Anda
por los kioskos de media España (no sé si por América) un número de Muy
historia Dedicado a Jesús. Entre sus trabajos va uno sobre Jesús Líder, que
reproduzco en las páginas que siguen, a modo de compendio de mi libro Historia
de Jesús. No sólo mi libro y trabajo, sino la revista entera, dignamente
maquetada y editada, será buena lectura de este tiempo de pascua cristiana y
esperanza universal.
26.04.2022 | X. Pikaza
JESÚS COMO LÍDER CARISMÁTICO
La víspera de Pascua del año 30 d.C., el gobernador P. Pilato, crucificó
a Jesús Galileo, que había entrado en Jerusalén como Mesías de Israel, pensando
que intentaba hacerse Rey de los Judíos (Mc 15, 26) y que era, por tanto,
enemigo de Roma. Pero la intención de Jesús no era luchar contra el Imperio del
César, sino anunciar y preparar la llegada del Reino de Dios, según los
profetas.
Algunas semanas más tarde, sus discípulos y amigos anunciaron que Dios le había resucitado, recibiéndole en su gloria, y que le enviaría pronto para instaurar su Reino. Dos milenios después, los cristianos confiesan que era Hijo de Dios, siguen de algún modo su doctrina y esperan su venida gloriosa. No todos comparten hoy la sentencia jurídica de Pilato, ni la confesión de fe cristiana, pero cientos de millones de hombres y mujeres afirman que Jesús ha sido y es un personaje apasionante cuya vida puede y debe contarse:
Un nazoreo
No sabemos si había estado casado, no hay memoria de ello, pero, en su edad madura sintió, como otros muchos, la llamada religiosa y se apartó al desierto, con un profeta penitente, llamado Juan Bautista, al oriente del Jordán, esperando la llegada del juicio, que sobrevendría de inmediato sobre este mundo malo, destruyendo a los opresores y creando una humanidad purificada. Como signo de llamada y esperanza recibió el bautismo, para compartir así la suerte de los purificados.
Pero en vez de seguir esperando con otros, cuando Herodes Antipas, rey
vasallo de Galilea, decapitó al Bautista, por temor a que encabezara un posible
alzamiento del pueblo, Jesús abandonó aquella zona de penitencia y se trasladó
a su tierra, para anunciar y preparar directamente la llegada del Reino de
Dios. Los evangelios afirman que había tenido una experiencia iniciática
especial, siendo llamado por Dios para iniciar la obra de su Reino (Mc 1,
9-11). Sea como fuere, mantuvo el buen recuerdo del Bautista, pero se arriesgó
por un camino nuevo, que no insistía ya en la purificación penitencial, sino en
la proclamación de la Buena Nueva del Reino de Dios a los pobres.
Profeta ético
No fue el único líder ético de su tiempo,
había otros, entre fariseos, apocalípticos y esenios, todos ellos influidos por
el antiguo mensaje moral de los profetas (Elías, Isaías, Jeremías…), pero él
fue quizá el más significativo, por su opción activa a favor no sólo de los
pobres, sino también de los impuros religiosos, en una línea marcada por la
justicia y la misericordia. Los cristianos le consideran así el gran profeta
final de Israel.
Ciertamente, él retomó muchos rasgos de la
antigua profecía, pero ninguno explica del todo su figura, sencilla y múltiple
a la vez (sanador, guía social, maestro de doctrina, exorcista…). Así apareció
entre su gente como un líder que brotaba, al mismo tiempo, de la historia
profética antigua y de la nueva experiencia de pobreza extrema de su pueblo,
luchando apasionadamente en contra ella, en circunstancias de gran cambio
social, cultural y religioso, cuando el Imperio Romano, unificado y fortalecido
por Augusto, estaba imponiendo un orden al parecer invulnerable sobre el mundo
conocido.
Sanador popular
Los evangelios posteriores han narrado sus
milagros de un modo catequético y religioso, con trazos sobrenaturales e
incluso fantásticos. Pero en el fondo de ellos late una fuerte experiencia real
de transformaciones humana, que han de entenderse como expresión de su intenso
deseo de promover la vida, con gran libertad, sin someterse a los dictados del
sistema dominante. Así vino a elevarse como sanador muy especial, que no podía
ser encuadrado en ninguno de los grupos entonces existentes (fariseos, esenios,
apocalípticos…).
