La desigualdad: palabra prohibida
En
Guatemala, la primera Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) se
llevó a cabo en el 2000. Desde entonces, esta encuesta se realiza quinquenalmente,
con el fin de conocer las condiciones de vida de la población y determinar los
niveles de pobreza, que entonces apuntaron a un 56% de pobreza y 15% de pobreza
extrema.
Increíble que a estas alturas
todavía haya quienes crean que hablar de pobreza es signo de mediocridad.
Carolina
Escobar Sarti
Increíble que hace apenas 21 años se haya comenzado a medir la pobreza en Guatemala y a hablar sobre la desigualdad; sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX esto habría sido impensable. Hoy, a pesar de que las cifras de pobreza y los indicadores de desigualdad crecen y se ventilan en muchos documentos y análisis sobre Guatemala, sigue siendo un problema sin resolver, cuya sola discusión aún molesta profundamente a algunos. Y es que no es un tema cualquiera, sino EL TEMA que nos define. Lo más increíble es que a estas alturas del siglo XXI todavía haya quienes crean que hablar de pobreza es signo de mediocridad, que desear igualdad sea invocar al comunismo y desear que todos y todas seamos idénticos. Nada más simplista y engañoso para abordar un problema de hondo calado y muy serias implicaciones para Guatemala.
En el 2015 leí en un artículo publicado por la economista Vivian Guzmán (https://nomada.gt/cotidianidad/las-estadisticas-como-las-fotos-nos-retratan/) que decía: “Las estadísticas, cual fotografías, retratan situaciones y realidades de vida, resumen en un valor numérico la condición de muchos; y eran necesarias y fundamentales para que los elaboradores de política pública y resto de actores de la sociedad supieran la dimensión del reto, se acercaran más a su entendimiento, trazaran una mejor ruta a tomar y pudieran, con el tiempo, evaluar los avances”. En el mismo artículo indica que entonces 6 de cada 10 personas en Guatemala se encontraban en situación de pobreza, de las cuales, 2 en pobreza extrema. Además, los datos seguían revelando las altas desigualdades entre grupos de población: 79% de la población indígena se encontraba por debajo de la línea de pobreza, mientras 46% pertenecía a la población mestiza; y 76% de la población rural, mientras 42% de la urbana. “La observación nos recuerda que somos una sociedad excluyente, que da la espalda a buena parte de la población, y particularmente a la población indígena y rural”, señaló entonces Guzmán.
En una Guatemala que, 21 años después de aquella primera Encovi, sigue ostentando los primeros lugares de desigualdad en América Latina, ya de por sí la región más desigual del mundo, es una obligación entender la desigualdad y actuar para cerrar históricas brechas (digital, educativa, entre mujeres y hombres, mestizos- ladinos e indígenas, en salud, de empleos y niveles de vida). Sabemos que el 10% de la población más rica concentra aproximadamente el 40% del ingreso total, mientras que el 10% más pobre concentra aproximadamente el 1%; pero, para calcular el Gini, las estadísticas nunca van a poder captar totalmente el fenómeno de la desigualdad porque jamás vamos a tener un registro real del monto de los grandes capitales guatemaltecos. Por eso ya no se sostienen las recetas que aducen que el crecimiento económico y la generación de riqueza bastan por sí solas para traernos más desarrollo a todas y todos; tampoco sirve mucho hablar de meritocracia en un país donde las plataformas de arranque son tan desiguales.
Mientras
unos tomamos decisiones desde el centro del país, basadas en intereses y las
sostenemos gracias a nuestras oportunidades y nuestra dedicación, más del 70%
de la población las toma desde la ruralidad, en hogares donde muchos padres y
madres no han ido a la escuela, son indígenas, hogares monoparentales con
mujeres a la cabeza, o donde niñas y niños trabajan. Queremos que cada quien
vuele tan alto como sus alas le permitan, pero para eso debemos partir todas y
todos de un mismo lugar.