De vivir amenazada por ser mujer trans a celebrar el Orgullo sin miedo como refugiada en España
Paola y Alexandra, mujeres trans que huyeron de sus
países por su identidad de género, celebraron este lunes su primer Orgullo en
libertad. Ahora viven en un piso de acogida con otros solicitantes de asilo
LGTBI y no saben si la nueva ley las protegerá
— El Gobierno aprueba la 'ley trans', que contempla la
autodeterminación de género
Conozcamos sus historias
Son las dos de la tarde y aún quedan más de cinco horas para la manifestación, pero en esta casa ya se han empezado a preparar. Cubierta con un albornoz granate, Alexandra camina acelerada por el piso para pedir consejo a sus compañeras sobre un producto capilar. Desde el salón, Paola describe entusiasmada parte del que será su outfit, mientras ruega entre gritos a su compañera que salga rápido del baño. Teme que le falte tiempo para arreglarse como cree que merece el evento con el que llevan meses fantaseando: el primer Orgullo que celebran sin miedo, tras haber huido de sus países por ser mujeres trans.
Cinco horas más tarde, Paola y Alexandra ya caminan radiantes entre las miles de personas que participaron este lunes en la marcha del Orgullo Crítico. Zapatos transparentes de tacón de cinco centímetros, vestido blanco y extensiones. Sandalias planas, falda de lunares, top rosa, azul y blanco. Su euforia se contagia entre las personas desconocidas que las rodean. Cantan, bailan, bromean, y se emocionan cuando piensan en todo el camino recorrido hasta llegar aquí.
"Me siento tan libre, tan llena de vida, tan
plena… En Honduras, iba a las manifestaciones del Orgullo, pero siempre en
tensión, vigilando de que no le pasase nada a ninguna de mis compañeras.
Siempre con miedo", dice Paola Flores, reconocida activista trans en su
país, mientras camina entre la gente sonriente, después de bailar 'A quién le
importa' con su compañera Alexandra.
"En ese momento, cuando empezó a sonar la música
y empezamos a bailar, me quedé pensando: Dios mío, estoy aquí y formo parte de
una marcha que nos celebra. Estaba tan feliz… No solo por mí, sino en nombre de
todas aquellas personas que en mi país no pueden manifestarse. Y por las que ya
no están", reflexiona la nicaragüense Alexandra, quien llegó hace unos
meses a España para escapar del acoso que sufría en su pueblo por ser mujer
trans.
"Estaba en depresión por el acoso y caí muy
enferma. Casi me muero, estuve en la UCI 15 días y me daban por muerta",
cuenta Alexandra, que recibió el apoyo de su familia para migrar a España.
"Por eso estaba tan feliz en la marcha. Lloraba y
reía porque pensaba: casi me muero, pero voy a vivir. Voy a vivir porque yo
quiero vivir".
La importancia de una acogida especializada
A su llegada a España, no fue del todo sencillo.
Durante sus primeras semanas, fue alojada en el Hotel Welcome, un albergue
gestionado por Cruz Roja que acoge de manera temporal a solicitantes de asilo.
A pesar de escapar de la discriminación en su país, en este centro de acogida
no se sintió protegida. "Había muchos hombres, me miraban y trataban mal,
así que intentaba estar el mayor tiempo posible en mi habitación y pasar
desapercibida. Un día, estaba en el baño, y un hombre entró borracho y me
encerró", recuerda la solicitante de asilo. "Me dio tiempo a llamar a
mi compañera de habitación, que empujó la puerta y me sacó de allí".
Paola también recuerda sus primeros días en un centro
de migrantes donde, dice, algunos compañeros la insultaban o escupían cuando
pasaba cerca de ellos. Desde hace unos meses, Alexandra y Paola comparten piso
solo con solicitantes de asilo LGTBI, gracias a un proyecto que forma parte de
la primera fase del sistema de acogida, dependiente del Ministerio de
Inclusión, Seguridad Social y Migraciones.
En el pequeño piso de Madrid donde se arreglaban
apuradas Alexandra y Paola, también viven Laura, otra chica trans de
nacionalidad colombiana; André, un joven jamaicano homosexual; y otra persona
que huyó de Argelia para dejar de esconder su orientación sexual. Vivir en este
lugar especializado les permite, explican, compartir sus experiencias, ayudarse
mutuamente, con la tranquilidad de que no van a chocarse con discriminaciones
de las que querían escapar. Al menos no en su casa.
Acabar en este piso ayudó a Alexandra a iniciar su
proceso de transición en España. "Yo al llegar era otra persona. Estaba
perdida. Por ejemplo, no sabía cómo tenía que hacer para empezar a hormonarme.
No sabía muchas cosas y estaba muy insegura… Encontrarme con ellas –sus
compañeras de piso trans– me ayudó muchísimo. Ellas han sido mis
referentes", dice la joven, sentada junto a sus dos amigas. "No sería
la misma persona si me hubiesen llevado a un centro más genérico, nosotras nos
reforzamos y nos animamos", comenta.
Laura asiente: "A veces podemos tener problemas
de convivencia, pero nos apoyamos como hermanas. Sabemos que nos
necesitamos".
