CARA Y CRUZ DE LAS RELIGIONES
Javier Domínguez
En muchos casos las religiones mueven a realizar actos heroicos de solidaridad y sacrificio por los demás, pero también las religiones pueden mover a comportamientos bárbaros y crueles con multitud de víctimas inocentes.
En la Iglesia católica, y en el cristianismo en general, tenemos claros ejemplos de las dos cosas: Francisco de Asís y más recientemente Charles de Foucauld, podían ser dos ejemplos muy conocidos de la primera actitud, pero además son incontables los héroes y las heroínas anónimas que han dado su vida por el bien del prójimo. Al otro lado tenemos la caza de brujas, la inquisición y las cruzadas con su secuela de sufrimiento y muerte.
¿Por qué se dan dos comportamientos tan contradictorios? El Evangelio invita claramente a la primera de las opciones, y no da la menor justificación para la segunda. Jesús mismo fue víctima de esa represión cruel y rechazó tajantemente cualquier recurso a la fuerza para evitar su ejecución. Resucitado ni por asomo da muestra de cualquier deseo de pedir cuentas a los que le han condenado. Todo parece haber quedado en el olvido.
Conozco poco el Islam, pero tampoco creo que la fe de los musulmanes en Ala dé motivos para los bárbaros atentados de los grupos terroristas o la actitud de los talibanes hacia las mujeres. Recuerdo haber leído hace tiempo lo que escribió un místico musulmán sobre la mujer: “Dios creó a la mujer de una costilla del hombre, debajo de su brazo, para protegerla, y junto a su corazón, para amarla”.
¿Cómo desde esos principios se ha podido llegar a las aberraciones de la tortura y las hogueras de la inquisición? ¿A la opresión y brutalidad de los talibanes sobre la mujer? ¿Cómo se han puesto en marcha esos movimientos de crueldad y violencia?
En mi opinión creo que este tremendo cambio está muy relacionado con la institución del clero y la jerarquía. Nos encontramos aquí con un proceso en el que se acaba constituyendo un grupo social, exclusivamente masculino, que se considera elegido por Dios e investido de una autoridad divina para la defensa de la fe y la pureza de la doctrina.
Pero en la realidad lo que hace esta jerarquía es caer en la tentación original. Una tentación de la que se ha hablado muy poco en la Iglesia, parece que no interesaba demasiado ese tema. De lo que se ha hablado mucho es del pecado original y su transmisión a todos los seres humanos, sin embargo apenas se ha especificado que ese pecado era consecuencia de haber caído en la tentación original. La tentadora sugerencia de la serpiente a Eva en el paraíso: “El día que comáis de ese árbol, se abrirán vuestros ojos, y seréis como Dios, conocedores del bien y el mal”.
¿Por qué en la Iglesia se ha reflexionado tan poco sobre esa tentación original? ¿Será que la jerarquía consideraba que eso era algo mítico, que no iba con ellos? ¿Que ellos sí podían ser conocedores del bien y el mal sin necesidad de comer de ningún árbol, sólo por revelación divina?
Y así, en ese papel de conocedores del bien y del mal, un día consideran que, junto a los mandamientos de la Ley de Dios, había que poner los mandamientos de la Santa Madre Iglesia, que también obligan bajo pecado mortal como los revelados a Moisés en el Sinaí. O se les ocurre que, en ciertas circunstancias, las opiniones del Sumo Pontífice son palabra de Dios. Y otro día llegan al convencimiento de que la fe auténtica –la suya, naturalmente– se defiende mandando a la hoguera a los que tengan opiniones teológicas distintas.
El islam tampoco tiene sacerdotes ni una jerarquía establecida por su fundador, pero la profesión clerical es muy abundante entre los musulmanes. Entre los clérigos encontramos Imanes, jeques, mulás, y ayatolás. Talibán quiere decir estudiante, estudiante de la ley islámica, y naturalmente su profesor será un clérigo, imán, ayatolá o lo que sea.
Con razón ha dicho el Papa Francisco que es necesario desclericalizar la Iglesia. No es tarea fácil, hay que mover una enorme institución con un peso de siglos. Pero el Evangelio es muy claro: “Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo”.