FELICIDAD
NO CONVENCIONAL
En
aquel tiempo bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano con un
grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de Judea, de Jerusalén y de
la costa de Tiro y de Sidón.
Él,
levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:
-Dichosos
los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.
Dichosos
los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Dichosos
los que ahora lloráis, porque reiréis.
Dichosos
vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y
proscriban vuestro nombre como infame por causa del Hijo del hombre. Alegraos
ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero,
¡ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo!
¡Ay
de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas (Lucas 6, 17.20-26).
DICHOSOS
LOS QUE NOSOTROS MARGINAMOS
Jesús
no poseía poder político ni religioso para transformar la situación injusta que
se vivía en su pueblo. Solo tenía la fuerza de su palabra. Los evangelistas
recogen los gritos subversivos que Jesús fue lanzando por las aldeas de Galilea
en diversas situaciones.
Sus
bienaventuranzas quedaron grabadas para siempre en sus seguidores.
Se
encuentra Jesús con gentes empobrecidas que no pueden defender sus tierras de
los poderosos terratenientes. Ve llorar de rabia e impotencia a los campesinos.
Y los alienta: <<Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis>>.
Observa
el hambre de las mujeres y los niños desnutridos y no puede reprimirse:
<<Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis
saciados>>.
Jesús
está con ellos. No lleva dinero, camina descalzo y sin túnica de repuesto. Es
un indigente más que les habla con fe y convicción total.
Los
pobres le entienden. Jesús los llama <<dichosos>> porque Dios está
de su parte. Su sufrimiento no durará para siempre. Dios les hará justicia.
Jesús
es realista. El mundo tiene que saber que ellos son los hijos predilectos de
Dios.
Esto
es lo que Jesús quiere dejar bien claro en un mundo injusto: los que no
interesan a nadie son los que más interesan a Dios.
Los
que vivimos acomodados en la sociedad de la abundancia no tenemos derecho a
predicar a nadie las bienaventuranzas de Jesús. Lo que hemos de hacer es
escucharlas y empezar a mirar a los pobres, los hambrientos y los que lloran
como los mira Dios. De ahí puede nacer nuestra conversión.
TOMAR
EN SERIO A LOS POBRES
Junto
a las <<bienaventuranzas>> a los pobres, el evangelista recuerda
las <<malaventuranzas>> a los ricos: << Dichosos los
pobres…los que ahora tenéis hambre…los que ahora lloráis>>. Pero,
<<ay de vosotros, los ricos…los que ahora estáis saciados…los que ahora
reís>>. El Evangelio no puede ser escuchado de igual manera por todos.
Mientras para los pobres es una Buena Noticia que los invita a la esperanza,
para los ricos es una amenaza que los llama a la conversión. ¿Cómo escuchar
este mensaje en nuestras comunidades cristianas?.
Antes
que nada, Jesús nos pone a todos ante la realidad más sangrante que hay en el
mundo, la que más le hace sufrir, la que más llega al corazón de Dios. Una
realidad que, desde los países ricos, tratamos de ignorar, encubriendo de mil
maneras la injusticia más cruel, de la que en buena parte somos cómplices nosotros.
¿Tomaremos
alguna vez en serio a esa inmensa mayoría de los que viven desnutridos y sin
dignidad, los que no tienen voz ni poder, los que no cuentan para nuestra
marcha hacia el bienestar?
Los
cristianos no hemos descubierto todavía la importancia que pueden tener los
pobres en la historia del cristianismo. Ellos nos dan más luz que nadie para
vernos en nuestra propia verdad, sacuden nuestra conciencia y nos invitan a la
conversión.
Ellos
nos pueden ayudar a configurar la Iglesia del futuro de manera más evangélica.
O
tomamos en serio a los pobres o nos olvidamos del Evangelio.
FRENTE
A LA SABIDURÍA CONVENCIONAL
Lo
advirtamos o no, todos aprendemos a vivir de nuestro entorno cultural. A lo
largo de los años vamos interiorizando la <<sabiduría convencional>>.
Acostumbrados
a responder a sus dictados, nos cuesta advertir nuestra ceguera y falta de
libertad para vivir de manera más honda y original. Nos creemos libres, y en
realidad vivimos domesticados; nos consideramos inteligentes, pero solo
atendemos a lo que la sociedad nos ofrece.