Sus milagros le pusieron en contacto con
enfermos de la comunicación (sordos, mudos, ciegos) e impedidos (cojos, mancos,
paralíticos). Él y sus seguidores los tomaron no sólo como un signo de la
trascendencia del hombre (en relación con Dios), sino también de su capacidad
de transformación social. No fue líder de personas solitarias, sino de pequeños
grupos de agricultores desarraigados, pobres y enfermos, que pensaron que era
capaz de ponerles en marcha, con una más honda experiencia de vida.
Líder religioso
Es
difícil valorar el impacto de su acción y su presencia en un tiempo como el
nuestro, en el que sólo parece contar la economía. Ciertamente, le importó el
consumo, es decir, la comida, y así la tradición le recuerda por sus
“multiplicaciones”, es decir, por haber compartido la comida con los
hambrientos, en una situación de pura subsistencia, donde la mayoría de los
hombres y mujeres vivían angustiados por el pan de cada día (como reza su
oración: el Padrenuestro).
Pero quiso ir más allá de la comida, pues sabía que no sólo de pan vive el hombre,
sino también de la palabra de Dios (cf. Mt 4, 4), con quien cada uno puede
dialogar, poniéndose en contacto con él, sin someterse a las normas impuestas
por esenios o escribas, fariseos o sacerdotes. Por eso se alzó en contra de
aquellos que tenían secuestrada la palabra de la vida. Ésa fue quizá su novedad
más honda. Se supo enviado de Dios, y así quiso abrir los ojos y el corazón de
publicanos y prostitutas, enfermos, tullidos y leprosos, hombres, mujeres y
niños, para que supieran que eran dignos de un Dios a quien podían llamar
Padre, siendo, al mismo tiempo, hermanos, compañeros, de todos los restantes
hombres y mujeres.
Ése fue el punto de inflexión y riesgo
mayor de su vida. Mientras no hablara en Nombre de Dios, limitándose a decir
cosas hermosas a los hombres y mujeres, él podía hacer y decir lo que quisiera,
como otros muchos, dejando que Dios siguiera siendo propiedad de algunos (en
especial de los sacerdotes y escribas) que administraban su gestión. Pues bien,
en el momento en que, siendo un simple particular, sin estudios ni grandeza de
familia (un simple lego), vino a presentarse como delegado de Dios, hablando en
su nombre, como su mesías en la tierra, Jesús empezó a crear grandes
conflictos, porque ocupaba un terreno ya ocupado por otros, que llevaban siglos
imponiendo una visión de Dios sobre el pueblo.
Animador social
Al
mismo tiempo, quizá sin haberlo buscado de manera expresa, apareció rodeado de
un grupo de discípulos, compañeros y amigos, que quisieron compartir su suerte.
La tradición posterior (a partir de Mc 1, 16-20) insiste en que él mismo fue
buscando seguidores cuando y como quiso. Pero a partir de otros detalles de los
evangelios (desde Jn 1, 24-51) sabemos que fueron también los seguidores los
que le buscaron, sabiendo además que entre ellos no había sólo pobres,
excluidos y enfermos, sino también pescadores y
gente de la calle, que habían estado quizá con Juan Bautista, y que
esperaban un líder que canalizara su búsqueda de Reino.
Otros líderes tenían también sus
discípulos, pero organizados de un modo escolar estable, para aprender juntos
la Escritura antigua. Jesús en cambio fundó (acogió) a itinerantes, hombres y
mujeres, sin facultades ni dotes más significativas, para que aprendieron a
vivir con él, y para que actuaron, sobre todo, como heraldos e iniciadores del
Reino de Dios, con la vida más que con doctrinas.
En esa línea, pudiéramos decir que fue un
gurú, un director de conciencias, pero no como sabio intimista de meditación
(en la línea de otros sabios oriente), sino como maestro y profeta itinerante
de Reino. No se asentó en un lugar, aunque tenía algún tipo de casa en
Cafarnaúm, junto al lago, ni siquiera en Nazaret, su pueblo, de donde le
expulsaron (cf. Lc 4, 18-32) por no responder a sus pretensiones. No fundó una
escuela de orientación interior, pero en el fondo de su mensaje y camino latía
una fuerte experiencia de Dios como
Padre de los hombres, en arameo Abba.
