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25 de mayo de 2022

EVANGELIO DOMINGO 29-MAYO-2022 (Lucas 24, 46-53)

 

                        LA BENDICIÓN DE JESÚS

 

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Y vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.

Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos (subiendo hacia el cielo).

Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios (Lucas 24, 46-53).

 



 

EL ÚLTIMO GESTO

Jesús era realista. Sabía que no podía transformar de un día para otro aquella sociedad donde veía sufrir a tanta gente.

Por eso le gusta tanto hacer gestos de bondad. <<Abraza>> a los niños de la calle para que no se sientan huérfanos. <<Toca>> a los leprosos para que no se vean excluidos de las aldeas. <<Acoge>> amistosamente a su mesa a pecadores e indeseables para que no se sientan despreciados.

No son gestos convencionales. Le nacen desde su voluntad de hacer un mundo más amable y solidario en el que las personas se ayuden y se cuiden mutuamente.

No importa que sean gestos pequeños. Dios tiene en cuenta hasta el <<vaso de agua>> que damos a quién tiene sed.

No es extraño que, al narrar su despedida, Lucas describa a Jesús levantando sus manos y <<bendiciendo>> a sus discípulos. Es su último gesto. Jesús entra en el misterio insondable de Dios y sus seguidores quedan envueltos en su bendición.

Hace ya mucho tiempo que lo hemos olvidado, pero la Iglesia ha de ser en medio del mundo una fuente de bendición. En un mundo donde es tan frecuente <<maldecir>>, condenar, hacer daño y denigrar, es más necesario que nunca la presencia de seguidores de Jesús que sepan <<bendecir>>, buscar el bien, hacer el bien, atraer hacia el bien.

Una Iglesia fiel a Jesús está llamada a sorprender a la sociedad con gestos y palabras de bondad como lo hacía el Profeta.

 

BENDECIR

Jesús vuelve a su Padre <<bendiciendo>> a sus discípulos. Es su último gesto. Los discípulos responden al gesto de Jesús marchando al templo llenos de alegría. Y estaban allí <<bendiciendo>> a Dios.

Bendecir es, antes que nada, desear el bien a las personas que vamos encontrando en nuestro camino. Querer el bien de manera incondicional y sin reservas. Querer todo lo que puede ayudarles a vivir con dignidad.

Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas.

Bendecir es desearle a alguien el bien desde lo más hondo de nuestro ser, aunque no somos nosotros la fuente de la bendición, sino solo sus testigos y portadores.

La bendición hace bien al que la recibe y al que la practica. Quien bendice a otros se bendice a sí mismo. La bendición queda resonando en su interior como plegaria silenciosa que va transformando su corazón, haciéndolo más bueno y noble.

Nadie puede sentirse bien consigo mismo mientras siga maldiciendo a otro en el fondo de su ser. Los seguidores de Jesús somos portadores y testigos de la bendición de Jesús al mundo.

 

CRECIMIENTO Y CREATIVIDAD

Los evangelios nos ofrecen diversas claves para entender como comenzaron su andadura histórica las primeras comunidades cristianas sin la presencia de Jesús al frente de sus seguidores. ¿Cómo entendieron y vivieron su relación con él una vez desaparecido de la tierra?

<<Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo>>. Los discípulos no han de sentir su ausencia. Jesús estará siempre con ellos. Pero, ¿cómo?

El evangelista Juan pone en labios de Jesús unas palabras que proponen otra clave. Al despedirse de los suyos, Jesús les dice: <<Yo me voy al Padre y vosotros estáis tristes…Sin embargo, os conviene que yo me vaya para que recibáis el Espíritu Santo>>.

La respuesta de Jesús muestra una sabia pedagogía. Su ausencia hará crecer la madurez de sus seguidores. Les deja la impronta de su Espíritu. Será él quien, en su ausencia, promoverá el crecimiento responsable y adulto de los suyos.

Hemos de recordar que, terminada la presencia histórica de Jesús, vivimos el <<tiempo del Espíritu>>, tiempo de creatividad y de crecimiento responsable. El Espíritu no proporciona a los seguidores de Jesús <<recetas eternas>>. Pero nos da luz y aliento para ir buscando caminos siempre nuevos para reproducir hoy su actuación. Así nos conduce hacia la verdad completa de Jesús.

 

¿DÓNDE ESTÁ LO QUE BUSCAMOS?

Todos buscamos ser felices, pero ninguno de nosotros sabe dar una respuesta clara cuando se le pregunta por la felicidad. ¿Qué es la felicidad? ¿En qué consiste realmente? ¿Cómo alcanzarla?

Más aún. Todos andamos tras ella, pero ¿se puede lograr la felicidad? ¿No es buscar lo imposible? Los científicos no hablan de felicidad. Tampoco los políticos se atreven a prometerla ni a incluirla en sus programas.

Y, sin embargo, el ser humano no renuncia a la felicidad, la necesita, la sigue buscando.

La felicidad es siempre <<lo que nos falta>>, lo que todavía no poseemos.

Esta insatisfacción última del ser humano no se debe a fracasos o decepciones concretas. Es algo más profundo. Está en el interior mismo del ser humano, y nos obliga a hacernos preguntas que no tienen fácil respuesta.

En su ensayo Felicidad y salvación, el teólogo alemán Gisbert Greshake ha planteado así la alternativa ante la que se encuentra el ser humano.

O bien la felicidad plena es pura ilusión y el ser humano, empeñado en ser plenamente feliz, es algo absurdo y sin sentido. O bien la felicidad es regalo, plenitud de vida que solo nos puede llegar como gracia desde aquel que es la fuente de la vida.

Ante esta alternativa, el cristiano adopta una postura de esperanza.

Lo decisivo es abrirnos al misterio de la vida con confianza. Escuchar hasta el final ese anhelo de felicidad eterna que se encierra en nosotros y esperar la salvación como gracia que se nos ofrece desde el misterio último de la realidad que es Dios.

 

EL CIELO COMIENZA EN LA TIERRA

No es el cielo lo que nos tiene que importar, sino la tierra, nuestra tierra.

Pero, ¿qué es ser fiel a esta tierra que clama por una plenitud y reconciliación totales? ¿Qué es ser fiel a esta humanidad que no puede lograr esa liberación y esa paz que tan ardientemente busca? ¿Qué es ser fiel al hombre y a toda la sed de felicidad que se encierra en su ser?

Los creyentes hemos sido acusados de haber puesto nuestros ojos en el cielo y haber olvidado la tierra.

Sin embargo, la esperanza cristiana consiste precisamente en buscar y esperar la plenitud total de esta tierra. Creer en el cielo es buscar ser fiel a esta tierra hasta el final.

No es esperanza cristiana la que conduce a desentendernos de los problemas y sufrimientos de esta tierra. Precisamente porque cree, busca y espera un mundo nuevo y definitivo, el creyente no puede conformarse con este mundo lleno de lágrimas, sangre, injusticia, mentira y violencia.

Quien no hace nada por cambiar este mundo no cree en otro mejor. Quien no trabaja por desterrar la violencia no cree en una sociedad fraterna. Quien no lucha contra la injusticia no cree en un mundo más justo. Quien no trabaja por liberar al ser humano de sus esclavitudes no cree en un mundo nuevo y feliz. Quien no hace nada por cambiar la tierra no cree en el cielo.

 

José Antonio Pagola

Colaboración de Juan de la Cruz García