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17 de marzo de 2022

De la Asociación de Teólogos de Guatemala

 

LOS OBJETIVOS DE DESARROLLO DEL MILENIO Y SU IMPACTO EN LATINOAMÉRICA

Lic. Consuelo Ortiz de Fuentes

Los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) son las metas, cuantificadas y cronológicas, que el mundo ha fijado para luchar contra la pobreza extrema en sus varias dimensiones: hambre, enfermedad, pobreza de ingresos, falta de vivienda adecuada, exclusión social, problemas de educación y de sostenibilidad ambiental.

Los mismos fueron planteados en el 2015, como parte de la agenda de la ONU, para ejecutarse hasta el año 2030. Sin embargo, a escasos 8 años de cumplirse la meta planteada, en los países latinoamericanos, estamos muy lejos de lograrlas.

No se puede evadir que las instituciones que asumieron trabajar por desterrar de América Latina la inmensa pobreza, no lo han logrado. Varios aspectos impiden la materialización de este propósito, pero quizás los más destacados son los modelos económicos y la corrupción como parte del sistema político vigente en los países de la región.

La pobreza y la exclusión social son casi tan antiguas como la humanidad. Por ejemplo, aunque la Ley que Dios dio a Israel procuraba proteger a los más desfavorecidos y aliviar su sufrimiento, muchas veces se pasaba por alto. “Así dice Yahvé: Mi sentencia en contra de Israel por sus muchos crímenes será sin apelación. Porque venden al inocente por dinero y al necesitado por un par de sandalias”. (Am. 2, 6).

El profeta Ezequiel condenó la forma en que se trataba a los pobres, al decir: “Los terratenientes cometían atropellos y robos, explotaban al desgraciado y al pobre y atropellaban injustamente al emigrante”. (Ez 22, 29).

La situación era parecida en los días de Jesús. Los guías religiosos no mostraban el más mínimo interés en los pobres y necesitados. La Biblia indica que eran “amantes del dinero”, que devoraban las casas de las viudas” y “que estaban más preocupados por guardar sus tradiciones que por cuidar de los ancianos y desamparados”



(Lc16, 14, 20,47 y Mt 15, 5.6). Cabe señalar que en la parábola de Jesús sobre el buen samaritano, un sacerdote y un levita vieron a un hombre herido, pero siguieron por el otro lado del camino en vez de detenerse a ayudarlo (Lc 10, 30-37).

De igual forma se plantea el tema del medio ambiente, “El Señor tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara y lo cultivara” (Gn 2, 15), pero en el contexto actual la realidad es distinta, el ser humano ha abusado de los recursos naturales sin tener en cuenta su agotamiento, lo que ha provocado el empobrecimiento del suelo, la desaparición de bosques y especies, y la reducción de sus reservas hidrográficas, olvidando que su primera función es cuidar.

Aunque la ONU propone metas para buscar el bien común, no cabe duda que los rasgos de la Palestina antigua son muy similares a las experiencias de corrupción, pobreza y exclusión que imperan en la actualidad.

Si bien este análisis puede ayudar a comprender el significado del mensaje de Jesús, también nos invita a que desde nuestro quehacer teológico analicemos que pesar de los adelantos tecnológicos y educativos, tengamos aún una ideología de la Palestina Antigua. Que no hayamos encontrado la forma de erradicar la pobreza y de cuidar el planeta, que los intereses perversos de unos pocos prevalezcan sobre el interés de muchos.

Sin embargo, la tarea profética continúa siendo la misma: asumir el compromiso de transmitir la Verdad, aceptando el compromiso de estar con el oído atento y el corazón alerta para propiciar un cambio en nosotros mismos y ser agentes de transformación de esta situación de pobreza injusta e inhumana, que excluye a los pueblos latinoamericanos de la posibilidad de lograr las metas para alcanzar el tan anhelado “bien común”.