribía denuncias de violaciones a los derechos
humanos y fue secretaria del abogado José Zalaquett.
Junto
a su marido Manuel, participó en la comunidad cristiana Cristo Liberador, con
un trabajo formativo religioso y espiritual y también social y político. En el
marco de esa pertenencia se relacionaron con sacerdotes claves en la lucha,
como Mariano Puga, Pierre Dubois, Alfonso Baeza y Roberto Bolton.
“Llamo
a los adultos, a los compañeros viejos que estamos en las casas, que dicen
‘nosotros ya hicimos lo que teníamos que hacer’, No pues compañero, uno tiene
que morir luchando. ¿De otra manera para qué sirve meterse en esto si te vas a
quedar en la mitad del camino?”.
Que lo sepan cómodos, traidores y claudicantes, hoy, cuando ya no la veremos más, su tesón y consecuencia serán un reguero de nuevas luchas y rebeldías en cada rincón pobre del mundo
12.07.2021
Jesús Herrero Estefanía
Luisa Toledo Sepúlveda nació en 1939. Trabajando en la empresa Cobre Cerrillos, conoció a Manuel Vergara, con quien se casó y tuvo cuatro hijos: Pablo, Eduardo, Rafael y Anita.
En
1962, se fueron a vivir a la población José Cardan. Después del golpe militar,
la pareja se unió a la gente de la Villa Francia que estaba organizándose para
resistir a la dictadura.
Desde la década del 70 colaboró activamente en la Vicaría de la Solidaridad, donde junto a su esposo Manuel Vergara denunció los crímenes que se estaban cometiendo en Chile. Luisa transcribía denuncias de violaciones a los derechos humanos y fue secretaria del abogado José Zalaquett.
La
lucha de Luisa Toledo siempre estuvo presente en los territorios. Como
pobladora de la Villa Francia, dedicó su vida a la organización del barrio y la
defensa de sus derechos. Junto a su marido Manuel, participó en la comunidad
cristiana Cristo Liberador, con un trabajo formativo religioso y espiritual y
también social y político. En el marco de esa pertenencia se relacionaron con
sacerdotes claves en la lucha, como Mariano Puga, Pierre Dubois, Alfonso Baeza
y Roberto Bolton.
Su
vida quedó marcada de forma imborrable el 29 de marzo de 1985, cuando personal
de Carabineros asesinó a sus hijos Eduardo, de 20 años, y Rafael, de 18, en
Estación Central.
Desde
aquel momento Luisa Toledo siguió con más fuerza la lucha que ya había dado
hasta entonces, una lucha constante contra la injusticia social, en favor de
los movimientos ciudadanos y en pro de los derechos humanos, en una época
marcada por las peores vulneraciones que consigna la historia nacional.
A
pesar del dolor, Luisa continúo su labor en la que también estaba la lógica
búsqueda de verdad y justicia. Sin embargo, esto trajo consigo hostigamientos y
persecuciones contra ella y su familia, pero a pesar de aquello fue una
colaboradora importante de la batalla contra la violencia de los agentes del
Estado en Chile.
Luisa
siempre sostuvo que: “Hace mucho tiempo que estamos dando esta pelea por
justicia y conseguimos que tres estuvieran presos, pero por tres años nada más,
por matar a dos personas en forma cruel, porque lo mataron con una UZI a mi
hijo, por la espalda y al Rafa teniéndolo parapléjico a manos de ellos lo
mataron con un balazo en la nuca. Ese fue el enfrentamiento que hicieron”.
El 5 de noviembre de 1988 se sumó una nueva pérdida, cuando apareció muerto su tercer hijo Pablo Vergara Toledo junto a Araceli Romo en el Cerro Mariposas, en Temuco. La versión oficial informó que había sido por la explosión de una bomba, pero más tarde se supo que fue una ejecución por parte de miembros de carabineros.
La investigación judicial por el caso de los hermanos Vergara Toledo tardó casi dos décadas en llegar, y cuando ocurrió una vez más no fue lo que una familia tan vulnerada por el Estado espera.
A pesar del paso de los años la conmemoración de cada 29 de marzo no ha quedado en el olvido, especialmente en Villa Francia, donde se realizan actividades de recuerdo y también manifestaciones contra el poder y la violencia todos los años.
En el marco de la revuelva social de 2019 en Chile, Luisa no solo se mostró optimista, sino también expresó admiración por quienes llevaron esto adelante, calificando como valientes a los jóvenes que se hicieron parte de la llamada primera línea a pesar de la grave represión policial.
Sin embargo, las reflexiones de Luisa Toledo durante el último tiempo no solo estuvieron centradas en lo positivo, sino también tuvo palabras para quienes se fueron quedando atrás en la lucha por diversos motivos: “El pacifismo ha entrado en el corazón de la gente, hay que ser pacífico. De acuerdo, seamos pacíficos, pero vamos al frente de La Moneda y pongámonos mil personas ahí, vamos, como se hacía con el Movimiento Sebastián Acevedo (…) Esa es la no violencia que yo acepto, pero no al hueón que se para en la mitad y dice ‘yo no me meto ni en violencia ni en no violencia, miro de aquí para todos lados’. No, esa es la comodidad misma, ese gallo no vale la pena”.
En esa misma instancia dejó claro que más allá de la vejez, del cansancio, la edad, la represión e incluso su cáncer, el llamado es a siempre seguir luchando: “Llamo a los adultos, a los compañeros viejos que estamos en las casas, que dicen ‘nosotros ya hicimos lo que teníamos que hacer’, No pues compañero, uno tiene que morir luchando. ¿De otra manera para qué sirve meterse en esto si te vas a quedar en la mitad del camino?”.
Luisa Toledo intervino en el ciclo de revueltas para hablar de renovar las energías y los medios de iniciativa popular, para así resistir y enfrentar las estructuras estatales y capitalistas de violencia de clase. Lejos de los patios formales de la democracia, sus posiciones y declaraciones acerca de la violencia popular no dejan indiferente a nadie, y de seguro las narrativas oficiales seguirán criminalizando sus palabras contra toda forma de criminalización clasista.
El
6 de julio de 2021 murió Luisa Toledo y fue despedida como “madre de la
rebeldía”. El velorio se celebró en la Villa Francia y la marcha fúnebre hacia
el Cementerio General, donde sus restos fueron sembrados junto a los de Rafael,
Pablo y Eduardo. Ahí transpiraron la rabia y el dolor de verla partir sin haber
alcanzado justicia. Aunque esta vez dichos sentimientos estuvieron acompañados
por la convicción de que la semilla de lucha y dignidad que nos deja va
encontrando suelo fértil. Que no es sino otra forma de decir que los jóvenes y
adultos a los que Luisa habló con su propia han venido escuchando y seguirán
escuchando para hacerlos realidad.
Tomado
de Religión Digital