"La fuerza de los pequeños"
"El enfrentamiento de dos tipos de poder en la Iglesia"
01.11.2021 Leonardo Boff
Este
libro fue enjuiciado en 1984 por la Congregación para la Doctrina de la Fe,
llevando a su autor, a mí en este caso, a un verdadero proceso judicial. Este
culminó en 1985 con una “notificación” y no un decreto condenatorio,
prohibiendo la reedición del libro y la imposición al autor de un tiempo de
“silencio obsequioso”. En ella no se hace ninguna condenación doctrinal, solo
se dice como conclusión:
“Esta Congregación se siente en la obligación de declarar que las opciones aquí analizadas de Fray Leonardo Boff son de tal naturaleza que ponen en peligro la sana doctrina de la fe, que esta Congregación tiene el deber de promover y tutelar”.
Obsérvese
que no se trata de doctrinas (campo de los dogmas) sino de “opciones” (campo de
la moral)que pueden significar un “peligro”. Evitado ese peligro, no hay por
qué no seguir adelante con las opciones que eran y siguen siendo: la
centralidad de los pobres y de su liberación, el poder como servicio y no como
centralización, y la constitución legítima de comunidades eclesiales de base,
como una reinvención de la Iglesia en los medios populares (eclesiogénesis).
Al
leer todo el texto del Card. Joseph Ratzinger exponiendo los tales “peligros”
se nota un error delectura. Se leyó no Iglesia: carisma y poder, sino Iglesia:
carisma o poder. Esta alternativa no se encuentra en ninguna página del libro,
que afirma la legitimidad de un poder en la Iglesia junto con el carisma
evidentemente el poder como servicio y no como acumulación em pocas manos.
Seguramente
el punto central que la Congregación vio como “peligro” fue la confrontación
entre un modelo de Iglesia, sociedad jerarquizada de poder sagrado y otro
modelo de Iglesia, comunidad fraterna de iguales con funciones diferentes. El
primer modelo, dominante, es el de la Iglesia-gran-institución compuesta de
clérigos, portadores del poder sagrado, y de laicos y laicas sin ningún poder
de decisión. Aquí surgen las desigualdades, especialmente cerrando las puertas
del ministerio sacerdotal a las mujeres e imponiendo la ley del celibato
obligatorio a todo el cuerpo clerical. El otro modelo es el de la
Iglesia-red-de-comunidades, todos sujetos de poder sagrado, ejercido mediante
funciones (carismas) diferentes.
Ambos
modelos se remiten al pasado de la Iglesia; el primero especialmente al
evangelio de San Mateo, que confiere gran importancia a Pedro (Mt 16,18;18,16)
que originará la centralización, llamada “cefalización” (todo se concentra en
la cabeza). El segundo se refiere a las cartas de San Pablo, que hablan de una
Iglesia comunidad de hermanos y hermanas, dotada de muchos carismas (funciones
y servicios), especialmente en sus Cartas a los Corintios, a los Romanos y a
los Efesios. Para San Pablo el carisma pertenece a la cotidianidad y significa
simplemente funciones o servicios, todos animados por el Espíritu Santo y por
Cristo resucitado, cabeza en la Iglesia y en el cosmos, lo que implica una
descentralización del poder, presente en todos y todas.
De
manera resumida, el hecho histórico es el siguiente: Hasta el siglo IV la
Iglesia era fundamentalmente una comunidad fraternal. Desde el momento en que
el cristianismo fue declarado por el emperador Constantino (325) “religión
lícita”, por Teodosio (391) “religión obligatoria” para todos, prohibiendo el
paganismo, hasta culminar con el emperador Justiniano (529) transformando los
preceptos cristianos en leyes civiles, se gestó entonces la
Iglesia-gran-institución. De religión perseguida pasó a religión perseguidora
de los paganos. Siendo “religión obligatoria”, todos tuvieron que asumir la fe
cristiana, creando una Iglesia de masas, no por conversión sino por
obligatoriedad bajo el miedo y la amenaza de muerte.
Con
la decadencia del imperio romano, el obispo de Roma León Magno (440-461) asumió
el poder y el título de Papa (abreviación de pater patrum, padre de los
padres), reservado hasta entonces a los emperadores. Junto al estilo imperial
se asumieron también los palacios, el báculo, la estola, el manto (muceta)
símbolo del poder monárquico, la púrpura y otros símbolos imperiales y paganos
que perduran hasta el día de hoy.
La
Iglesia-gran-institución no pasó la prueba del poder. En ella se realizó lo que
afirma Thomas Hobbes en el Leviatán (1615): “Señalo, como tendencia general de
todos los hombres, un perpetuo e impaciente deseo de poder y más poder que solo
cesa con la muerte; la razón de eso reside en el hecho de que no se puede
garantizar el poder sino buscando más poder todavía” (cap.X).
