ABRIR
CAMINOS A DIOS
Y
recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para
el perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del
profeta Isaías:
<<Una
voz grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos;
elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se
enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios”>>
(Lucas 3,1-6).
LA
VOZ DEL DESIERTO
No sabemos ni cuando ni como fue. Un día, un sacerdote rural llamado Juan abandonó sus obligaciones del templo, se alejó de Jerusalén y se adentró en el desierto de las inmediaciones del Jordán, buscando silencio y soledad para escuchar a Dios.
Según
Isaías, el <<desierto>> es el mejor lugar para abrirse a Dios e
iniciar la conversión.
En
el <<desierto>> solo se vive de lo esencial. No hay lugar para lo
superfluo: se escucha la verdad de Dios mejor que en los centros comerciales:
casi siempre el <<desierto>> acerca a Dios más que el templo.
Cuando
la voz de Dios viene del <<desierto>> no nos llega distorsionada
por intereses económicos, políticos o religiosos. Es una voz limpia y clara que
nos habla de lo esencial, no de nuestras disputas, intrigas y estrategias.
Lo
esencial siempre consiste en pocas cosas, solo las necesarias. Así es el
mensaje de Juan: <<Poneos ante Dios y reconoced cada uno vuestro pecado.
Sospechad de vuestra inocencia. Id a la raíz>>.
En
el <<desierto>> lo decisivo es cuidar la vida. Es nuestra primera
responsabilidad. Si yo no cambio, ¿qué estoy aportando a la transformación de
la sociedad?. Si yo no me convierto al Evangelio, ¿cómo estoy contribuyendo a
la conversión de la Iglesia actual?.
ABRIR
CAMINOS A DIOS
Juan
grita mucho. Lo hace porque ve al pueblo dormido y quiere despertarlo. Su grito
se concentra en una llamada:<<Preparad el camino del Señor>>.
<<Búsqueda
personal>>. Lo importante no es pensar en la Iglesia, los curas, o la
misa. Lo primero es buscar al Dios vivo, que se nos revela en Jesucristo. Dios
se deja encontrar por aquellos que lo buscan.
<<Atención
interior>>. Para abrir un camino a Dios es necesario descender al fondo
de nuestro corazón. Dios está ahí. Él nos ha creado con un corazón que no
descansará si no es en él.
<<Con
un corazón sincero>>. Lo que más nos acerca al misterio de Dios es vivir
en la verdad. No engañarnos a nosotros mismos, reconocer nuestros errores. El
encuentro con Dios acontece cuando a uno le nace desde dentro esta oración:
<<¡Oh Dios!, ten compasión de mí, que soy pecador>>. Este es el
mejor camino para recuperar la paz y la alegría interior.
<<En
actitud confiada>>. El miedo cierra a no pocos el camino hacia Dios. No
terminan de creerse que Dios solo es amor. Despertar la confianza en este amor
es empezar a vivir de manera nueva y gozosa con Dios.
<<Caminos
diferentes>>. Cada uno ha de hacer su propio recorrido. Dios nos acompaña
a todos. No abandona a nadie y menos cuando se encuentra perdido. Lo importante
es no perder el deseo humilde de Dios. Quien sigue confiando, quien de alguna
manera desea creer, es ya <<creyente>> ante ese Dios que conoce
hasta el fondo el corazón de cada persona.
Hay
personas que más que creer en Dios creen en aquellos que hablan de él. Solo
conocen a Dios <<de oídas>>. Les falta experiencia personal.
Asisten tal vez a celebraciones religiosas, pero nunca abren su corazón a Dios.
Jamás se detienen a percibir su presencia en el interior de su ser.
Es
un fenómeno frecuente: vivimos girando en torno a nosotros mismos, pero fuera
de nosotros. Nuestra vida transcurre sin misterio y sin horizonte último.
Incluso
los que nos decimos creyentes no sabemos muchas veces <<estar ante
Dios>>. Se nos hace difícil reconocernos como seres frágiles, pero amados
infinitamente por él. No sabemos admirar su grandeza insondable ni gustar su
presencia cercana.
Que
pena dar ver como se discute de Dios en ciertos programas de televisión. Se
habla de <<oídas>>.
Para
descubrir a Dios, cada uno ha de hacer su propio recorrido y vivir su propia
experiencia.
Cuando
durante años se ha vivido la religión como un deber o como un peso. Este
encuentro con Dios no siempre es fácil. Lo importante es buscar. No cerrar
ninguna puerta; no desechar ninguna llamada. Muchas veces, lo único que podemos
ofrecer a Dios es nuestro deseo de encontrarnos con él.
Dios
no se esconde de los que lo buscan y preguntan por él. Podemos decir las mismas
palabras que Job: <<Hasta ahora hablaba de ti de oídas; ahora te han
visto mis ojos>>.
IR
A LO ESENCIAL
En
las sociedades avanzadas de Europa estamos viviendo un momento cultural difuso
que ha sido designado con el nombre de <<posmodernidad>>.
Es
sin duda una cultura de la <<intrascendencia>> que ata a las personas al <<aquí y
ahora>>, haciéndoles vivir solo para lo inmediato, sin necesidad de
abrirse al misterio de la trascendencia. En contra de la máxima agustiniana:
<<No salgas de ti mismo; en tu interior habita la verdad>>, el
ideal de no pocos parece ser vivir fuera de sí mismos. No es fácil así el
encuentro con el <<Dios escondido>> que habita en cada uno de
nosotros.
Es
también una cultura en la que el <<ser>> es sustituido por el
<<tener>>. El afán de posesión, alimentado por la gran cantidad de
objetos puestos a disposición de nuestros deseos, es entonces el principal
obstáculo para el encuentro con Dios.
Hace
algunos años, el prestigioso teólogo ortodoxo Oliver Clément afirmaba que, en definitiva,
<<la fe consiste en saberse amado y responder al amor con amor>>.
Sin duda es lo esencial para abrir en nuestras vidas el camino a Dios.
PREGUNTAS
Dentro
de cada uno de nosotros hay un mundo casi inexplorado que muchos hombres y
mujeres no llegan siquiera a sospechar. Viven solo desde fuera. Ignoran lo que
se esconde en el fondo de su ser.
De
ese mundo nace la pregunta más simple y elemental del ser humano: ¿quién soy
yó?, ¿de dónde vengo? ¿Por qué estoy en la vida? ¿Para qué? ¿En qué terminará
todo esto?.
Mucha
gente no tiene hoy tiempo ni humor para hacerse estas preguntas. Bastante hace
uno con vivir, buscarse un trabajo, sacar adelante una familia y enfrentarse
con ánimo a los problemas de cada día.
Y,
ciertamente, para adentrarnos en ese mundo de las <<preguntas últimas
>> de la vida se necesita una cierta calma y silencio. La agitación, las
prisas o el exceso de actividad impiden al ser humano escucharse por dentro.
Tal
vez la mejor manera de escuchar la invitación del Bautista a <<preparar
los caminos del Señor>> sea hacer silencio, escuchar esas preguntas
sencillas que brotan desde nuestro interior y estar más atentos al misterio que
nos envuelve y penetra por todas partes.
Recordemos
la célebre invitación de san Anselmo de Canterbury: <<Ea, hombrecillo,
deja un momento tus ocupaciones habituales, entra un instante en ti mismo,
lejos de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes;
aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedica algún rato a Dios y descansa
siquiera un momento en su presencia>>.
José
Antonio Pagola