Hombre de Dios
Puede ser una imagen de texto que dice
"fue crucificado en Jerusalén en la spera de Pascua del año 30. Matar es
pero muy difícil acallar y ocultar a un que era un lider carismático y tenía
discipulos ipulos y seguidores a los que habia esperanza en un mundo nuevo. POR
XABIER PIKAZA TEÓLOGO Y ESCRITOR"
Fue
especialista de un Dios que es de todos, con un grupo de itinerantes que
compartían comida y bienes (familia), en la Baja Galilea, junto al lago
Genesaret y en el entorno, en un círculo que él ampliaba hasta las aldeas del
hinterland de Tiro y Sidón, hacia el Norte (Fenicia), y hacia la zona
decapolitana, allende el lago, en un espacio actualmente de Jordania y Siria.
Así, como representante de Dios, anunciaba
y preparaba la llegada del Reino, una humanidad nueva, curada, pacificada,
entre los pescadores del lago y los aldeanos del entorno, en especial entre los
pobres y excluidos a quienes anunciaba la bienaventuranza de Dios. No se
enfrentó directamente con las autoridades militares de la zona, dominada en el
fondo por Roma, ni “misionó” en las capitales de Galilea (Séforis, Tiberíades…)
o del entorno (Tiro y Sidón, Escitópolis, Gerasa y Gadara…), sino que intentó
crear un orden mesiánico social-religioso desde los campesinos pobres del norte
de la tierra de Israel, recuperando las tradiciones proféticas de Elías y
Eliseo, que fueron grandes sanadores y líderes del pueblo.
Era un hombre difícil de catalogar. Por un
lado parecía totalmente centrado en algo muy sobrenatural (como si sólo Dios
pudiera producir el Reino), y, por otro, era muy realista y concreto, y de esa
forma enseñaba a sus discípulos a vivir en grupo, a amar a Dios y al prójimo y
a mantener la fidelidad en el matrimonio, en gesto de apertura hacia los
enfermos y excluidos de toda sociedad
Crisis en Galilea.
Tuvo cierto éxito en algunas poblaciones campesinas, estableciendo entre ellas una red de relaciones intensas de colaboración familiar y social, de tal manera que le pudieron llamar Mesías de Galilea, y a sus discípulos “galileos mesiánicos”, pero encontró no logró ganar el apoyo de las poblaciones más significativas de la zona, como Cafarnaúm, Betsaida y Corozaían, a pesar de haber vivido en ellas (cf. Mt 11, 20-24). Por otra parte, su mensaje provocó el recelo de los líderes socio-religiosos de la zona, que pensaron que Jesús iba en contra de sus privilegios, de manera que en conjunto le rechazaron (aunque algunos, como el centurión y el archisinagogo de Cafarnaúm pudieron apoyarle).
Cuando Flavio Josefo pasó por allí tres decenios
más tarde, para levantar al pueblo en armas contra Roma, no parece haber
encontrado restos apreciables del movimiento de Jesús. En esa línea, en un
momento dado, cuando supo que el grueso de la población de Galilea no aceptaba
su propuesta y las autoridades religiosas de la zona le acusaron de ser
endemoniado (un hechicero, en pacto con el Diablo: Mt 12, 24), y el mismo
Herodes Antipas quiso resolver el tema condenándole a mueerte, como a Juan
Bautista (cf. Lc 13, 31-35), Jesús decidió salir de Galilea y elevar su
propuesta en Jerusalén, presentándose allí como Mesías de todo Israel (cf. Mc
8, 27-33).
Su gesto no chocaba directamente contra Roma, sino contra un tipo de
visiónn y práctica religiosa del templo judío, donde Jesús realizó un gesto de
destrucción. Los adversarios a vencer (a cambiar) no eran los romanos (como
dirán más tarde los celotas), sino los sacerdotes de Jerusalén, que habían
secuestrado a Dios, y que tenían al conjunto del pueblo sometido a su dictado
religioso, movido en el fondo por intereses económicos. De esa forma, cuando
los galileos que venían con él le aclamaron al entrar en la ciudad (cf. Mc 11,
1-11), los habitantes de Jerusalén reaccionaron de un modo normal y
comprensible, recibiéndole con curiosidad y gran recelo.