Los
Papas empiezan a acumular poder hasta llegar al Papa Gregorio VII con su
Dictatus Papae (la dictadura del Papa), que proclama al Papa como señor
absoluto sobre la Iglesia y sobre los emperadores o reyes. Ya no bastaba ser
sucesor de Pedro. El Papa Inocencio III(+1216) se anunció como vicario de
Cristo y finalmente Inocencio IV(+1254) se estableció como representante de
Dios. Todavía hoy se atribuye al Papa, según el derecho canónico, un poder que
parece pertenecer solamente a Dios. El Papa es portador de un poder sagrado
“supremo, ordinario, pleno, inmediato y universal” (canon 331). A esto se
añadió en 1869 la infalibilidad en asuntos de fe y moral. A más no se podría
llegar.
La
consecuencia ha sido el surgimiento de una Iglesia-sociedad piramidal,
monárquica, rígida y rigurosa, que en términos doctrinales de sus inquiridos,
fue mi experiencia, no olvida nada, no perdona nada y exige todo. En este
modelo de Iglesia se verifica lo que el psicoanalista C.G.Jung afirmaba: «Donde
prevalece el poder no hay lugar para la ternura ni para el amor».
Los
únicos Papas que rompieron con esta tradición, celosa de su poder sagrado y
monárquico, fue el Papa bueno Juan XXIIIy explícitamente el Papa Francisco que,
en sus primeras palabras, dijo gobernar la Iglesia en la caridad y no en el
poder sagrado. Por eso pide a los pastores la “revolución de la ternura”.
Frente
a ese modelo, hoy en profunda crisis estructural, surgió otro modelo de Iglesia
red-de-comunidades fraternas. En la historia de la Iglesia siempre ha existido,
especialmente en las órdenes y congregaciones religiosas, aunque nunca
consiguió ser hegemónico. Pero adquirió densidad en la amplia red de
comunidades eclesiales de base, extendidas actualmente por todo el universo
cristiano y ecuménico. En ellas el poder es servicio real, cotidiano y
participado por todas las personas en la medida en que cada una tiene su lugar
en la comunidad.
Hay
muchos servicios y funciones (carismas): quien reza, quien enseña, quien
organiza la liturgia, quien visita a los enfermos, quien trabaja con los
jóvenes, todos en pie de igualdad, según dice San Pablo (1Cor 7,7;12,29). Hay
una función (carisma) singular que es la de crear unidad y cohesión en la
comunidad haciendo que todos los servicios (carismas) confluyan al bien común:
es el servicio de presidir la comunidad. Como tal, preside también la
eucaristía, no como función exclusiva, sino simultánea con las demás. Su
función no es concentrar sino coordinar.
Este
modelo traduce mejor el mensaje y el ejemplo del Jesús histórico que no quiso
ningún poder y que estableció todo el poder como servicio y no como dominación
(Mt 23,11). Este modelo se presenta como otra forma de organizar la herencia de
Jesús, de gestar una Iglesia más conforme con su sueño de todos hermanos y
hermanas (Mt 23,8).
Este
modelo comunional se presenta más adecuado a la verdadera evangelización, que
significa encarnar mensaje cristiano en
las diferentes culturas, asimilando sus modos de ser. La Iglesia sería como un
inmenso tapete de colores, hecho con un tejido inmenso de comunidades
cristianas, diferentes en sus cuerpos, pero todas unidas en el mismo testimonio
de la vida nueva traída por Jesús muerto y resucitado. Caminaría junto con el
proceso de mundialización que lentamente construye la Casa Común, el mundo
necesario, dentro del cual están los varios mundos culturales (asiático,
africano, latino, indígena etc).
Ahí
estará la Iglesia-gran-institución, que seguramente pervivirá pero sin la
hegemonía actual, y principalmente la red inmensa de comunidades cristianas
diversas y unidas en el mismo testimonio del Resucitado y de su Espíritu, junto
con otras iglesias y caminos espirituales al servicio unos de otros y de la
única Casa Común que tenemos, la Madre Tierra.
*Leonardo
Boff ha escrito Iglesia: carisma y poder, Record, Rio de Janeiro 2005;
Eclesiogénesis: la reinvención de la Iglesia, Record, Rio de Janeiro 2008;
Francisco de Asís y Francisco de Roma: una nueva primavera en la Iglesia, Mar
de Ideias, Rio de Janeiro 2015.
Traducción
de Mª José Gavito Milano
Leonardo Boff