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6 de mayo de 2022

ARMAS PARA LA GUERRA

Nací cuando el Proyecto Manhattan zumbaba a toda pastilla en Oak Ridge, en el oscuro estado de Tennessee, donde recalaría yo 24 años después, sacando al Nuclear Abstracts dos trabajos en investigación de ingeniería química.

Esos trabajos (“Reducción de óxidos de hierro en fluoruros, para el reactor nuclear de sales fundidas”) se llevaron a cabo en la Planta Y-12, al lado de donde estaban entonces en producción cabezas de bombas nucleares…

Siendo yo un bebé de nueve meses, a los habitantes de Kokura (hoy Kita-Kiushu) les tocó la lotería de sus vidas: Esquivaron los dos primeros pepinos nucleares, de los que eran posible objetivo, pero que fueron a caer en Hiroshima y Nagasaki.

Después, me he pasado toda mi vida oyendo decir que “las armas nucleares son para asustar, pero no para usarlas”, o que “la seguridad de todos consiste en que su uso asegura la destrucción mutua”.

Pero claro, precisamente aquellas dos primeras bombas nucleares demuestran que se pueden usar, y que al mundo no le pasa nada (otra cosa es lo que les pasa a los que las sufren abajo).

Mirando cifras (los datos… siempre los malditos datos), esos dos bombardeos destruyeron


respectivamente el 90% y el 45% de esas dos ciudades, dejando 140.000 y 80.000 muertos… Un cuarto de millón mal contado.

Sin duda, la escalada desde los bombardeos convencionales era enorme. Pero más de 40 ciudades japonesas se habían destruido antes en un 40-70%, con víctimas mortales en un total de más de medio millón.

Además, 25 ciudades alemanas de más de 500.000 habitantes bombardeadas por los Aliados, fueron destruidas entre el 40-60%: Hamburgo sufrió 40.000 muertos y Darmstadt, Pforzheim o Dresde, entre 10.000-20.000 cada una.

Perdona mi deformación profesional, pero yo veo el doble de muertos japoneses por bombas convencionales que nucleares, y me indigno con los que creen que el bombardeo de Dresde era justa revancha por el de Coventry (500 muertos).

No consigo justificar que se siga hablando del “asesinato” en Nagasaki, porque el “orden de magnitud” de esa barbarie no difiere tanto de la de Hamburgo.

A lo que iba con todo esto es que, incluso antes de ser químico e ingeniero, creciendo en la Guerra Fría de los años 50, yo pensé siempre que las armas (desde la falcata ibera a un misil pakistaní) se fabrican precisamente para usarlas.

En los últimos días veo a muchos comentaristas pensando muy asustados lo “impensable”: Que Rusia use armas nucleares en Ucrania. Eso sí, son muy comprensivos con los envíos de armas a Zelensky desde Alemania y Estados Unidos.

Otra vez las cifras: La de Hiroshima (Little Boy, de uranio) era de 16 kilotones, y la de Nagasaki (Fat Man, de plutonio) era de 25. Las pequeñas nucleares tácticas pueden ser de 1 kilotón, y las grandes estratégicas, hasta de 800.


O sea, que si las potencias nucleares empezaran a intercambiar grandes misiles, está claro que devolverían a la humanidad a la Edad de Piedra… pero pueden soltar ojivas tácticas en distancias cortas sin despeinarse.

Un kilotón, para entendernos, son 1.000 toneladas de TNT, mucho menos de lo que ya han desatado salvajemente los rusos sobre Mariúpol.

Mi intención no es dar miedo, sino todo lo contrario… quiero decir que creo que es muy probable que se usen armas nucleares tácticas en esta aventura rusa, pero que la cosa no llegará a mayores…

Y acusar a Putin de todo, como se está haciendo, es peligroso e ignorante. Precisamente porque Putin es lo que es, Occidente debe ser juicioso…

Juan Antonio