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27 de agosto de 2021

María, Parábola de Dios

 

MARÍA, PARÁBOLA DE DIOS

 José Enrique Galarreta



(La primera  parte  de  este  artículo  la  dedica el  autor a  hacer historia  de cómo fueron  apareciendo  los  dogmas sobre la Virgen  María.  Nos  saltemos  esa parte y  vamos a otra interesante interpretación  de lo  que es María  para el pueblo cristiano)

MARÍA "MADRE DE DIOS PADRE"

Hubo un tiempo, y todavía perdura en la mente de muchos buenos cristianos y en la predicación de algunos sacerdotes, en que el corazón de la Buena Noticia, "Abbá", había desaparecido. Se había vuelto atrás, al Dios terrible del Antiguo Testamento, al que castiga severamente, al que manda a sus hijos al infierno, al Dios que da miedo.

La palabra "Padre", que en labios de Jesús significaba casi como "mamá", es decir, sentirse querido, confiar, había sido desplazada por la primera persona, todopoderosa y arcana, de la Trinidad.

Hasta en la liturgia se notaba (se nota): la inmensa mayoría de las oraciones de la misa no se dirigen al Padre, a Abbá, sino al Dios Todopoderoso y Eterno. El pueblo cristiano se había quedado sin Abbá, sin madre.

Hasta el mismo Jesús se llegó a representar como un emperador terrible. No tienen más que mirar a los "Pantocrator" medievales. Un rey superpoderoso, sin un átomo de dulzura, sin un átomo de humanidad. Sólo distancia, ley, divinidad desencarnada, temor.

La Buena Noticia estaba en peligro. Pero el pueblo cristiano fue mucho más inteligente, mucho más cristiano que sus jefes y sus teólogos, y desplazó lo más cristiano de los atributos de Dios y de Jesús a la madre de Jesús, a María. Madre de misericordia, refugio de pecadores, consuelo de afligidos, auxilio de los cristianos...

Todo lo que es Abbá, todo lo que es Jesús, fue transferido a María. Y así se salvó lo esencial de la Buena Noticia de Jesús sobre Dios. Se había producido el milagro, la presencia del Espíritu en el pueblo de Dios.

El pueblo cristiano, privado de Abbá, salvó su fe por María, la Madre. La Madre no da miedo, porque no es Dios. Dios, y Jesús, daban miedo, porque se había retrocedido, ignorando la Buena Noticia: se había sustituido a Abbá, el papá en quien se puede confiar, que da seguridad y cariño, por el Señor Padre Todopoderoso, lejano y más bien temible; se había sustituido a Jesús de Nazaret, el que curaba porque era compasivo, el que era asequible y cercano a la gente normal, por el Verbo Encarnado, extraterrestre semejante, sólo semejante, a nosotros.

La gente se había quedado sin médico, sin padre, sin amparo. Y encontró a la Madre: refugio de pecadores, consuelo de afligidos, auxilio de los cristianos... exactamente lo que significa Abbá.



Naturalmente, a María se le transfirieron también otros atributos divinos, para corroborar la fiabilidad de nuestra confianza: medianera de todas las gracias, sin pecado original, assumpta al cielo, reina de todo lo creado; (hasta seguimos invocándola como "madre del Creador", sin que nadie que yo sepa haya reparado en la formidable contradicción de esos dos términos juntos).

No hay palabras ni sentimientos capaces de agradecer suficientemente a María, la madre de Jesús, la salvación de todo lo que más caracteriza a la religión de Jesús, a la Buena Noticia: sentirse querido, saber que alguien siempre te comprende, te perdona y te acoge, alguien a quien no temer, alguien que no lleva cuentas de mal, que lo olvida todo, que lo espera todo...

Eso, que debería haber sido Dios/Abbá, fue para los cristianos la madre de Jesús, y con razón le ha llamado la Iglesia su madre, Madre de los cristianos.

Pero eso no fue todo, además, María nos ha ofrecido una enorme mejora en la imagen de Abbá. Le ha quitado para siempre su masculinidad patriarcal. Al dirigirnos a María como Madre, poniéndola en el lugar de Abbá, hemos iluminado a Abbá con luz maternal. Hemos entendido por qué en la Parábola del Hijo Pródigo no hay madre: porque no hace falta, porque el corazón del padre es maternal.

María, parábola de Dios. De ninguna manera renunciamos a la devoción, admiración, gratitud a María, la madre de Jesús, por la que pudo Jesús ser uno de nosotros. Ella es la que, a través de los siglos, ha sido la que nos ha llevado al Padre, a Abbá, ha sido la que ha engendrado en los cristianos el verdadero rostro de Abbá.

 

José Enrique Galarreta