‘Las
tres preguntas’, un cuento de León Tolstói
El
escritor ruso cumpliría 190 años este 9 de septiembre. Compartimos este cuento:
Cierto
emperador pensó un día que si conociera la respuesta a las siguientes tres
preguntas, nunca fallaría en ninguna cuestión. Las tres preguntas eran:
¿Cuál
es el momento más oportuno para hacer cada cosa?
¿Cuál es la gente más importante con la que trabajar?
¿Cuál
es la cosa más importante para hacer en todo momento?
El
emperador publicó un edicto a través de todo su reino anunciando que cualquiera
que pudiera responder a estas tres preguntas recibiría una gran recompensa, y
muchos de los que leyeron el edicto emprendieron el camino al palacio; cada uno
llevaba una respuesta diferente al emperador.
Como respuesta a la primera pregunta, una persona le aconsejó proyectar minuciosamente su tiempo, consagrando cada hora, cada día, cada mes y cada año a ciertas tareas y seguir el programa al pie de la letra. Solo de esta manera podría esperar realizar cada cosa en su momento. Otra persona le dijo que era imposible planear de antemano y que el emperador debería desechar toda distracción inútil y permanecer atento a todo para saber qué hacer en todo momento. Alguien insistió en que el emperador, por sí mismo, nunca podría esperar tener la previsión y competencia necesaria para decidir cada momento cuándo hacer cada cosa y que lo que realmente necesitaba era establecer un "Consejo de Sabios" y actuar conforme a su consejo.
Alguien
afirmó que ciertas materias exigen una decisión inmediata y no pueden esperar
los resultados de una consulta, pero que si él quería saber de antemano lo que
iba a suceder debía consultar a magos y adivinos.
Las
respuestas a la segunda pregunta tampoco eran acordes. Una persona dijo que el
emperador necesitaba depositar toda su confianza en administradores; otro le
animaba a depositar su confianza en sacerdotes y monjes, mientras algunos
recomendaban a los médicos. Otros que depositara su fe en guerreros.
La
tercera pregunta trajo también una variedad similar de respuestas. Algunos
decían que la ciencia es el empeño más importante; otros insistían en la
religión e incluso algunos clamaban por el cuerpo militar como lo más
importante.
Y
puesto que las respuestas eran todas distintas, el emperador no se sintió
complacido con ninguna y la recompensa no fue otorgada.
Después
de varias noches de reflexión, el emperador resolvió visitar a un ermitaño que
vivía en la montaña y del que se decía que era un hombre iluminado. El
emperador deseó encontrar al ermitaño y preguntarle las tres cosas, aunque
sabía que él nunca dejaba la montaña y se sabía que solo recibía a los pobres,
rehusando tener algo que ver con los ricos y poderosos. Así pues el emperador
se vistió de simple campesino y ordenó a sus servidores que le aguardaran al
pie de la montaña mientras él subía solo a buscar al ermitaño.
Al
llegar al lugar donde habitaba el hombre santo, el emperador le halló cavando
en el jardín frente a su pequeña cabaña. Cuando el ermitaño vio al extraño,
movió la cabeza en señal de saludo y siguió con su trabajo. La labor,
obviamente, era dura para él, pues se trataba de un hombre anciano, y cada vez
que introducía la pala en la tierra para removerla, la empujaba pesadamente.
El
emperador se aproximó a él y le dijo:
—He
venido a pedir tu ayuda para tres cuestiones:
¿Cuál
es el momento más oportuno para hacer cada cosa?
¿Cuál
es la gente más importante con la que trabajar?
¿Cuál
es la cosa más importante para hacer en todo momento?
El
ermitaño le escuchó atentamente pero no respondió. Solamente posó su mano sobre
su hombro y luego continuó cavando. El emperador le dijo:
—Debes
estar cansado, déjame que te eche una mano.
El
ermitaño le dio las gracias, le pasó la pala al emperador y se sentó en el
suelo a descansar.
Después
de haber acabado dos cuadros, el emperador paró, se volvió al eremita y repitió
sus preguntas. El eremita tampoco contestó sino que se levantó y señalando la
pala dijo:
—¿Por
qué no descansas ahora? Yo puedo hacerlo de nuevo.
Pero
el emperador no le dio la pala y continuó cavando. Pasó una hora, luego otra y
finalmente el sol comenzó a ponerse tras las montañas. El emperador dejó la
pala y dijo al ermitaño:
—Vine
a ver si podías responder a mis tres preguntas, pero si no puedes darme una
respuesta, dímelo, para que pueda volverme a mi palacio.