Jerusalén era ciudad de templo. y sus
habitantes (de treinta a cuarenta mil) vivían del santuario y de los peregrinos
(muy numerosos por las fiestas). Pues bien, al enfrentarse con la estructura
sacral del templo (cf. Mc 11, 15-19), Jesús ponía en riesgo la vida
económico-social de la ciudad, en la que evidentemente no fue bien recibido (Mt
23, 37). Jerusalén, ciudad de
templo, no podía recibir bien a un mesías galileo como Jesús (con su estilo de
vida, su nueva comunidad propia y su oposición al culto). Por eso fue rechazado
por los sacerdotes que le entregaron al poder de Roma o que, por lo menos,
facilitaron su condena, sin oposición del pueblo, como saben no sólo los
evangelios, sino el historiador F. Josefo. Los galileos le habían aclamado al
entrar en la ciudad, pero los jerosolimitanos (sacerdotes y ancianos, la
oligarquía económico-social del templo) le rechazaron.
Un
problema político.
Jesús no se enfrentó directamente con Roma,
como los celotas (66 al 70 d.C.), sino con el poder religioso de Jerusalén, que
se hallaba muy unido a Roma, pues todo lo que ponía en riesgo la estabilidad de
su templo iba en contra de la paz político/militar del Imperio (la pax romana).
El gobernador P. Pilato, que se hallaba en Jerusalén esos días (para mantener la
paz en las fiestas de Pascua), tuvo que intervenir y lo hizo con ayuda y
acuerdo de los sacerdotes (a quienes les convenía liberarse del profeta
galileo).
Jesús no sólo supo ver la situación, sino
que, de algún modo, la forzó, quedándose en Jerusalén, dispuesto a morir por el
Reino de Dios, en vez de escapar. Los evangelios aseguran que, presintiendo su
condena, se despidió de sus discípulos (última cena), prometiéndoles el triunfo
final y brindando con ellos: ¡La próxima copa en el Reino! (cf. Mc 14, 25).
Quizá esperó hasta el último momento que Dios interviniera y le librara de la
muerte, en el Huerto del Monte de los Olivos, por donde se decía, según Zac 14,
4-5, que el mismo Dios vendría para instaurar el Reino.
Pero Dios no vino de esa forma, y Jesús fue
ejecutado, como rebelde contra Roma. No sabemos si tuvo un juicio regular según
la ley romana (como suponen los evangelios actuales) o si fue condenado y
ajusticiado sin más. Sea como fuere, murió en la cruz, en vísperas de pascua, y
fue enterrado pronto, pues los cadáveres
no podían contaminar el aire en un día
puro de fiesta.
La historia empezó entonces
Fácil es matar, difícil es acallar y ocultar a
un muerto como Jesús, con amigos y simpatizantes, discípulos y seguidores que
le habían acompañado, esperando (preparando) el Reino. Hay ciertos detalles
difíciles de precisar, pero el caso parecía claro: Sacerdotes y soldados, con
escribas y ancianos del pueblo, pensaron que el caso había terminado. Jesús
había sido un pretendiente mesiánico fracasado, un rebelde muerto, como otros
miles, pero algunos siguieron creyendo en él, como dice F. Josefo: Muchos de
aquellos que le habían amado, le siguieron amando tras su muerte, y la tribu o
movimiento de Jesús se mantuvo y crece hasta el día de hoy (cf. Ant 18, 63-64).
En esa línea, muchos discípulos y amigos suyos tuvieron la certeza de que él
había resucitado y se les había “aparecido” (1 Co 15).
Esas apariciones, transmitidas de formas
convergentes por los evangelios, no forman parte de la historia de Jesús, sino
de la historia de su grupo (de su Iglesia), pero han tenido y tienen gran poder
de convocatoria, y millones de cristianos siguen creyendo que fueron y son
verdaderas. Otros, en cambio, responden que fueron sido ilusiones psicológicas
o construcciones religiosas (quizá bien intencionadas). Estamos por tanto ante
un tema de fe, de manera que la divinidad de Jesús no puede probarse de un modo
científico. Más allá de la ciencia hay muchas cosas, y entre ellas se encuentra
la identidad de Jesús, líder carismático del Reino de Dios, crucificado en
Jerusalén por P. Pilato, la víspera de Pascua del 30 d.C.
