Amén
¡Oh
Padre nuestro !, si estás en el cielo
<<
y si santo es tu nombre >>
¿Por
qué no se hace tu voluntad
así
en la tierra como en el cielo?
¿Por
qué no das a todos
su
pan de cada día?
¿Por
qué no perdonas nuestros fallos
para
que olvidemos nuestras quejas?
¿Por
qué seguimos cayendo aún en tentaciones de odio?
Si
estás en los cielos, ¡oh Padre nuestro!,
¿por
qué no nos libras de este mal
para que digamos entonces Amén?
La oración del Señor termina como debía terminar, con un gran Amén. Esta palabra hebrea tiene la misma raíz(mn) que otras con la significación de fe, verdad, seguridad, firmeza y confianza. Tener fe, bíblicamente, más que adherir a unas verdades, entraña confiarse serenamente a un sentido secreto y último de la realidad. Es poder decir, al mundo y a la vida y a la totalidad de lo que existe, sí y amén. Por eso en los antípodas de la fe se encuentra el miedo y la incapacidad de entregarse confiadamente a uno Más Grande, al sentido secreto y último, al Sentido de los sentidos: a Dios, Padre de infinita bondad y amor. Amén significa, pues, ¡así sea! ¡Sí, si, así debe ser!. Con el amén se quiere reforzar, reafirmar y confirmar una petición, una oración o una alabanza (ver Rom 1,25, 11,36;Gál 1,5; Flp 4,20; 1Cor 16,24 )
Poder decir amén es poder confiar y estar seguros de que todo se encuentra en las manos del Padre; es haber superado ya la desconfianza y el miedo, a pesar de todo. La oración del padrenuestro encierra toda la trayectoria humana en su impulso hacia el cielo y en su enraizamiento terreno. En ella se expresa el momento de luz y también el de tinieblas. Y a todo decimos sí, amén. Y solo podemos decir sí y amén al peligro del mal, a las solicitaciones de la tentación, a las ofensas recibidas y a la búsqueda pesada del pan porque tenemos la certidumbre de que Dios es Padre, de que estamos consagrados a su nombre santo, que confiamos en la venida de su reinado y estamos seguros de que su voluntad se hará así en la tierra como en el cielo.
La
oración del padrenuestro comenzó con la confianza de quien levanta su mirada al
cielo de donde puede venirnos la liberación. Y luego, no obstante tener que
pasar a través de las opresiones humanas, termina de nuevo en la confianza,
diciendo amén. Semejante actitud tiene su fundamento en el mismo Jesucristo,
que nos enseñó a rezar el padrenuestro. El asumió todas las contradicciones de
nuestra torva existencia, liberándola totalmente. San Pablo nos dice con
intuición precisa: “En El ha habido únicamente un sí”(2Cor 1,19). Todo lo que
Dios prometió a los hombres << y el padrenuestro enumera las promesas de
Dios, las hechas para la vida eterna y las hechas para la vida terrena >>
“ en Jesús ha tenido su sí “(2Cor1,20).
San
Juan asegura, por su parte: Jesús es “el amén” (Ap 3,14). Si de veras El es el
amén que ponemos al final de nuestras súplicas, entonces tenemos la certeza más
absoluta de que Dios nos escucha. Mayor que la certidumbre de nuestras
necesidades es la certidumbre de nuestra confianza: ¡nuestro Padre nos
atiende! ¡Amén!
Leonardo
Boff