Las situaciones discriminatorias o episodios de abusos
surgidos en centros masificados o con falta de especialización LGTBI empujan a
cada vez más organizaciones a exigir la creación de recursos especializados de
acogida para solicitantes de asilo pertenecientes al colectivo, una petición
recogida en el proyecto de 'ley trans' aprobado este martes por el Consejo de
Gobierno, que sin embargo mantiene en un limbo la rectificación del género y el
nombre en la documentación de las personas refugiadas trans, un trámite para el
que se exige tener la nacionalidad española.
"¿Podré cambiar ya mi nombre?", pregunta
rápida Paola cuando se entera de la aprobación de la 'ley trans'. Está cansada
de que le pongan problemas en el banco porque la foto de su documento no
coincide con su apariencia actual o que la llamen por el nombre que le pusieron
sus padres: "Necesito cambiar mi documentación para dejar mi pasado
atrás".
Huir de la muerte
En Honduras, Paola corrió un gran riesgo de que su
nombre acabase en la lista de las personas trans asesinadas en su país. Desde
los 16 años ha estado ligada al activismo y poco a poco se convirtió en una de
las activistas LGTBI más visibles. Allí sufrió una violación y varios intentos
de asesinato.
La abertura del vestido blanco que luce en la
manifestación deja al descubierto su pierna, pintada con los colores de la
bandera trans. El maquillaje rosa, blanco y azul cubre una de las cicatrices
del primer intento de callarla. "Intentaron quemarme viva. Entraron tres
tipos a mi casa, me golpearon e intentaron asesinarme con fuego", recuerda
la ya refugiada en España. Entonces tenía solo 23 años y luchaba junto al resto
de sus compañeras para exigir la aprobación de una ley de identidad de género
en Honduras.
Con 25 años, unos hombres la metieron en un coche y la
violaron. "Esos dos incidentes pasaron, pero no paré con mi lucha. Seguí,
y cada vez era una figura más visible en Honduras". Entonces, las señales
de peligro eran constantes. "Al salir de un acto de la ONG en un hotel una camioneta negra se paró. Tres
tipos me agarraron y me metieron dentro, me golpearon. Mi hermano había ido a
buscarme así que empezó a formar escándalo y gracias a ello me soltaron. Con
mucho miedo nos fuimos a un centro
comercial, al ser un sitio con mucha gente, y nos quedamos allí nueve horas
para evitar que nadie nos siguiese. Luego llegaron los gases lacrimógenos
lanzados en la puerta de la casa donde vivía con su familia, quienes fueron
afectados por sus efectos. Entonces, se fue una temporada a vivir a Costa Rica
ante el aumento de la inseguridad. A su vuelta, trató de pasar más
desapercibida, pero pronto regresó el peligro. "Una motocicleta se paró y
el conductor me gritó: ¡Paola!’ Se estaba sacando el arma de su abdomen y
corrimos hacia un restaurante para refugiarnos", detalla la activista. De
los cuatro disparos, uno impactó directamente en su cuerpo. La bala aún
continúa en la zona trasera de su rodilla.
Ella se resistía a irse, pero una conversación con su jefe en la Asociación
Arcoíris, el reconocido activista hondureño LGTBI –también amenazado–, le empujó a tomar la decisión de migrar:
"Me dijo: 'Tienes dos opciones. O te vas y vives; o te quedas y te
matan".
En España, ha hecho piña con sus compañeras de piso,
donde a menudo reconoce hacer el papel de "madre". Recientemente, el
Gobierno le ha reconocido el estatuto de refugiada, por lo que pasará a la
siguiente fase de acogida, que acarrea una mayor autonomía. "Aunque estoy
contenta de seguir avanzando, para mí dejar este piso, dejarlas a ellas, es una
nueva migración, es un desarraigo", reconoce Paola. La falta de empleo le
preocupa de cara a esta nueva fase: "No hay trabajo para nosotras. En
España hay una gran discriminación laboral para las personas trans y si encima
eres migrante... Esta situación me ha obligado a trabajar de nuevo en el trabajo
sexual, algo a lo que estaba forzada en Honduras y que no quería repetir
aquí... pero es muy complicado".
Cuando se desgañitaba en cada lema entonado en la
marcha del Orgullo Crítico, también pensaba en esas situaciones que ahora
enfrenta en España, donde el camino sabe que no dejará de ser complicado para
ella. "Esta es la resistencia trans", gritaba una y otra vez mientras
caminaba con estilo sobre sus tacones durante las horas que duró la marcha.
Pero, por un rato, prefirió dejar de luchar y limitarse a celebrar: "Fue
el primer día del Orgullo que disfrutaba que, de verdad, me mostraba orgullosa
y sin miedo de ser quién soy. Por eso había que bailar y festejar".
Se permitió otro 'homenaje'. Algo que nunca pensaba
que llegaría a hacer en su vida, con el temor con el que siempre mira a la
policía por las experiencias vividas en su país. Animada por varios
manifestantes que la rodeaban, Paola se dirigió hacia el perímetro policial y,
frente a dos agentes, comenzó a ondear con elegancia la bandera trans. Quienes
aún permanecían en la Gran Vía madrileña estallaron en aplausos.