AMIGO
DE LA MUJER
En
aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó
de nevo en el Templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les
enseñaba.
Los
letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y,
colocándola en medio, le dijeron:
Maestro,
esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda
apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices?
Le
preguntaban eso para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose,
escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y
les dijo:
El
que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.
E,
inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron
escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último. Y quedó
solo Jesús, y a la mujer en medio, de pie.
Jesús
se incorporó y le preguntó:
Mujer,
¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?
Ella
contestó:
Ninguno,
Señor.
Jesús
dijo:
Tampoco
yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más (Juan 8, 1-11).
AMIGO
DE LA MUJER
Sorprende
ver a Jesús rodeado de tantas mujeres: amigas entrañables como María Magdalena
o las hermanas Marta y María de Betania. Seguidoras fieles como Salomé, madre
de una familia de pescadores. Mujeres enfermas, prostitutas de aldea…De ningún
profeta se dice algo parecido.
¿Qué
encontraban en él las mujeres?, ¿por qué las atraía tanto? . La respuesta que
ofrecen los relatos evangélicos es clara. Jesús las mira con ojos diferentes.
Las trata con una ternura desconocida, defiende su dignidad, las acoge como
discípulas. Nadie las había tratado así.
La gente las veía como fuente de impureza ritual. Rompiendo tabúes y prejuicios, Jesús se acerca a ellas sin temor alguno, las acepta en su mesa y hasta se deja acariciar por una prostituta agradecida.
La
sociedad las consideraba como ocasión y fuente de pecado. Jesús, sin embargo,
pone el acento en la responsabilidad de los varones: <<Todo el que mira a
una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón>>.
Es
lo que ocurría siempre en aquella sociedad machista. Se condena a la mujer porque
ha deshonrado a la familia y se disculpa con facilidad al varón.
Jesús
no soporta esta hipocresía social construida por el dominio de los varones.
Jesús
se dirige a aquella mujer humillada con ternura y respeto: <<Tampoco yo
te condeno>>. Vete, sigue caminando en tu vida y , <<en adelante,
no peques más>>. Jesús confía en ella, le desea lo mejor y le anima a no
pecar. Pero de sus labios no saldrá condena alguna.
¿Quién
nos enseñará a mirar hoy a la mujer con los ojos de Jesús?, ¿quién introducirá
en la Iglesia y en la sociedad la verdad, la justicia y la defensa de la mujer
al estilo de Jesús?
EN
DEFENSA DE LA MUJER
Nadie
habla del adúltero. Como sucede siempre en una sociedad machista, se condena a
la mujer y se disculpa al varón. El desafío a Jesús es frontal: <<La ley
de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?>>.
Jesús
sabe muy bien lo que tiene que decir. No soporta la prepotencia de aquellos
maestros de la ley. Él no se siente representante de la ley, sino profeta de la
compasión del Padre hacia todos sus hijos e hijas.
Así
es Jesús. Por fin ha existido sobre la tierra alguien que no se ha dejado
condicionar por ninguna ley ni poder opresivo. Alguien libre y magnánimo que nunca odió ni condenó,
nunca devolvió mal por mal.
Los
cristianos no hemos sido capaces todavía de extraer todas las consecuencias que
encierra la actuación liberadora de Jesús frente a la opresión a la mujer.
Desde una Iglesia dirigida e inspirada mayoritariamente por varones no
acertamos a tomar conciencia de todas las injusticias que sigue padeciendo la
mujer en todos los ámbitos de la vida.
Después
de veinte siglos, en los países de raíces supuestamente cristianas, seguimos
viviendo en una sociedad donde con frecuencia la mujer no puede moverse
libremente sin temer al varón.
Pero, sobre todo, ¿no hemos de estar más cerca de
toda mujer oprimida para denunciar abusos y proporcionar defensa inteligente y
protección eficaz?
CAMBIAR
Jesús,
sin embargo, desenmascara la hipocresía de aquella sociedad, defiende a la
mujer del acoso injusto de los varones y le ayuda a iniciar una vida más digna.