Uno
de los rasgos que más destacan en Jesús los investigadores modernos es su
empeño en liberar a las personas de esa <<sabiduría convencional>>
para acoger el proyecto de Dios de un mundo más humano.
Jesús
vive y enseña a vivir de una manera nueva y provocativa, modelada por valores
diferentes: compasión, defensa de los últimos, servicio a los desvalidos,
acogida incondicional, lucha por la dignidad de todo ser humano.
¿QUÉ
FELICIDAD?
Todos
llevamos en lo más profundo de nuestro ser un hambre insaciable de felicidad.
Sin
embargo, cuando se nos pregunta qué es la felicidad y cómo encontrarla, no
sabemos dar una respuesta demasiada clara. La felicidad es siempre algo que nos
falta. Algo que todavía no poseemos plenamente.
Por
eso la escucha sencilla de las bienaventuranzas provoca siempre en nosotros un
eco especial. Por una parte su tono fuertemente paradójico nos desconcierta.
Por otra, la promesa que encierra nos atrae, pues ofrecen una respuesta a esa
sed que hay en lo más hondo de nuestro ser.
A
los cristianos se nos ha olvidado que el Evangelio es una llamada a ser
felices. No de cualquier manera, sino por los caminos que sugiere Jesús.
Según
él, es mejor dar que recibir, es mejor servir que dominar, compartir que
acaparar, perdonar que vengarse.
Felices
los que saben ser pobres y compartir lo poco que tienen con sus hermanos.
Malditos los que solo se preocupan de sus riquezas y sus intereses.
Felices
los que conocen el hambre y la necesidad, porque no quieren explotar, oprimir y
pisotear a los demás. Malditos los que son capaces de vivir tranquilos y
satisfechos, sin preocuparse de los necesitados.
Felices
los que lloran las injusticias, las muertes, las torturas, los abusos y el
sufrimiento de los débiles. Malditos los que se ríen del dolor de los demás
mientras disfrutan de su bienestar.
FELICIDAD
AMENAZADA
Occidente
no ha querido creer en el amor como fuente de vida y felicidad para el hombre y
la sociedad. Las bienaventuranzas de Jesús siguen siendo un lenguaje
ininteligible e increíble, incluso para los que nos llamamos cristianos.
Nosotros
hemos puesto la felicidad en otras cosas. Hemos llegado incluso a confundir la
felicidad con el bienestar.
Para
muchos lo decisivo para ser feliz es <<tener dinero>>. Apenas
tienen otro proyecto de vida. Trabajar para tener dinero. Tener dinero para
comprar cosas. Poseer cosas para adquirir una posición y ser algo en la
sociedad. Esta es la felicidad en la que creemos. Nos gusta nuestra manera de
vivir, aunque sintamos que no nos hace felices.
Los
creyentes deberíamos recordar que Jesús no ha hablado solo de bienaventuranzas.
Ha lanzado también amenazadoras maldiciones para cuantos, olvidando la llamada
del amor, disfrutan satisfechos en su propio bienestar.
Quizá
estamos viviendo unos tiempos en los que empezamos a intuir mejor la verdad
última que se encierra en las amenazas de Jesús: <<¡Ay de vosotros, los
ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros los que estáis
saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque
lloraréis!>>.
Empezamos
a experimentar que la felicidad no está en el puro bienestar.
Hay
poca gente feliz. Hemos aprendido muchas cosas, pero no sabemos ser felices.
Necesitamos de tantas cosas que somos unos pobres necesitados. Para lograr
nuestro bienestar somos capaces de mentir, defraudar, traicionarnos a nosotros
mismos y destruirnos unos a otros. Y así no se puede ser feliz.
¿Y
si Jesús tuviera razón? ¿No está nuestra felicidad demasiado amenazada? ¿No
tenemos que buscar una sociedad diferente cuyo ideal no sea el desarrollo
material sin fin, sino la satisfacción de las necesidades vitales de todos? ¿No
seremos más felices cuando aprendamos a necesitar menos y compartir más?
José
Antonio Pagola
Colaboración de Juan de la Cruz