El
eremita levantó la cabeza y preguntó al emperador:
—¿Has
oído a alguien corriendo por allí?
El
emperador volvió la cabeza y de repente ambos vieron a un hombre con una larga
barba blanca que salía del bosque. Corría enloquecidamente presionando sus
manos contra una herida sangrante en su estómago. El hombre corrió hacia el
emperador antes de caer inconsciente al suelo, dónde yació gimiendo. Al rasgar
los vestidos del hombre, emperador y ermitaño vieron que el hombre había
recibido una profunda cuchillada. El emperador limpió la herida cuidadosamente
y luego usó su propia camisa para vendarle, pero la sangre empapó totalmente la
venda en unos minutos. Aclaró la camisa y le vendó por segunda vez y continuó
haciéndolo hasta que la herida cesó de sangrar.
El
herido recuperó la conciencia y pidió un vaso de agua. El emperador corrió
hacia el arroyo y trajo un jarro de agua fresca. Mientras tanto se había puesto
el sol y el aire de la noche había comenzado a refrescar. El eremita ayudó al
emperador a llevar al hombre hasta la cabaña donde le acostaron sobre la cama
del ermitaño. El hombre cerró los ojos y se quedó tranquilo. El emperador
estaba rendido tras un largo día de subir la montaña y cavar en el jardín y
tras apoyarse contra la puerta se quedó dormido. Cuando despertó, el sol
asomaba ya sobre las montañas.
Durante
un momento olvidó donde estaba y lo que había venido a hacer. Miró hacia la
cama y vio al herido, que también miraba confuso a su alrededor; cuando vio al
emperador, le miró fijamente y le dijo en un leve suspiro:
—Por
favor, perdóneme.
—Pero
¿qué has hecho para que yo deba perdonarte? —preguntó el emperador.
—Tú
no me conoces, majestad, pero yo te conozco a ti. Yo era tu implacable enemigo
y había jurado vengarme de ti, porque durante la pasada guerra tú mataste a mi
hermano y embargaste mi propiedad. Cuando me informaron de que ibas a venir solo
a la montaña para ver al ermitaño decidí sorprenderte en el camino de vuelta
para matarte. Pero tras esperar largo rato sin ver signos de ti, dejé mi
emboscada para salir a buscarte. Pero en lugar de dar contigo, topé con tus
servidores y me reconocieron y me atraparon, haciéndome esta herida.
Afortunadamente pude escapar y corrí hasta aquí. Si no te hubiera encontrado
seguramente ahora estaría muerto. ¡Yo había intentado matarte, pero en lugar de
ello tú has salvado mi vida! Me siento más avergonzado y agradecido de lo que
mis palabras pueden expresar. Si vivo, juro que seré tu servidor el resto de mi
vida y ordenaré a mis hijos y a mis nietos que hagan lo mismo. Por favor,
majestad, concédeme tu perdón.
El
emperador se alegró muchísimo al ver que se había reconciliado fácilmente con
su acérrimo enemigo, y no solo le perdonó sino que le prometió devolverle su
propiedad y enviarle a sus propios médicos y servidores para que le atendieran
hasta que estuviera completamente restablecido.
Tras
ordenar a sus sirvientes que llevaran al hombre a su casa, el emperador volvió
a ver al ermitaño. Antes de volver al palacio el emperador quería repetir sus
preguntas por última vez; encontró al ermitaño sembrando el terreno que ambos
habían cavado el día anterior.
El
ermitaño se incorporó y miró al emperador.
—Tus
preguntas ya han sido contestadas.
—Pero,
¿cómo? —preguntó el emperador confuso.
»Más
tarde, cuando el herido corría hacia aquí, el momento más oportuno fue el
tiempo que pasaste curando su herida, porque si no le hubieses cuidado habría
muerto y habrías perdido la oportunidad de reconciliarte con él. De esta
manera, la persona más importante fue él y el objetivo más importante fue curar
su herida…
»Recuerda
que solo hay un momento importante y es ahora. El momento actual es el único
sobre el que tenemos dominio. La persona más importante es siempre con la persona
con la que estás, la que está delante de ti, porque quién sabe si tendrás trato
con otra persona en el futuro. El propósito más importante es hacer que esa
persona, la que está junto a ti, sea feliz, porque es el único propósito de la
vida.