Nací cuando el Proyecto
Manhattan zumbaba a toda pastilla en Oak Ridge, en el oscuro estado de
Tennessee, donde recalaría yo 24 años después, sacando al Nuclear Abstracts dos
trabajos en investigación de ingeniería química.
Esos trabajos (“Reducción de
óxidos de hierro en fluoruros, para el reactor nuclear de sales fundidas”) se
llevaron a cabo en la Planta Y-12, al lado de donde estaban entonces en
producción cabezas de bombas nucleares…
Siendo yo un bebé de nueve
meses, a los habitantes de Kokura (hoy Kita-Kiushu) les tocó la lotería de sus
vidas: Esquivaron los dos primeros pepinos nucleares, de los que eran posible
objetivo, pero que fueron a caer en Hiroshima y Nagasaki.
Después, me he pasado toda mi
vida oyendo decir que “las armas nucleares son para asustar, pero no para
usarlas”, o que “la seguridad de todos consiste en que su uso asegura la
destrucción mutua”.
Pero claro, precisamente aquellas dos primeras bombas nucleares demuestran que se pueden usar, y que al mundo no le pasa nada (otra cosa es lo que les pasa a los que las sufren abajo).
Mirando cifras (los datos… siempre los malditos datos), esos dos bombardeos destruyeron
respectivamente el 90% y el 45% de esas dos ciudades, dejando 140.000 y 80.000 muertos… Un cuarto de millón mal contado.
Sin duda, la escalada desde
los bombardeos convencionales era enorme. Pero más de 40 ciudades japonesas se
habían destruido antes en un 40-70%, con víctimas mortales en un total de más
de medio millón.
Además, 25 ciudades alemanas
de más de 500.000 habitantes bombardeadas por los Aliados, fueron destruidas
entre el 40-60%: Hamburgo sufrió 40.000 muertos y Darmstadt, Pforzheim o
Dresde, entre 10.000-20.000 cada una.
Perdona mi deformación
profesional, pero yo veo el doble de muertos japoneses por bombas
convencionales que nucleares, y me indigno con los que creen que el bombardeo
de Dresde era justa revancha por el de Coventry (500 muertos).
No consigo justificar que se
siga hablando del “asesinato” en Nagasaki, porque el “orden de magnitud” de esa
barbarie no difiere tanto de la de Hamburgo.
A lo que iba con todo esto es
que, incluso antes de ser químico e ingeniero, creciendo en la Guerra Fría de
los años 50, yo pensé siempre que las armas (desde la falcata ibera a un misil
pakistaní) se fabrican precisamente para usarlas.
En los últimos días veo a
muchos comentaristas pensando muy asustados lo “impensable”: Que Rusia use
armas nucleares en Ucrania. Eso sí, son muy comprensivos con los envíos de
armas a Zelensky desde Alemania y Estados Unidos.
Otra vez las cifras: La de
Hiroshima (Little Boy, de uranio) era de 16 kilotones, y la de Nagasaki (Fat
Man, de plutonio) era de 25. Las pequeñas nucleares tácticas pueden ser de 1
kilotón, y las grandes estratégicas, hasta de 800.
O sea, que si las potencias nucleares empezaran a intercambiar grandes misiles, está claro que devolverían a la humanidad a la Edad de Piedra… pero pueden soltar ojivas tácticas en distancias cortas sin despeinarse.
Un kilotón, para entendernos,
son 1.000 toneladas de TNT, mucho menos de lo que ya han desatado salvajemente
los rusos sobre Mariúpol.
Mi intención no es dar miedo,
sino todo lo contrario… quiero decir que creo que es muy probable que se usen
armas nucleares tácticas en esta aventura rusa, pero que la cosa no llegará a
mayores…
Y acusar a Putin de todo, como
se está haciendo, es peligroso e ignorante. Precisamente porque Putin es lo que
es, Occidente debe ser juicioso…
Juan Antonio