La
actitud de Jesús ante la mujer fue tan <<revolucionaria>> que,
después de veinte siglos, seguimos en buena parte sin querer entenderla ni
asumirla. ¿Qué podemos hacer en nuestras comunidades cristianas?
En
primer lugar, actuar con voluntad de transformar la Iglesia. El cambio es
posible. Hemos de soñar con una Iglesia diferente, comprometida como nadie en
promover una vida más digna, justa e igualatoria entre varones y mujeres.
Somos
prisioneros de costumbres, esquemas y tradiciones que no tienen su origen en
Jesús, pues conducen al dominio del varón y la subordinación de la mujer.
Desenmascarar
teologías, predicaciones y actitudes que favorecen la discriminación o
descalificación de la mujer. Sencillamente, no contienen
<<evangelio>>.
Los
cristianos no podemos vivir de espaldas ante una realidad tan dolorosa y
frecuente. ¿Qué no gritaría Jesús hoy ?.
EL
ÚNICO QUE NO CONDENA
Quién
conoce cuánta oscuridad reina en el ser humano y lo fácil que es condenar a
otros para asegurarse la propia tranquilidad, sabe muy bien que esa actitud de
comprensión y de perdón que adopta Jesús, incluso contra lo que prescribe la
ley, hay más verdad que en todas nuestras condenas resentidas.
<<Cuando
no tengas a nadie que te comprenda, cuando todos te condenen, cuando te sientas
perdido, y no sepas a quién acudir, has de saber que Dios es tu amigo, él está
de tu parte. Dios entiende tu debilidad y tu pecado>>.
Esa
es la mejor noticia que podíamos escuchar todos. El ser humano siempre podrá
esperar en la misericordia y el amor insondable de Dios.
Allí donde se acaba la comprensión de los
seres humanos sigue firme la comprensión infinita de Dios.
Esto
significa que, en todas las situaciones de la vida, en todo fracaso, en toda
angustia, siempre hay salida.
Por fuera las cosas no cambian. Los problemas y conflictos siguen ahí con toda su crudeza. Las amenazas no desaparecen. Hay que seguir sobrellevando las cargas de la vida. Pero hay algo que lo cambia todo: la convicción de que nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios y de su perdón.
NO
LANZAR PIEDRAS
Pensemos
en la ordenación jurídica de nuestra sociedad. La convivencia social está
regulada por una estructura legal que depende de una determinada concepción del
ser humano. Por eso, aunque la ley sea justa, su aplicación puede ser injusta
si no se atiende a cada hombre y cada mujer en su situación personal única e
irrepetible.
Incluso
en nuestra sociedad pluralista es necesario llegar a un consenso que haga
posible la convivencia.
Qué
cómodo es juzgar a las personas desde criterios seguros. Que fácil y que
injusto apelar al paso de la ley para condenar a tantas personas marginadas,
incapacitadas para vivir integradas en nuestra sociedad, conforme a la
<<ley del ciudadano ideal>>: hijos sin verdadero hogar, jóvenes
delincuentes, vagabundos analfabetos, drogadictos sin remedio, ladrones sin
posibilidad de trabajo, prostitutas sin amor alguno, esposos fracasados en su
amor matrimonial….
Frente
a tantas condenas fáciles, Jesús nos invita a no condenar fríamente a los demás
desde la pura objetividad de una ley, sino a comprenderlos desde nuestra propia
conducta personal.
Antes
de arrojar piedras contra nadie, hemos de saber juzgar nuestro propio pecado.
Quizá
descubramos entonces que lo que muchas personas necesitan no es la condena de
la ley, sino que alguien las ayude y les ofrezca una posibilidad de
rehabilitación.
Lo
que la mujer adúltera necesitaba no eran piedras, sino una mano amiga que le
ayudara a levantarse. Jesús la entendió.
José
Antonio Pagola
Colaboración de Juan de la Cruz