Otros
líderes judíos
Maestro de Justicia (150‒100 a.C.).
Fundador o representante principal de los esenios, en la línea de Qumrán. Era
rigorista en su aplicación de la ley, apocalíptico en su visión de la historia,
y se opuso a los sacerdotes helenizados
de Jerusalén. Como Jesús, él esperaba una intervención fuerte de Dios, que
renovaría el orden religioso de Israel y la estructura política y social de su
territorio. Pero Jesús no era rigorista, ni quería separarse del pueblo impuro,
y aunque se oponía a los sacerdotes dominantes de Jerusalén no lo hacía para
sustituirles por otros más puros, sino para crear un orden religioso distinto.
Judas Galileo. Actuó en torno al 6 d.C.,
cuando fue depuesto el rey Arquelao, y los judíos empezaron a pagar impuestos
directos a Roma. Venía de Galilea, como Jesús, y actuó en Jerusalén,
insistiendo en la soberanía absoluta de Dios, de manera que, a su juicio, los
creyentes no debían someterse al emperador de Roma ni pagarle tributos. Fue
maestro religioso-político, y F. Josefo le presenta como fundador de la
“filosofía” de los celotas (Ant 18, 23). También le cita el libro de los Hechos
5,37, comparándole a Jesús. Posiblemente propuso una resistencia pasiva (no una
rebelión estricta) contra Roma, y su propuesta se parece a la cristiana, pero no
fundó un movimiento ético-religioso permanente (ni fue considerado mesías por
su resurrección).
Hilel el Viejo. Fue un gran intérprete de
la Ley, algo anterior a Jesús (entre el 30 a.C. y el 10 d.C.). No era
partidario de la guerra, como los celotas, ni de la separación radical, como
muchos esenios, sino impulsor de un judaísmo de pureza familiar y social, que
pudiera vivirse en las familias y en las sinagogas, más que en el servicio del
templo. Se le considera el maestro principal del fariseísmo, e inspirador de la
Misná judía, donde se conservan varios de sus dichos, entre otros uno atribuido
también a Jesús: “No hagas a otro
aquello que no quisieras que otro hiciera contigo. Ésta es toda la Ley, el
resto es comentario” (Talmud B., Schebiit 31a; Mt 22, 39-40). Lógicamente,
muchos judíos modernos valoran a Hilel sobre Jesús, por la importancia de su
doctrina para el judaísmo nacional.
¿Quién dicen que es Jesús?
Un hombre de museo. La pregunta fue
planteaba ya Jesús por (Mc 8, 27), pero hoy son muchos los que se desinteresan de ella. Pueden
incluso afirmar que fue un hombre bueno, pero su trascendencia (su tiempo) ha
terminado. Quizá se le pueda llevar a un museo, pues tenía doctrinas bonitas y
además le mataron de forma cruel (¡una pena!). Pero no resolvió ni resuelve los
problemas del mundo.
Una herencia peligrosa. Algunos le tomaron
como un endemoniado peligroso, que curaba a unos pocos ilusos, pero creando
problemas mayores, pues rompía el orden religioso de la sociedad establecida
(Mc 3, 22). Pudo ser pacifista, pero su gesto resultaba peligroso, pues deja el
mundo en manos de malvados; y además muchos seguidores de Jesús, hombres de Iglesia, han sido
intolerantes, creando imperios religiosos y guerras religiosas, hasta el día de
hoy, con inquisiciones y torturas de conciencia.
Era y es Hijo de Dios... Algunos afirman con Pedro que es el Mesías (Mc 8, 29), y que sus seguidores pueden y deben seguir esperando y construyendo su Reino. Ciertamente, no todos interpretan ese Reino de igual manera (como supone Mc 8, 31-33), pero unos y otros afirman que la Iglesia deriva del mensaje y movimiento de Jesús, de su muerte y resurrección, aportando un germen de vida muy positiva en el mundo.