¿A QUIÉN ACUDIREMOS?
En
aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron:
Este
modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?
Adivinando
Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
¿Esto
os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?
El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he
dicho son espíritu y son vida. Y, con todo, algunos de vosotros no creen.
Pues
Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y
dijo:
Por
eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede.
Desde
entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
¿También
vosotros queréis marcharos?
Simón
Pedro le contestó:
Señor,
¿a quién vamos a acudir?. Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos.
Y sabemos que tú eres el Santo, consagrado por Dios (Juan 6, 61-70).
¿POR
QUÉ NOS QUEDAMOS?
Según
el evangelista, Jesús resume así la crisis que se está creando en su grupo:
<<Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, algunos
de vosotros no creen>>. Es cierto. Jesús introduce en quienes le siguen un
espíritu nuevo; sus palabras comunican vida.
Pero
no por el hecho de estar en su grupo está garantizada la fe. La verdadera
crisis en el interior del cristianismo siempre es esta: ¿creemos o no creemos
en Jesús? .
El
narrador dice que <<muchos se echaron atrás y no volvieron a ir con
él>>. ¿Quién está a favor y quién está en contra de su proyecto?.
<<
¿También vosotros queréis marcharos? >>
Es
la pregunta que se nos hace hoy a quienes seguimos en
la Iglesia: ¿qué queremos nosotros? ¿Por qué nos hemos quedado? ¿Es para seguir
a Jesús, acogiendo su espíritu y viviendo a su estilo? ¿Es para trabajar en su proyecto ?.
La
respuesta de Pedro es ejemplar: <<Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú
tienes palabras de vida eterna>>.
Por muy dolorosa que nos parezca, la crisis actual será positiva si los que nos quedamos en la Iglesia, muchos o pocos, nos vamos convirtiendo en discípulos de Jesús, es decir, en hombres y mujeres que vivimos de sus palabras de vida.
PALABRAS
LLENAS DE ESPÍRITU Y VIDA
En
la sociedad moderna vivimos acosados de palabras, comunicados, imágenes y
noticias de todo tipo. Ya no es posible vivir en silencio. Anuncios,
publicidad, noticiarios, discursos y declaraciones invaden nuestro mundo
interior y nuestro ámbito doméstico.
Esta
<<inflación de la palabra>> ha penetrado también en algunos
sectores de la Iglesia. Hoy los eclesiásticos y los teólogos hablamos y
escribimos mucho. Quizá más que nunca: ¿Qué capta la gente en nosotros?.
A
lo largo de los años he oído muchas críticas a la predicación de la Iglesia. Se
nos acusa de poca fidelidad al evangelio, falta de atención al magisterio del
papa, etc. Intuyo que no pocos que se alejan hoy de la Iglesia quieren saber
si, al menos para nosotros, nuestras palabras significan algo.
La
palabra de Jesús era diferente. Nacía de su propio ser, brotaba de su amor
apasionado al Padre y a los hombres. Era una palabra creíble, llena de vida y
de verdad. Se entiende la reacción espontánea de Pedro: <<Señor, ¿a quién
vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna>>.
La
gente no necesita escuchar nuestras palabras, sino las suyas. Su mensaje
resulta más actual que todos nuestros discursos.
¿TAMBIÉN
VOSOTROS QUERÉIS MARCHAROS?
El
mundo en que vivimos no puede ya ser considerado como cristiano. Las nuevas
generaciones no aceptan fácilmente la visión de la vida que antes se transmitía
de padres a hijos por vía de autoridad. Las ideas y directrices que predominan
en la cultura moderna se alejan mucho de la inspiración cristiana. Vivimos en
una época <<poscristiana>>.
El
creyente no puede ya apoyarse en la cultura ambiental ni en las instituciones.
La fe va a depender cada vez más de la decisión personal de cada uno. Será
cristiano quién tome la decisión consciente de aceptar y seguir a Jesucristo.
Este
es el dato tal vez más decisivo en el momento religioso que vive hoy Europa: se
está pasando de un cristianismo por nacimiento a un cristianismo por decisión.
Esto
significa que, en el futuro, la experiencia religiosa será cada vez más
importante para fundamentar la fe. Será creyente aquel que experimente que Dios
le hace bien y que Jesucristo le ayuda a vivir.
¿A
QUIÉN ACUDIREMOS?
Quien
se acerca a Jesús, con frecuencia tiene la impresión de encontrarse con alguien
extrañamente actual y más presente a nuestros problemas de hoy que muchos de
nuestros contemporáneos.
Un
cristianismo lleno de buenas intenciones y fervores venerables ha impedido a
veces a muchos cristianos sencillos encontrarse con la frescura llena de vida
de aquel que perdonaba a las prostitutas, abrazaba a los niños, lloraba con los
amigos, contagiaba esperanza e invitaba a la gente a vivir con libertad el amor
de los hijos de Dios.
No
nos ha de extrañar la interpelación del escritor francés Jean Onimus:
<<¿Por qué vas a ser tú propiedad privada de predicadores, doctores y de
algunos eruditos, tú que has dicho cosas tan sencillas, tan directas, palabras
que siguen siendo palabras de vida para todos los hombres?>>.
Si
muchos cristianos que se han ido alejando estos años de la Iglesia conocieran
directamente los evangelios, sentirían de nuevo aquello expresado un día por
Pedro: <<Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida
eterna. Nosotros creemos>>.
VIVIR
LAS DUDAS CON SINCERIDAD
No
pocos cristianos sienten hoy brotar en su interior dudas, no sobre tal o cual
punto particular del mensaje de Cristo, sino sobre la totalidad de la fe
cristiana.
Lo
que les preocupa no son los dogmas, sino algo más fundamental y previo: ¿por
qué he de orientar mi vida siguiendo las fórmulas ingenuas de Cristo que
encuentro en unos documentos tan arcaicos y, al parecer, tan legendarios?. ¿Por
qué mi anhelo por la vida, el placer y la libertad han de subordinarse a una
moral rigurosa y casi imposible?.
Esa
falta de certeza interior puede ser precisamente una ocasión para superar el
inmovilismo y la rutina, para liberarse de una religión excesivamente infantil
y para descubrir a Jesucristo de manera nueva.
Quizá,
por vez primera, descubro que soy libre para creer o no creer. Ciertamente es
más cómodo no plantearme cuestión alguna y vivir tranquilo, pero es más digno
enfrentarme a mi propia libertad y saber por qué abandono la fe o por qué me
comprometo a seguir a Cristo.
Si
sigo buscando la verdad, pronto sentiré que no soy yo solo el que hago
preguntas. Ahora es el mismo Jesús quien me interpela a mí: <<¿También tú
quieres marcharte?>>.
Cuando
uno busca con honestidad, tal vez no encuentre respuesta inmediata a todos sus
interrogantes, pero es fácil que sienta en el fondo de su corazón lo mismo que
Pedro: <<Señor, a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida
eterna>>.
José
Antonio Pagola