LA PAZ DE JESÚS
En aquel tiempo dijo
Jesús a sus discípulos:
El que me ama guardará
mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que
no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía,
sino del Padre, que me envió. Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado;
pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será
quien os enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz
os doy: no os la doy como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se
acobarde. Me habéis oído decir: <<Me voy y vuelvo a vuestro lado>>.
Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que
yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, sigáis
creyendo (Juan 14, 23-29).
EL GRAN REGALO DE JESÚS
Siguiendo la costumbre
judía, los primeros cristianos se saludaban deseándose mutuamente la
<<paz>>. No era un saludo rutinario y convencional. Para ellos
tenía un significado más profundo. <<Que la paz de Cristo reine en
vuestros corazones>>.
Esta paz no hay que confundirla con cualquier cosa. No es solo una ausencia de conflictos y tensiones. Tampoco una sensación de bienestar o una búsqueda de tranquilidad interior.
Sin duda recordaban lo
que Jesús había pedido a sus discípulos al enviarlos a construir el reino de
Dios: << En la casa en que entréis, decid primero: “ Paz a esta casa “
>>. Para humanizar la vida lo primero, es sembrar paz, no violencia;
promover respeto, diálogo y escucha mutua, no imposición, enfrentamiento y
dogmatismo.
¿Por qué es tan difícil
la paz? ¿Por qué volvemos una y otra vez al enfrentamiento y la agresión mutua?
Hay una respuesta
primera tan elemental y sencilla que nadie la toma en serio: solo los hombres y
mujeres que poseen paz pueden ponerla en la sociedad. No puede sembrar paz
cualquiera.
No es difícil señalar
algunos rasgos de la persona que lleva en su interior la paz de Cristo: busca
siempre el bien de todos, no excluye a nadie, respeta las diferencias.
¿Qué estamos aportando
hoy desde la Iglesia de Jesús? ¿Concordia o división? ¿Reconciliación o
enfrentamiento? Y si los seguidores de Jesús no llevan paz en su corazón, ¿qué
es lo que llevan? ¿Miedos, intereses, ambiciones, irresponsabilidad?
LA PAZ EN LA IGLESIA
En el evangelio de Juan
podemos leer un conjunto de discursos en los que Jesús se va despidiendo de sus
discípulos. En él se respira una atmósfera muy especial: los discípulos tienen
miedo a quedarse sin su Maestro; Jesús, por su parte, les insiste en que, a
pesar de su partida, nunca sentirán su ausencia.
Hasta cinco veces les
repite que podrán contar con <<el Espíritu Santo>>.
<<El Defensor, el
Espíritu Santo… será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que
os he dicho>>. Este Espíritu será la memoria viva de Jesús.
Jesús desea que capten
bien lo que significará para ellos el Espíritu de la verdad y Defensor de su
comunidad: <<Os estoy dejando la paz; os estoy dando la paz>>.
No es una paz
cualquiera. Es su paz. Por eso les dice: <<No os la doy yo como la da el
mundo>>.
Cuando en la Iglesia se
pierde la paz, no es posible recuperarla de cualquier manera ni sirve cualquier
estrategia. Con el corazón lleno de resentimiento y ceguera no es posible
introducir la paz de Jesús. Es necesario convertirnos humildemente a su verdad.
UNA CULTURA DE LA PAZ
Son muchos los
conflictos que sacuden hoy nuestra sociedad. Además de las tensiones y
enfrentamientos que se producen entre las personas y en el seno de las
familias, graves conflictos de orden social, político y económico impiden entre
nosotros la convivencia pacífica.
Para resolver los
conflictos hemos de hacer siempre una opción: o escogemos la vía del diálogo y
del mutuo entendimiento o seguimos los caminos de la violencia y del
enfrentamiento.
Frente a esta
<<cultura de la violencia>> necesitamos promover hoy una
<<cultura de la paz>>. No estamos hechos para para vivir
permanentemente en el enfrentamiento. Estamos llamados a entendernos buscando
honestamente soluciones justas para todos.
Esta <<cultura de
la paz>> exige buscar la eliminación de las injusticias sin introducir
otras nuevas, y sin alimentar y ahondar más las divisiones.
Una <<cultura de
paz>> exige además crear un clima de diálogo social promoviendo actitudes
de respeto y escucha mutuos.
La <<cultura de
paz>> solo se asienta en una sociedad cuando las gentes están dispuestas
al perdón sincero, renunciando a la venganza y la revancha. El perdón libera de
la violencia del pasado y genera nuevas energías para construir el futuro entre
todos.
En medio de esta
sociedad, los cristianos hemos de escuchar de manera nueva las palabras de
Jesús, <<la paz os dejo, mi paz os doy>> y hemos de preguntarnos
qué hemos hecho de esa paz que el mundo no puede dar, pero necesita conocer.
NO DA LO MISMO
El pluralismo es un
hecho innegable. Hoy conviven entre nosotros toda clase de posicionamientos,
ideas o valores.
Hoy todo puede ser
discutido. Todo menos el derecho de cada uno a pensar como le parezca y a ser
respetado en lo que piensa.
De hecho, no pocos
están cayendo en un relativismo total. Todo da lo mismo.
Se vive de impresiones,
y cada uno piensa lo que quiere y hace lo que le apetece.
La pregunta es
inevitable. ¿Se puede llamar <<progreso>> a todo esto? ¿Es bueno
para la persona y para la humanidad poblar la mente de cualquier idea o llenar
el corazón de cualquier creencia, renunciando a una búsqueda honesta de mayor
verdad, bondad y sentido de la existencia?
El cristiano está
llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin
escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual
dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de las personas.
No da lo mismo abortar
que acoger la vida, ni es igual <<hacer el amor>> de cualquier
manera que amar de verdad al otro. No es lo mismo ignorar a los necesitados o
trabajar por sus derechos. Lo primero es malo y daña al ser humano. Lo segundo
está cargado de esperanza y promesa.
También en medio del
actual pluralismo siguen resonando las palabras de Jesús: <<El que me ama
guardará mi palabra y mi Padre lo amará>>.
PERSONAS EMPOBRECIDAS
Todo ser humano vive
condicionado por la realidad sociológica e histórica en la que se encuentra
inserto. Sin que podamos evitarlo, somos parte integrante de un mundo complejo
que incide poderosamente en nuestra manera de ser, actuar y vivir.
Hemos avanzado
técnicamente de manera insospechada, pero vivimos dependiendo cada vez más de
aquello que fabricamos.
Vivimos de manera
acelerada, sometidos a un ritmo de vida agotador, sin posibilidad de detenernos
serenamente ante nuestra propia vida.
Vivimos seducidos por
los mil engañosos atractivos de la sociedad de consumo, pero
<<infra-alimentados>> espiritualmente. Alienados por diversos
reclamos y distraídos por innumerables modas o consignas, sin capacidad para
enfrentarnos a nuestra propia verdad.
Los creyentes
entendemos que la fe puede ser la gran fuerza interior que nos ayude a
liberarnos de la alteración, la superficialidad, la desintegración o el vacío
interior. Para vivir de manera más humana y liberada necesitamos una energía
interior capaz de animar y dinamizar nuestras vidas. Por eso escuchamos hoy con
gozo las palabras de Jesús: <<El que me ama guardará mi palabra y mi
Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.>>.
José Antonio Pagola
Colaboración de Juan de la Cruz García